Existen a día de hoy dos consensos entre las izquierdas más allá del PSOE: que su mejor candidata es Yolanda Díaz y que unidas son más fuertes que separadas. Hasta aquí, el viejo elefante en la habitación siempre ha sido arreglar la tensa relación de la vicepresidenta con Podemos, en general, y con Irene Montero en particular. Como mínimo, maquillarla.

El proceso de paz entre candidata y partido lleva gestándose desde hace semanas y el deshielo es real, aunque lento. Los entornos de ambas reconocen que no se llevan bien y que eso es difícil que cambie, pero también confían en que su falta de relación personal no interfiera en sus voluntades políticas. De momento, vale con escenificar el pacto de no agresión.

Así lo hicieron esta semana durante el pleno extraordinario para debatir el decreto anticrisis. Díaz y Montero llevan meses huyendo la una de la otra, esquivándose en los pasillos del Congreso de los Diputados y mirando hacia otro lado en las reuniones del Consejo de Ministros, pero las cosas han cambiado.

[Podemos asume a Yolanda Díaz como candidata tras el fiasco de Irene Montero y su ley del 'sólo sí es sí']

Este martes se dejaron ver en el hemiciclo juntas, cogidas de la cintura, en una situación que estaba "medio preparada", como para demostrar que no hay de qué preocuparse. Para encontrar otra imagen de las dos hay que retroceder hasta las elecciones andaluzas, precisamente el momento en que todo empezó a romperse.

Volviendo a la última semana, el miércoles volvieron a verse en una reunión convocada por Díaz para consensuar una postura sobre las pensiones y el envío de tanques Leopard a Ucrania. El colofón, este sábado, es que ambas coincidan de nuevo en Mallorca, en el acto de retorno de los restos de Aurora Picornell y las Roges des Molinar.

[A Moncloa no le salen los números si Irene Montero y Yolanda Díaz no se reconcilian antes de mayo]

Ahora, quien respira más tranquilo es Pedro Sánchez. El presidente siempre ha dejado claro en público y en privado que "respeta la autonomía" de sus socios de Gobierno, pero sabe que una izquierda desunida no le devolverá a la Moncloa. Así, por la puerta de atrás, pidió a Félix Bolaños que hablara con ambas y presionase para lograr una única candidatura a la izquierda del PSOE. Esta semana se lo trasladó él mismo.

El problema de raíz, al margen de escenificaciones, es que Yolanda Díaz y Podemos tienen objetivos comunes, pero estrategias opuestas. La fórmula para presentarse a las elecciones generales –si en coalición o bajo la bandera de Sumar– y el papel de la vicepresidenta durante las autonómicas seguirán levantando ampollas en los próximos meses, y ni que decir tiene que las hipotéticas negociaciones con partidos como Más Madrid irritarán a más de una.

Desplantes

La titánica tarea de la vicepresidenta tiene poco que ver con presentarse a las elecciones –eso es lo fácil– y mucho con volver a juntar en la misma mesa a adversarios con mucho historial de cainismo. Pero eso, piensa ella, no será posible si ni siquiera es capaz de sentarse con Podemos.

Desde que Díaz heredó el puesto de vicepresidenta y candidata de manos de Pablo Iglesias, Podemos siempre le ha criticado que va demasiado por libre. Ella suele responder que ni es secretaria general –"como sí lo era Pablo"– ni tiene carnet morado, por lo que su función debería ser más templar los ánimos del espacio y sumar con el resto de partidos.

[Yolanda Díaz, atenazada por la guerra civil en la izquierda: teme apoyar a Compromís y Más Madrid]

Todo empezó a cambiar a partir del bloqueo del CGPJ, cuando Díaz convocó a la mesa confederal –el órgano de reunión del espacio– y Podemos no asistió. La cita coincidió en el tiempo con el momento de máxima ebullición entre Díaz y Podemos, apenas unos días antes de que Iglesias la insultara durante la Universidad de Otoño. La coalición estuvo a punto de estallar.

Desde entonces, las cosas se han ido relajando poco a poco: Díaz siguió convocando reuniones y, después de varios desplantes más, empezaron a aparecer. Lo hicieron por orden directa de Ione Belarra, secretaria general y ministra de Derechos Sociales, que es la única que ha mantenido siempre los puentes tendidos hacia Díaz y su espacio. También es la única que habla con ella semanalmente.

Todavía es pronto para cantar victoria, pero hay gestos que invitan a pensar en un acercamiento, sobre todo después de esta semana. No es que las diferencias hayan quedado aparcadas, pero ahora las esconden debajo de la alfombra y se ha rebajado el tono, tanto por un lado como por el otro. Porque el que se mueva no sale en la foto.