No hace falta ser presidente de Andalucía para darse cuenta. Pero ha sido Juanma Moreno quien se lo ha contado al auditorio: anoche, algunos dirigentes del Partido Popular disfrutaron de la oscuridad de manera "intensa". Pundonorosamente. Entregados. "Lo haremos bien", se conjuraron antes de entrar en la discoteca.
El riesgo era mínimo. La candidatura de Feijóo no habría corrido riesgo ni aunque se hubiesen equivocado al votar todos los compromisarios que bebieron anoche. Ese 98% de los votos merece, como poco, un brindis con vodka búlgaro.
Como si fuera consciente de lo sucedido –seguro que lo es porque Feijóo ya actúa como narrador omnisciente de la organización–, el nuevo presidente del PP saludaba a sus subordinados con un par de palmaditas en la cara. De esas que parecen suaves, pero... oiga, hay que recibirlas.
Esta casa dícese ya tan grande que entra desde el exministro de Franco que la fundó hasta algún miembro despistado de Solidaridad Obrera. "Este es el partido de los agricultores y de los marineros", clamó Feijóo. Se olvidó de los llaneros solitarios de la noche. Llaneros, llaneras y llaneres, porque los hay de todo género y color. Muy fluidos.
Teófila Martínez, presidenta del Congreso, lo vio venir este viernes por la tarde como sólo ven venir estas cosas quienes han gobernado veinte años seguidos. Llamó a la prudencia... y al voto, como diciendo: "Oigan, que hay que venir mañana".
Y han venido con un rostro radiante. ¡Admirable! Sólo posible fruto de una denodada práctica. Juega en su favor que el Partido Popular, últimamente, celebra sus congresos con inusitada voracidad.
Se hilvanó así la noche. Había organizado Nuevas Generaciones una fiesta en una discoteca de los alrededores de La Cartuja. El nombre estaba bien tirado: "Antique". Como una manera de justificar: "Somos modernos, pero antiguos al mismo tiempo". Ese equilibro canoso, pero no anciano, que busca Feijóo entre el recuerdo del marianismo y el casadismo recién fenecido.
Se aparecía la mezcla perfecta de comunismo y libertad: copas para todos. Bailaban con entusiasmo esos diputados que, mandando algo, todavía disfrutan del privilegio del anonimato. ¡Bailaban Bella ciao!
–Hola, somos de "Nuevas" –internamente se dice así, sin añadir el "Generaciones".
–¡Qué tal! Nosotras somos de "Nuevas" Málaga –saludaron dos chicas aparentemente simpatiquísimas.
–Era broma, somos periodistas.
–¡Sois unos rojos! –y se fueron.
¿A qué partido? A ninguno, que aquí ya cabe todo el mundo. Le decía un chaval a un diputado que él era de Vox, pero que antes lo había sido de Ciudadanos. Con esa convicción que otorgan las mejores noches –y las mejores copas– razonó científicamente para concluir: "El 90% de los votantes de Ciudadanos es hoy de Vox".
Pero el diputado del PP, que vuelve a confiar en sí mismo, le pasó el brazo por encima del hombro. No le habló del "bilingüismo cordial" ni del "centro reformista", porque todavía no se ha repartido el argumentario. Pero seguro que lo pensó. Feijóo ha inundado el Palacio de Congresos –y las discotecas– de entusiasmo. Lo ha hecho a su manera. Vean si no La Rianxeira, el himno gallego que es más famoso que el propio himno oficial, y que le cantaron sus militantes.
Era un poco raro el sitio, "Antique". Según nuestro concejal de festejos de turno, la discoteca preferida por los futbolistas y los de "Mujeres, hombres y viceversa". "Oye, ¿pero seguro que esta es la fiesta del PP? ¿No nos habremos confundido?", preguntaba otro de los invitados.
Dudó como San Pedro hasta que atisbó, en el centro de la pista, a un importante consejero autonómico que movía las caderas mucho mejor que varios futbolistas de Primera División.
Sonó, sin concesión a otro género, lo que mi tío Canuto llamaba "música de manubrio". Parafraseando el apellido de quien un día fue una amenaza electoral, se arrimaban. Y se arrimaban seguros, confiados, conscientes de que exploraban una diversidad inofensiva, que a lo sumo se traduciría, con el cigarro de después, en una leve disputa liberal-conservadora.
También pasó por allí una diputada que, con mucha más moderación, militó antes en otro partido. La prueba de que el PP de Feijóo acude a discotecas con nombre viejo, pero que parecen nuevas; que baila con freno y desenfreno; que abraza a los que se caen por las esquinas con los que mantienen la compostura; que reúne en una misma mañana de sol a los gerifaltes de la resaca con los sosos que apuñalaron a Instagram.
Ése es un buen termómetro para medir la capacidad electoral de un partido. Si entras a una fiesta de afiliados/simpatizantes y no puedes distinguir, por el mero aspecto, su procedencia ideológica... el partido tendrá una oportunidad.
Visto lo visto, conocidas las noches congresuales del PP, lo que resulta un milagro es que esta formación haya encadenado tantas victorias electorales. Porque las urnas se abren... los domingos.