Si algo quedó claro en la comparecencia de casi cuatro horas de José Manuel Albares en el Congreso para dar cuenta de la crisis de Ucrania es que el ministro está (y estará) solo. No será la primera vez, pensará el lector, que a un miembro del Gobierno de Pedro Sánchez le caen palos por todos lados, de la oposición a sus socios.
Pero sí lo es en un caso tan "extremadamente preocupante" como "un posible conflicto en Europa", en palabras del jefe de la diplomacia, que no rectificó otras de uno de sus predecesores y hoy Alto Representante de la UE, Josep Borrell: "Estamos viviendo el momento más peligroso desde que terminó la Guerra Fría. Nos enfrentamos al riesgo de un gran conflicto militar en nuestro continente".
Albares tuvo que ver cómo Antón Gómez Reino, el portavoz de su socio de Gobierno Unidas Podemos, proclamaba su apoyo un segundo después de asegurar que "la OTAN tiene rodeada a Rusia, que se siente amenazada". Y que por eso, a las "cuatro D" del ministro -"diálogo, diplomacia, desescalada y disuasión"- él le añadía una más (que eran dos): "La desmilitarización de Ucrania" como concesión a Vladímir Putin y "la desnuclearización de Europa", para tener "una estrategia propia frente a los dos bloques".
En la misma línea de imponerle a los países del este de Europa una condición de "cordón neutral", intervinieron los representantes de Esquerra, de Bildu, del BNG, de Junts y de la CUP. Este último, Albert Botran, llegó a exigir que el Gobierno "abandone eso de culpar de todo a Rusia, de claras reminiscencias fascistas".
Y por eso, otra cosa llamó la atención: cuando en otras ocasiones los socios de la llamada "mayoría de legislatura" y los grupos de centro derecha coincidían en la crítica al ministro de turno, éste salía escaldado. En este caso, quien salió con sensación de solvencia a pesar de ser atacado por tierra, mar y aire -perdonen la expresión bélica-, y de no haber perdido los nervios, fue Albares.
PP y Vox
Su empeño por exponer los hechos, tomar notas, responder punto por punto -hasta donde le permitía "la discreción necesaria para no dar pistas a quien puede querer sopesar sus opciones", es decir, Rusia- y explicar las características de la "amenaza" acotando "escenarios reales, posibles y deseables" fue constante. Otra cosa, a decir verdad, es que tuviera éxito.
La popular Valentina Martínez Ferro es una portavoz de Exteriores dura y vehemente, además el PP tenía motivos para la queja: no sólo Sánchez no ha llamado a Pablo Casado, sino que el Gobierno ha calificado ese extremo como "una cuestión doméstica que no conviene" o incluso como "chanza y anécdota".
Y no digamos del tono displicente de Iván espinosa de los Monteros. El portavoz del partido de Santiago Abascal recordó que "es tradición en el PSOE descuidar la relación de España con Estados Unidos" y que en eso, "Pedro Sánchez es esclavo de su pasado"... y de su presente. Porque gobierna "con partidarios de bolivarianos, que apoyan a narcodictadores, que son amigos del régimen cubano"... y que por eso "ni el progre de Joe Biden nos llama a su videoconferencia".
ERC, sal a la herida
Pero alguien que haya pasado siquiera un fin de semana largo de asueto no entendería qué ha pasado desde el viernes pasado hasta este martes para que todos los socios de Sánchez se afanaran para desmontar al 'Frankenstein' con el que han llegado satisfechos a la mitad de la legislatura.
Marta Rosique, de Esquerra, le planteó dos preguntas salidas de un manual de jóvenes castores: "¿Se plantea el Gobierno retirar los cazas y buques?". Y "en caso de escalada bélica, ¿el Gobierno de España puede asegurar que no intervendría?".
El ministro, al que le daban vueltas los ojos, contestó a lo primero que "esto no es una coalición de voluntarios, sino cumplir con lo que somos, socios en la UE y aliados en la OTAN". Y a lo segundo, que "más valdría no alimentar la angustia de los ciudadanos, porque no estamos en ese escenario de guerra... y esperamos no estar".
Pero la portavoz republicana decidió echar sal a la herida abierta entre su partido y el Ejecutivo -a cuenta de la Ley de Memoria, la Reforma Laboral y la Ley de Vivienda, por ejemplo- y hacer sudar a Albares: "Estos días veíamos dos posiciones en el Gobierno, la que nos gustaba del 'no a la guerra' y otra que enviaba aviones y fragatas a la guerra, jaleada por la ministra de Defensa... sepan que, si quieren, tienen mayoría en el Congreso que apostará por la negociación y la paz". El ministro se limitó a agradecer que, en ese punto, en el de buscar la paz, "coincidimos".
Y es que Albares hizo malabarismos toda la noche para no enfrentarse a sus socios y hallar una palabra, aunque fuera, en la que coincidir con ellos.
BNG y Bildu
Así le pasó también con Néstor Rego, del BNG. El nacionalista gallego no pudo decir -como los independentistas catalanes y vascos- que la OTAN es "tan contraria a los intereses de la ciudadanía" que en su región se votó NO en el referéndum de 1986. Pero sí proclamó que "sólo la justifican los intereses geoestratégicos del afán imperialista de EEUU". Calificó al PSOE del "partido de la guerra" y de fracaso por "jugar al alumno aventajado del amigo americano, que luego no se lo reconoce".
Y en un alarde de blanqueo a la invasión de Crimea o a la falsa guerra civil en Donetsk y Lugansk, que ya hace ocho años dio inicio a esta crisis bélica, acusó al Gobierno de "obviar que el incremento del apoyo militar de la UE a Ucrania y su injerencia en los procesos internos del país" ha llegado incluso al apoyo explícito a movimientos ultraderechistas, que derrocaron un Gobierno de manera irregular y espolearon el conflicto del Donbás".
El delirio llegó con Jon Iñarritu, de Bildu. Las formas elegantes del portavoz de los abertzales planteó dos escenarios alternativos para "garantizar la soberanía" de Ucrania: "Echar un pulso a Rusia, que la podría atemorizar o imponer una zona tapón no militarizada en los países fronterizos, una solución que la historia demuestra útil".
Albares, que no salía de su asombro: "¿Cómo pretende usted garantizar la soberanía de un país imponiéndole qué hacer, con quién asociarse y, lo que es peor, dejando que lo imponga un tercero? ¿Cómo le decimos a los ucranianos que ellos no pueden decidir su futuro? ¿Se da usted cuenta de que Ucrania no es un pedazo de tierra vacío, sino que tiene un pueblo, con el mismo derecho a elegir sus alianzas que usted y yo?".
Iñarritu lanzó algunas cuestiones más. Se preguntó "qué pinta España en esa Guerra Fría 2.0", reprochó al ministro "qué hace el PSOE en una foto como la de las Azores y la isla Perejil" y afeó al Gobierno las fotos de Pedro Sánchez al teléfono cuando EEUU no lo invita a la llamada clave. "Europa tiene que tener su propia estrategia, como ha remarcado el presidente francés, Emmanuel Macron", sentenció el bildutarra. "¿Van ustedes a hablar con Putin, como hace Macron?".
El ministro, en sus réplicas a quienes ya no disimulaban su lejanía del Gobierno al que dan soporte parlamentario, aclaró que la clave será que España cumpla como socio leal y aliado fiel. "Pero no a cambio de pedir otras cosas", dijo dirigiéndose algo molesto a Iñarritu, que le había preguntado -y luego enviado- un recorte de EL ESPAÑOL sobre su petición a Blinken de apoyo con Marruecos.
Estrategia europea
La tercera cosa que llamó la atención en la noche del Congreso fue que todos los presentes con turno de micrófono defendieron, cada uno a su manera y con sus causas, que la Unión Europea debe fijar ya una política exterior y de seguridad común.
Lo hicieron el PP para darle peso a la UE dentro de la estructura de la OTAN "y actuar allá donde los intereses europeos estén en juego", y lo hizo Vox, lamentando que "son las políticas nacionales las que marcan la política internacional" y que, hoy por hoy, Europa no cuenta.
Albares recogió el argumento y repitió el estribillo de que Borrell ha presentado su Strategic Compass [Brújula estratégica], que debe "fijar los intereses, establecer los objetivos y marcar las decisiones" que se han de tomar para que la UE deje de ser un enano político.
Según su visión, eso comportará -o deberá comportar- pasos adelante en Política Común de Seguridad y Defensa, es decir, algo parecido a un ejército europeo. Pero los modelos de los socios de izquierda radical del Gobierno iban más por la citada "desnuclearización" o la "emancipación del imperialismo yanqui".
Cs y PNV, alternativas
Si dos partidos salieron con bien de la sala fueron Ciudadanos, liderados en la comisión por Mari Carmen Martínez, y el PNV, cuya voz fue la habitual de Aitor Esteban.
Las dos formaciones hicieron aportaciones, reclamaron más información, afearon el "infantilismo" de los grupos de izquierda ("radical" dijeron los naranjas, y "extrema", calificó el peneuvista), y aclararon que la OTAN es un paraguas necesario y la soberanía de Ucrania, "un valor que debemos tomar como nuestro".
Por eso, probablemente, fue sólo con ellos con los que Albares se sintió cómodo de verdad: "Les agradezco el tono y el fondo de sus palabras", dijo a ambos. Es más, a la portavoz liberal le devolvió cumplidos: "Usted me dice que siempre les tendré con nosotros en este tema, le aseguro que a mí también me tendrán a su lado".
Las formas y el fondo sólo coincidieron, precisamente, en dos formaciones que suelen ser incompatibles entre sí del todo... y que últimamente emergen como la opción más fiable y estable para la segunda parte de la legislatura de Sánchez. Y una frase del ministro, varias veces repetida, lo explica todo: "En este conflicto defendemos no sólo los intereses de Europa y sus ciudadanos, también los valores, la paz y la libertad".