Hace un mes y una semana que este periódico anticipó que Pedro Sánchez había anunciado a sus colaboradores una inminente crisis de Gobierno. Y que sería de calado. Y que tenía como motivación relanzar al Ejecutivo y potenciar "la recuperación económica y social" una vez "superada la pandemia".
De todo eso, se puede decir que lo de la Covid no está del todo claro, ya que la incidencia acumulada no hace más que subir en una preocupante quinta ola. Y que de calado ha sido, pero no ha cumplido con la premisa inicial del presidente, la reducción de carteras.
Este es el séptimo Gobierno de Sánchez, el cuarto desde que está en coalición. Pero el Ejecutivo más poblado de la democracia lo sigue siendo tras esta remodelación: son 22 ministros y un presidente. Y la causa principal es que el presidente no podía permitirse tocar una sola cartera del socio de Gobierno, Unidas Podemos. "Abrir ese melón, habría supuesto problemas internos en los morados", apuntan fuentes gubernamentales. "Y problemas en el lado morado son problemas para él".
Así, sorprendentemente, en el primer valle de los caídos de Sánchez no hay un solo ministro de los que nombró Pablo Iglesias. Y y eso que él ya se fue hasta de la política. Yolanda Díaz ha negociado desde hace semanas con el presidente, le ha transmitido los graves problemas de "ninguneo" de algunos ministros, el enfado por los cambios en RTVE y que mejor no tocara en su lado. Para no levantar ampollas en el PSOE, Sánchez simplemente ha cambiado cromos socialistas.
José Luis Ábalos
Suya fue la polémica venezolana de la recepción y salida de Delcy Rodríguez en los albores de este Gobierno de coalición. Aquel marrón se lo comió él, y no González Laya, ni Grande Marlaska, cuyas carteras tenían más que ver con un posible conflicto diplomático o con una entrada ilegal en España de una dirigente sancionada por sus responsabilidades criminales en un régimen no reconocido por la Unión Europea.
Suyas han sido las tragaderas en el caso Ghali, que a punto estuvo de provocar un incidente diplomático porque sus controladores no estaban informados de la llegada de un avión militar argelino.
Suya ha sido toda la fontanería del control interno a los díscolos del PSOE que criticaban los indultos. Sólo José Luis Ábalos (Torrent, 1959) decidió asumir el fuego enemigo (y amigo) con declaraciones de pura política para hacer de paraguas del presidente.
Y suya fue la asunción de la portavocía del partido que Sánchez había encomendado a Óscar Puente, alcalde de Valladolid y demasiado lenguaraz. Antes, la llevaba, teóricamente, Adriana Lastra... pero siempre fue él quien apagó los fuegos, se puso delante del micrófono los lunes de Ejecutiva y supo dar y recibir palos.
Ábalos supo ser el número uno efectivo del PSOE cuando Sánchez llegó al poder y, sin embargo, constar como número tres, detrás de Lastra. Pilotó la operación de acoso y derribo a Susana Díaz, último bastión antisanchista
Pero suyo fue también el enfrentamiento primero velado y luego directo con Iván Redondo, por la repetición electoral de 2019 y por la campaña electoral fracasada "y errónea" en Madrid. Y suyo ha sido el fracaso en la negociación de la ley de Vivienda. Este proyecto, superambicioso y clave para cambiar la cultura inmobiliaria española, se topó con un obstáculo: el propio Redondo aceptó el órdago de Juanma del Olmo, el estratega de Iglesias, para intervenir el mercado del alquiler y los podemitas no se bajan de ese burro.
Será otro ministro el que presente la ley.
Carmen Calvo
La vicepresidenta primera ha acompañado al presidente desde que éste llegó a Moncloa, el 1 de junio de 2018. Fue ganar la moción de censura a Mariano Rajoy y encargarle a la secretaria de Igualdad del PSOE y vieja figura del socialismo andaluz la coordinación de su Ejecutivo.
Pero la segunda etapa de Carmen Calvo (Cabra, 1957) ya comenzó mal. Fuentes de Unidas Podemos confesaban, durante las negociaciones para armar la coalición, que si Sánchez la había elegido como líder de las mismas "es que no quiere que haya pacto". Así se las gastan los socios entre ellos detrás de las bambalinas. De hecho, el primer intento fracasó y hubieron de repetirse las elecciones generales en 2019: la segunda negociación se hizo sin ella, la pilotó Iván Redondo, otro de los defenestrados en esta crisis.
Al entrar Irene Montero en el Consejo de Ministros, como ministra de Igualdad, Calvo perdió lo más preciado de su cargo en el Gobierno, las políticas feministas. Desde entonces, ambas han librado una batalla sin cuartel de la que ahora ella sale derrotada. Hace dos meses, el presidente la apartó de las negociaciones y las normas paralizadas salieron adelante en una negociación rápida con Juan Carlos Campo, otro caído en Justicia.
En las dos últimas semanas, el Ejecutivo ha aprobado las dos leyes estrella de Unidas Podemos: la Trans y la del sólo sí es sí. La primera, con la "libre autodeterminación de género" incluida, a la que se negaba de plano la socialista. La segunda, después de un "peinado" de año y medio en los despachos. Dos normas que Calvo mantuvo paralizadas -hasta el punto de que fue acusada por Montero de haberle "intervenido el Ministerio"-, en su condición de coordinadora política de la labor del Gobierno.
Iván Redondo
¿Quién es (era) el hombre en la sombra? Un consultor, un comunicólogo, un politólogo, un analista, un estratega. Iván Redondo (San Sebastián, 1981) ha sido uno de los hombres fuertes de los Ejecutivos de Sánchez y muñidor de gran parte de sus estrategias, al punto de ser reconocido como el "ministro 23".
Se le han atribuido todos los calendarios de anuncios, las cadencias de llegada de las nuevas leyes; se ha dicho de él que "cualquier derrota la sabe convertir en victoria", como confesó un excolaborador suyo en Moncloa a este periódico, y que es "la persona que más rápido interpreta los movimientos en la sociedad". Esta última es sentencia de Jaume Giró, hoy consejero de Economía y Hacienda de la Generalitat republicana de Pere Aragonès.
No es un socialista, de hecho trabajó antes para dos políticos populares, el moderado extremeño José Antonio Monago y el radical catalán Xavier García Abiol. Pero llegó al entorno de Sánchez cuando éste caía defenestrado de su primera etapa como secretario general del PSOE y nuca más se fue de su lado, hasta ahora, que ha acabado "tirado en el barranco".
Junto a él recorrió España, de su mano se escribió Manual de resistencia, la especie de autobiografía del presidente (tecleada por Irene Lozano, hoy diputada del PSOE en la Asamblea de Madrid), y con él ascendió al trono socialista y pergeñó la moción de censura.
Su "mirada larga" y la capacidad de trazar marcos y planes para que los acontecimientos se vayan decantando en beneficio de su líder hicieron de él una especie de mito... que acabó estrellándose en la campaña madrileña del 4-M. Su éxito en las catalanas del 14-F se sucedió con un batacazo terrible de Ángel Gabilondo, al que convirtió en un personaje irreconocible con bandazos incomprensibles durante las semanas previas a las urnas.
Las ganas que le tenía medio PSOE -Ábalos entre ellos- y el temor que le tenía la otra mitad hicieron el resto y los cuchillos se volvieron en su contra. Este sábado se ha comunicado que la decisión de dejar Moncloa ha sido "de mutuo acuerdo" con el presidente. Pero esa filtración quizás haya sido la última contribución de Redondo a la comunicación del Gobierno. Y la nota convenientemente tuiteada, su último escrito. Porque en el discurso que leyó Sánchez no había ni una línea para agradecerle sus servicios.
Juan Carlos Campo
El presidente del Gobierno ha dejado transcurrir sólo 18 días para agradecer a Juan Carlos Campo los servicios prestados como cerebro jurídico de la motivación de los indultos de los presos del procés, un trabajo por el que Pedro Sánchez felicitó a su hasta ahora ministro de Justicia.
Campo (Osuna, 1961) tiene una relación con los altos cargos del mundo de la Justicia y una experiencia de gestión en los asuntos de este ámbito de las que carece su sucesora, Pilar Llop. Ha ejecutado, además, con fidelidad las instrucciones del presidente del Gobierno, incluso en aquellos asuntos que no veía claros, como la reforma de las mayorías para elegir a los vocales del Consejo General del Poder Judicial. Ese cambio tuvo que ser finalmente aparcado tras los toques de atención provenientes de la Comisión Europea.
Campo no ha logrado sacar adelante la renovación institucional pendiente (CGPJ, Tribunal Constitucional, Tribunal de Cuentas), pero es improbable que ésta sea la razón del cese porque quien realmente ha pilotado las negociaciones con el PP ha sido Félix Bolaños, promovido a ministro de la Presidencia.
Deja un Ministerio con numerosos proyectos de ley elaborados para modernizar la Administración de Justicia. Entre ellos está la instauración de los tribunales de instancia, un ambicioso replanteamiento de la estructura y funcionamiento de los tribunales que ya acometió en 2011 como secretario de Estado y que entonces, al igual que ahora, no ha podido concluir.
Deja también redactada una nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal, en la que se da a los fiscales la dirección de la investigación de los delitos. En la orientación de esta ley y en otros asuntos, no obstante, ha chocado con la fiscal general, Dolores Delgado, anterior ministra de Justicia y con hilo directo con Pedro Sánchez.
Arancha González Laya
La política guipuzcoana llegó al Ejecutivo en enero de 2020. Por tanto, es una de las ministras de Exteriores con menos recorrido de la democracia. Sobre todo mirando a los que llegaron, como ella, inaugurando legislatura. Sánchez la nombró con la intención de impulsar una nueva etapa de España en las relaciones internacionales, basando la diplomacia en lo económico. No parece haberlo logrado.
En realidad, su departamento ha destacado más por el impulso a la cooperación internacional con países en vías de desarrollo; a la negociación de convenios de colaboración en seguridad con estados africanos. Es decir, a trabajar con ellos contra el terrorismo y la trata de seres humanos. Pero sus críticos se preguntan por la desaparición de España en Latinoamérica, el poco peso en los ejes europeos y la inexistencia de un plan transatlántico con EEUU.
Por el contrario, las relaciones con nuestro vecino más importante fuera de la Unión Europea, Marruecos, nunca han estado peor desde la llegada de la democracia y el abandono del Sáhara tras la Marcha verde. Este sábado, Rabat celebraba su caída casi como un mérito de Mohamed VI. Y es que la iniciativa de la crisis no le es atribuible, pero su departamento jamás ha sido capaz de anticiparse a los acontecimientos ni de atemperar las arremetidas del régimen alahuí.
Oleadas de cayucos a Canarias, clausura de la aduana de Melilla, cancelación para España (Algeciras) de la Operación Paso del Estrecho para favorecer a Francia e Italia, desplantes del rey marroquí al presidente Sánchez, aplazamientos sine die de las Reuniones de Alto Nivel (RAN) y la reciente "invasión" de más de 10.000 ciudadanos marroquíes en Ceuta son sólo unos ejemplos.
Pero esa última acción agresiva de Rabat tuvo como detonante la arriesgadísima y ahora judicializada operación Ghali, por la que Laya asumió la entrada a España del líder del Frente Polisario -en nueva guerra con Marruecos-, sin pasar el control de pasaportes, para ser tratado en un hospital de Logroño. Fuentes del Gobierno confirman que se le advirtió a Laya del riesgo, ella lo asumió... y los servicios secretos marroquíes lo descubrieron.
Pedro Duque
El ministro astronauta formó parte del llamado Gobierno bonito, con el que Pedro Sánchez se estrenó en Moncloa en el verano del 18. Y se estrenó con un problemilla con Hacienda, ya en los primeros meses de su llegada. El PSOE regresaba al poder haciéndose acreedor de la limpieza, pulida ya su imagen ante la opinión pública por el paso de los años desde Filesa y, sobre todo, por los casos de corrupción acumulados en la bandeja de entrada del PP.
Pero como, por mor de su "compromiso regenerador", ya habían caído por no tener limpio el expediente fiscal o curricular Màxim Huerta, el breve, y Carmen Montón -no mucho menos-, Moncloa hizo lo posible por protegerle. Pedro Duque (Madrid, 1963) era no sólo una cara conocida, sino una apuesta: Sánchez quería impulsar, de verdad, la ciencia en un país cada vez más dedicado al sector servicios, desindustrializado y que se ha quedado atrás en innovación.
Ésa era su bandera, con especial incidencia dialéctica para atacar los años de recortes del PP. Porque aunque los populares evitaron el rescate, a pesar de que sacaron la economía española de la crisis financiera de 2008, y más allá de que se crearan nuevos empleos a un ritmo de medio millón al año, toda una generación de "jóvenes sobradamente preparados" vivía en precario. O trabajando en el extranjero.
Los proyectos de Duque o no han triunfado o no han trascendido. Y eso es lo peor que se puede decir de un ministro con una cartera de nueva creación: que haya sido intrascendente. La llegada de Diana Morant pretende subsanar todo eso. La hasta ahora alcaldesa de Gandía (Valencia) es ingeniera de Telecomunicaciones y con un CV profesional basado en el sector del I+D+i. Pero además es política y joven, lo que cuenta ahora para atraer los focos, algo que Duque sólo logró al ser nominado y, luego, al ser puesta en duda su honradez.
Isabel Celaá
En junio de 2018 saltó al conocimiento público esta política vizcaína, histórica del PSE-EE y docente de profesión. Isabel Celaá (Bilbao, 1949) tomó el Ministerio de Educación y la portavocía del Gobierno. Y en ninguno de los dos puestos se ganó los favores del público. En el cargo institucional, porque eso no lo ha hecho ninguno de los titulares de la cartera desde que llegó la democracia a España. Sólo, y quizás, Ángel Gabilondo, pero más por fracasar con buenas intenciones que por lograr nada.
En el cargo por designación, representando al Ejecutivo cada viernes (entonces eran los viernes las ruedas de prensa del Consejo de Ministros), Celaá se ganó la desafección de la prensa por sus formas, la desatención del público por su tono monocorde, y la animadversión de la oposición "por hacer campaña pro PSOE desde Moncloa".
No se ha librado de esa última crítica su sucesora, María Jesús Montero -y veremos la tercera cara de los Gobiernos de Sánchez, Isabel Rodríguez, una fiel sanchista-. Pero Celaá sale señalada por el impulso de la ley bautizada apócrifamente con su apellido, la LOMLOE, que es, en realidad y como dicta su acrónimo -"ley orgánica de mejora"-, una derogación de la LOE del PP.
Suya es también la ley de Formación Profesional, recientemente aprobada por el Ejecutivo, y una de las apuestas más poderosas del presidente. Y los planes de acreditación profesional y formación continua para trabajadores que -muy bien dotados económicamente- prometen convertir a España en un país más competitivo en los próximos años...
Pero por lo que será más recordada Celaá es por lo mal elegida que estuvo su respuesta al pin parental ideado por Vox: "No podemos pensar de ninguna de las manera que los hijos pertenecen a los padres".
José Manuel Rdz. Uribes
Si pocos conocen de verdad a Iván Redondo, menos aún saben quién era el ministro de Cultura del Gobierno de España hasta este sábado 10 de julio. De Cultura y Deportes, para más señas.
Al ser nombrado, José Manuel Rodríguez Uribes (Valencia, 1968) fue recibido de uñas por el mundo de la escena y audiovisual español. Nadie conocía de este filósofo del derecho ningún motivo para colocarlo en la gestión dela Cultura. Pero es un fiel sanchista y el presidente le ha ido dando cargos de lo más variopinto hasta ahora, que ha soltado su lastre. Por ahora, sigue en su Ejecutiva. Lo está desde el regreso del presidente a la Secretaría general del PSOE, en 2017. Veremos si sigue tras el 40º Congreso de otoño.
Había encadenado puestos por designación de Sánchez en los últimos años, como delegado del Gobierno en Madrid, y luego diputado en la Asamblea regional... Ya ministro, a la llegada de la pandemia, fue el penúltimo de los miembros del Gobierno en salir en rueda de prensa. Sólo le ganó Manuel Castells, conocido como el ministro durmiente.
Y cuando presentó sus planes de ayuda -casi dos meses después de entrar en alarma- decepcionó a todos los sectores de la Cultura, por la escasez y la inutilidad del sostén prometido.
Los capítulos que de él dependen en los componentes del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia enviado a la Comisión Europea son los más cortos y poco definidos. Y su salida del Ministerio, pese a ser un desconocido, en realidad, no ha sorprendido a nadie.