Cuando se confirmaron los resultados, la noche del 28 de abril en el Teatro Goya de Madrid, se respiraba una extraña mezcla de alivio y decepción. Alivio porque sólo un mes antes, cuando Pablo Iglesias volvía a la vida pública desde su baja de paternidad, el descalabro que auguraban las encuestas era mucho mayor. Decepción porque la mengua de fuerzas de Podemos y sus confluencias era tal que todo lo que iba a venir era malo: dirigentes sin escaño, un 30% menos de ingresos por subvenciones, más que probable ERE en la sede... y sobre todo debilidad negociadora.
Los 3,7 millones de votos eran muchos menos que en 2016: millón y medio menos. Los 42 escaños se quedaban muy lejos de los 69 diputados de tres años atrás. Y, olvidada ya en el baúl de los recuerdos la posibilidad del sorpasso por la izquierda al PSOE, la única manera de lograr un "gobierno de izquierdas" pasaba -de nuevo- por la única opción de reeditar el Frankenstein de la moción de censura.
Pero Iglesias forzó la sonrisa. Después de mucho rato convenciendo a los suyos entre bambalinas, al filo de la medianoche sacó a toda su cúpula al escenario donde le esperaba la prensa a admitir que si no buenos, la clave era que "los resultados son suficientes". Y se puso a ello.
Cuenta su entorno más cercano que el secretario general de Podemos es "un genio de la comunicación política". Ya será menos cuando los mismos que dicen esto reconocen que "muchas veces, los jefes no miden bien cómo van a reaccionar los medios y pecan de ingenuos". Como cuando conceden una entrevista a un diario supuestamente afín y ésta se convierte en "una encerrona elaborada con el argumentario del PSOE" y acaba siendo "maltratada" en posición (escondida) y espacio (pequeño) al publicarse. Pero "Iglesias sabe muy bien cómo generar los marcos argumentales que nos favorecen... y cómo llevar a su interlocutor adonde él quiere".
La satisfacción que hoy se respira en la sede de Podemos, en la calle Princesa número 2, junto a la madrileña Plaza de España, es buena prueba de ello. Iglesias está a cuatro o cinco días de lograr un hito histórico en la democracia española: colocar ministros en un Ejecutivo del PSOE. Dos pasos de frontera en uno: el primer gobierno de coalición en España y los primeros ministros verdaderamente rojos tras cuatro décadas de Constitución: lo que nunca soñó el PCE, lo que jamás estuvo cerca de IU.
¿Y cómo lo ha hecho? Para empezar, siendo fiel a sus objetivos, sin desviarse de su estrategia, y adaptando sus movimientos tácticos para terminar atrapando a Pedro Sánchez en su propia red. Cuando el candidato iba a pasar "a la ofensiva en los medios", como anticipó en una cita con periodistas en Moncloa, en la semana en la que concedió varias entrevistas a la tele en directo para imponer su relato -respondidas por el de Podemos de inmediato-, Iglesias presionó a Sánchez hasta que dijo en alto que "el escollo es él".
Fue despejando incógnitas en la ecuación, a veces por iniciativa propia, otras dándole pie a Sánchez a que lo hiciera, hasta que los líderes del PSOE se sentían este jueves triunfadores del relato: si el pacto iba a fracasar ya por fin quedaba claro que era por el ansia personal del secretario general de Podemos de sentarse en el Consejo de Ministros. Hasta que el viernes, a primera hora, renunció.
Le puso el señuelo con paciencia y el presidente en funciones cayó en la trampa: ya sólo podrá dejar de estar en funciones haciendo exactamente lo que quería Iglesias, el debilitado en las urnas, el que no controla su propio partido, el que purga a sus rivales... ¿el más listo?
1. La campaña
Todo empezó en las fechas previas a las elecciones. Durante la campaña electoral, Iglesias recuperó su tono agresivo en los mítines. Regresó a la vida pública hablando de las "cloacas", acusando "a determinados medios de comunicación y empresas del Ibex" de tener "más poder que los diputados" y reclamó el voto no ya para ganar en las urnas, sino para "entrar en el Gobierno". ¿Para qué? Para "limpiar la política", por un lado, y para "garantizar que mejoran las condiciones de vida de la gente".
Recordemos que el candidato socialista centró sus discursos de los mítines en atacar por igual a "las tres derechas" y a los "independentistas". Alimentado porque "la extraña alianza" entre esos dos "enemigos" de España le habían tirado los Presupuestos y le habían obligado a convocar elecciones, Sánchez obvió los ataques a Podemos y lo fio todo a apropiarse de sus medidas. "Es la campaña más de izquierdas que ha hecho nunca el PSOE", diagnosticaban desde el equipo más cercano a Iglesias, "pero porque nos copia todos los mensajes".
A cambio, los dos rivales de la izquierda no se atacaron de manera directa. Y tanto insistió Iglesias en mostrarse como subordinado, que Sánchez picó el anzuelo y, tres días antes del 28-A, presumió en una entrevista en El País de que el PSOE "nunca ha estado cerrado a un Gobierno de coalición con Podemos".
2. "De acuerdo en ponernos de acuerdo"
Se cerró la primera vuelta electoral a la espera del superdomingo de municipales, autonómicas y europeas un mes después. Y entre los análisis de resultados y el lanzamiento de la nueva campaña, Sánchez se inventó una ronda de contactos con Pablo Casado, Albert Rivera y Pablo Iglesias en Moncloa.
En esa reunión -supimos después-, el presidente le había ofrecido tres ministerios, o dos y la Presidencia del Congreso. E Iglesias, que creyó eso un punto de partida a la baja para negociar en adelante, se mostró en tono bajo porque en el regateo que se auguraba no le convenía mostrar todavía satisfacción, pero sobre todo las carteras eran poco menos que cosméticas.
Los dos primeros salieron diciendo que no entendían el papel asumido por el presidente en funciones, asumiendo el papel del Rey. Pero la clave es que, aunque no mostraba consonancia entre sus palabras y su gesto cariacontecido, Iglesias había logrado su primer objetivo. Antes siquiera de haber sabido si había margen para negociar nada con Ciudadanos, Sánchez ya le había concedido la frase con la que toda la prensa tituló: "Salgo de ver al presidente y estamos de acuerdo en que tenemos que ponernos de acuerdo".
3. Gobierno monocolor
Después del impás del 26-M, se recuperaron los contactos. Y lo que Iglesias quiso que fuera un superdomingo en el que coger fuerzas para consolidar su entrada en el Gobierno a base de ser "imprescindible" en cada plaza autonómica y municipal en la que el PSOE quisiese formar gobierno, se convirtió en el definitivo descalabro de su formación política.
Y eso lo quiso aprovechar Sánchez rebajando su oferta al mínimo. "Se empeñó en que lo llamáramos 'de cooperación', pero eso encerraba la negativa a que entráramos en el Consejo de Ministros", explican a este periódico fuentes del entorno de Iglesias. La segunda reunión en Moncloa no sólo salió mal, sino que inauguró las "filtraciones interesadas", siempre según estas fuentes, por parte del PSOE. Y el inicio de los cambios tácticos en Podemos.
Hasta entonces, no contestaba ni en on ni en off, pero las fuentes oficiales empezaron a responder en bajo, "para que no engañen", lo que no se decía en alto, "para defender" las negociaciones.
4. Ministros... pero "independientes"
...eso sí, de "reconocido prestigio", del "entorno de Podemos", pero "sin carnet del partido". Esa fue entre el 3 y el 5 de julio, la siguiente concesión que no le quedó más remedio que hacer al PSOE. Empeñados como estaban Iván Redondo y los demás asesores socialistas en presentar a Iglesias como un intransigente empeñado en ser ministro, filtraron una oferta imposible de aceptar: Sánchez se abría a incluir ministros "del entorno de Podemos", pero con salvedades.
En una entrevista en Tele5, Sánchez presumió de haber formado un gabinete en su momento "con una apuesta muy seria por los independientes". Y que en esta legislatura quería "profundizar" en ese campo. Razón por la que no veía inconveniente en que algunos de ellos fueran "propuestos" por Pablo Iglesias.
Pero la respuesta de Unidas Podemos, en tromba, se escribió en los términos de la campaña. "Aquí todos somos independientes... de los poderosos, de las cloacas y del Ibex 35", dijo Irene Montero, rodeada de toda su cúpula parlamentaria. "Sánchez no se arriesgará si acepta a cualquiera de nosotros, del secretario general al último militante".
5. "Cataluña es el problema"
Esta misma semana, Rafa Mayoral -ahora ministrable- comentaba en conversación con este periódico que "cada mañana nos levantamos buscando cuál es la nueva excusa de Sánchez para no pactar con nosotros". Eran todavía los días en los que los diputados de Unidas Podemos se reunían con representantes sindicales, de asociaciones antifranquistas, embajadores... para mostrar su capacidad de movilización con los desfavorecidos y su "compromiso institucional".
Una de esas excusas fue Cataluña, el 155, la defensa de Podemos de un referéndum de autodeterminación: "Yo no puedo tener en el Gobierno ministros con los que tengo diferencias sustanciales en temas de Estado como Cataluña o la relación con Europa". Pero, como ya había informado este periódico, Iglesias se había comprometido desde antes incluso de su primera reunión en Moncloa a "ser leal en temas de Estado" y a renunciar expresamente a discrepar en esos asuntos.
¿Renunciaba su esencia Podemos? No, pero alegaba que "con 42 diputados no podemos aspirar a imponer nuestros postulados en esos campos", decía un portavoz oficial, y preferían centrarse en "políticas efectivas en lo económico y lo social". Y si hacía falta una prueba, ni de Podemos, ni de los Comuns, ni siquiera el urodiputado Urtasun... ningún representante de los morados fue a la manifestación "a favor de los presos políticos" convocada el 2 de julio frente al Parlamento Europeo.
Fue quizás el primer gran error de los asesores de Sánchez: cuando trataron de explicitar el primer escollo serio para la coalición, no cayeron en que Iglesias no tendría reparos en admitir en público que eso quedaría aparcado. Y menos aún que los Comunes -su confluencia catalana- lo votaría y lo pondría incluso por escrito. Cataluña como discrepancia infranqueable no funcionó.
6. Ahora, ministros "técnicos"
Hace sólo 10 días, el presidente dio un paso más, para demostrar que el PSOE se movía y hacía concesiones "para facilitar un acuerdo". El término "gobierno de cooperación" dejó de estar en los argumentarios al mismo tiempo que eldiario.es publicaba una nueva filtración de Moncloa: Sánchez ahora sí estaría dispuesto a incluir a ministros del grupo parlamentario de Unidas Podemos, pero siempre que tuviesen "un marcado perfil técnico, no político".
Era una manera implícita de decir lo que no se quería decir: que el problema principal era el propio Iglesias. La respuesta del líder de Podemos fue calificarlo de "idiotez" -probablemente su mayor ¿y único? error en estos tres meses de escenificación negociadora-. Y EL ESPAÑOL reveló una de las últimas conversaciones entre ambos líderes. "Pablo, quizás tenga que ceder, pero yo no puedo perder un pulso contigo, así que a ver cómo lo hacemos", le dijo Sánchez a su interlocutor en Moncloa.
El PSOE filtró que Iglesias había exigido una vicepresidencia para él, y ese mismo día se convocó la consulta interna a las bases de Podemos, la ministra Celaá dijo que eso no era un problema y que "el presidente contempla todos los escenarios", y se celebró la citada comida en Moncloa entre Sánchez y algunos reporteros políticos de grandes medios... se venía la ofensiva, el contraataque, el pulso que no se podía perder.
7. "Todo roto, pero hazme un favor"
Y ese favor era que Podemos votara no ala investidura. Al menos, en el escenario en el que el presidente en funciones se empezaba a ver atrapado: después de anunciar en la Cadena Ser que "las negociaciones están rotas" el presidente quedaba en una encrucijada. Más que previsiblemente, las bases de Podemos le iban a dar la razón a Iglesias. Es decir, o coalición o nada. Pero Irene Montero se negaba a explicitar un voto negativo: "A lo mejor nos podemos abstener". Pero en ese caso, Sánchez podía salir presidente sin querer este jueves del Congreso, apoyado sólo por separatistas, nacionalistas y regionalistas.
Este periódico pudo saber de una alta fuente parlamentaria de Unidas Podemos que esa posibilidad kafkiana, que perjudicaba a los morados -porque ya no habría opción de coalición- y al PSOE -porque la Presidencia empezaría deslegitimada de origen-, ya estaba hablada entre ambos líderes.
Pero lo cierto es que Iglesias tampoco quería votar lo mismo que "las tres derechas", sobre todo lo mismo que Santiago Abascal.
...y el señuelo
Sánchez atacó duro diciendo el referéndum interno de Podemos no era más que "una mascarada" y una "trampa" para esconderse detrás de las bases "y volver a votar no a mi investidura". Y unos días después, cayó en la trampa espetando que él necesitaba "un vicepresidente que defienda la democracia española", señalando -por fin con nombres y apellidos- a Iglesias, el presunto empeñado en ser vicepresidente. "No se dan las condiciones para que entre en el Gobierno", dijo en una entrevista televisiva. Una más...
Ahí fue cuando Sánchez se pilló los dedos definitivamente. Eso era el jueves, y a la mañana siguiente Iglesias recogió el guante: "He estado reflexionando y yo no voy a ser la excusa para que no haya un gobierno progresista en este país".
Ahora, en el Consejo de Ministros podrán entrar todos los demás. Él da un paso atrás y entre cuatro y cinco carteras caerán en manos de Unidas Podemos, si hacemos caso al "convencimiento" de Adriana Lastra. Tendrá Ministerios a pesar de perder millones de votos, más allá de perder confluencias y a su alter ego Errejón, consolidado su poder en el partido. Si el problema era Iglesias, ahora tendrá a sus fieles en Moncloa, y si dentro del Consejo de Ministros habría estado obligado a callar sus discrepancias, puede que desde fuera, encima, se sienta más libre. Y hasta con el permiso de Celaá.