Al fondo de un gigantesco y diáfano hangar, dispuestos en hileras convenientemente separadas las unas de las otras, unos 50 jóvenes reciben las últimas instrucciones. Una mampara separa la actividad que tiene lugar durante la mañana en el pabellón de esta clase magistral, una lección de gran relevancia para el cometido que se les ha asignado. Todos son militares.
La mitad viste el uniforme reglamentario, de color rojo y amarillo. El resto exhibe la vestimenta azul, también exigida por la normativa de sus batallones. Alguno de los soldados extrae, con un lápiz en su cuaderno, las ideas fundamentales de la voz del instructor que imparte la sesión. Esta resonará por lo menos durante una hora a lo largo de la estructura de la nave. Son las últimas notas antes de emprender, en las próximas semanas, un reto que se les antoja crucial.
- ... Y me quedo con su nombre. Y ahí viene una de las grandes bazas que tenemos que tener bien arraigadas en nuestras técnicas de comunicación: es la escucha activa, pequeños detalles que luego yo puedo utilizarlos a lo largo de la comunicación, como por ejemplo el nombre. "María, entonces me decías...". Escucha activa, señores. ¿Quién está al otro lado? No es solo cumplir el objetivo, sino hacerlo del mejor modo posible.
El reloj marca las once de la mañana del viernes. Pocas horas antes de que la Ministra de Defensa, Margarita Robles, anuncie que las Fuerzas Armadas acudirán el próximo lunes en auxilio de Madrid, la Comunidad Valenciana y Murcia, poniendo a su disposición varios pelotones de rastreadores militares ya instruidos, este nutrido grupo de la Unidad Militar de Emergencias (UME) escucha con enorme atención los consejos que les están proporcionando los psicólogos del cuerpo.
Su labor es vital: consiste en trazar, a petición de las autonomías, un mapa de contagios formado por aquellos que han dado positivo en la Covid-19 y sus contactos estrechos. Un mecanismo de prevención cuya utilidad ya ha quedado demostrada en los últimos meses.
A lo largo de unas pocas horas, dos reporteros de EL ESPAÑOL podrán observarles de cerca, en plena faena, estudiando las nociones básicas para efectuar este nuevo trabajo. El objetivo, explican fuentes del Ministerio de Defensa, es que, en un plazo de una semana, cada uno de los efectivos pueda estar perfectamente formado para la misión que ahora les toca emprender, en plena segunda ola del virus en España.
Según datos de Sanidad, todas las comunidades salvo Cataluña, el País Vasco, Castilla-La Mancha, Aragón y Extremadura habían solicitado esta ayuda. Todas las ramas militares (Ejército de Tierra, Ejército del Aire, la Armada y la UME) proporcionarán personal de sus unidades para desarrollar la tarea encomendada.
La inmensa mayoría de los hombres que atienden en el hangar formaron parte de la Operación Balmis. Durante algo más de tres meses, de mediados de marzo a mediados de junio, salieron a las calles de toda España para combatir el virus. Recogieron cadáveres de las morgues de los hospitales. Desinfectaron residencias de ancianos. Montaron hospitales de campaña. Habilitaron centros polideportivos como cámaras mortuorias provisionales.
La empresa que ahora tienen por delante, tan importante como aquellas, es bien distinta. Ha sido bautizada bajo el nombre de 'Operación Baluarte', una denominación con la que el ministerio quiere resaltar el trabajo de las Fuerzas Armadas "como punto fuerte de la defensa contra el asalto de tropas enemigas".
De enfermera a rastreadora
La teniente enfermera Virginia Gimeno Cortés tiene 24 años y hace apenas unas semanas que entró en la UME. Es una de las rastreadoras del Ejército. Antes de convertirse en militar, cursó la carrera de Enfermería en la Universidad Complutense y luego se puso a trabajar como enfermera en unidades de Cuidados Intensivos. Llevaba un año completando la formación para acceder al puesto.
Virginia completó su instrucción este verano tras graduarse como la primera de su promoción. Meses atrás fue una de las protagonistas de las labores en la Operación Balmis. Lo hizo en la UCI del Hospital Gómez Ulla de Madrid. "A nivel profesional y personal fue duro. Estaba acostumbrada a trabajar en unidades de cuidados intensivos y tú te piensas que el trabajo va a ser igual. No tuvo nada que ver. Yo estoy acostumbrada a ver la muerte de pacientes pero no a ese nivel. A ver gente tan joven ingresada, falleciendo, la sensación de no dar abasto, de que no había boxes suficientes. A nivel profesional aprendes mucho, pero fue muy duro. Es algo que creo que la gente tiene que ser consciente, de que se ha vivido".
Ahora ha sido seleccionada para convertirse en rastreadora.
-¿En qué consistirá su trabajo?
-Al ser teniente enfermera, los oficiales constituimos la jefatura de las Unidades de Vigilancia Epidemiológica. Nosotros coordinaremos todo. Gracias a nuestra formación sanitaria avanzada, les podremos orientar en cualquier duda que tengan.
Por el momento, los rastreadores militares ya han realizado el seguimiento a su propio personal. Deben localizar tres situaciones muy concretas para luego iniciar el trazado de ese mapa de contactos: indagan hasta encontrar casos positivos, casos sospechosos o casos probables.
El tiempo vuela tras una jornada completa al teléfono, llamando una y otra vez a un extenso listado. Cada comunicación es diferente. Algunas llegan a prolongarse durante más de una hora. Otras concluyen mucho antes. El objetivo es detectar una de las piezas de ese puzzle y luego comenzar a tirar del hilo. "Les citamos si es necesario para que acudan a hacerse la prueba PCR si procede".
Antes de ponerse manos a la obra, en las Fuerzas Armadas han tenido que realizar durante este verano una suerte de cribado para seleccionar, de entre todos sus hombres y mujeres, a quienes poseen las cualidades idóneas requeridas para la labor de rastreo. Buscaban soldados con soltura en el diálogo, con ciertas dotes comunicativas, habilidades para las relaciones sociales y conocimientos en informática.
Una vez elegidos llega el momento de impartirles una serie de lecciones básicas. Los rastreadores, durante esa fase de formación, que no se suele prolongar durante más de siete días, aprenden cómo preguntar, cómo entablar conversación con una persona a la que no conocen, estudian técnicas para crear un ambiente propicio en la conversación.
"Los contenidos han sido elaborados por personal especializado de las Fuerzas Armadas", explica el cabo 1º Víctor Oliva, de la Escuela Militar de Emergencias (EME). "Tanto médicos como sanitarios como personal de apoyo a las unidades que están interviniendo. En tres días, una persona que ha realizado el curso y ha superado las evaluaciones está preparada".
El factor de la psicología
Algunos de los gigantescos vehículos de color rojo de este regimiento descansan en el interior del hangar mientras unos y otros efectivos realizan las primeras tareas del día. Son las máquinas que se convirtieron la pasada primavera en sus principales armas contra la covid: los enormes camiones, los nebulizadores portátiles, los trajes especiales de protección. Incluso los cañones que adaptaron para rociar grandes superficies con líquido desinfectante.
Ahora son otras las herramientas de las que disponen, no por ello menos ventajosas: hablamos de los teléfonos, de los ordenadores, de la empatía y el don de la palabra.
Pero para que este catálogo de instrumentos en la lucha contra el coronavirus surta el efecto deseado, necesitan una serie de directrices: "El aspecto psicológico es algo fundamental en lo que nos están incidiendo mucho. Las personas pueden no tomarse bien la situación - apunta la teniente enfermera Virginia-, y por eso importante tener algo de mano izquierda para saber orientar a las personas".
Se trata de darle valor a todo esto. Y por eso el equipo de 4 psicólogos con el que cuenta la UME está cumpliendo un papel fundamental en la formación de los rastreadores. "Lo importante para nosotros no es solo el cumplimiento de la misión. El cómo se hace es lo importante. Queremos que la población nos note cercanos, y que después de tener una conversación con alguno de nuestros militares, se sientan como parte de la solución del problema y que tengan, al finalizar la llamada, un sabor de boca agradable".
Quien habla es Alberto Pastor Álvarez, capitán psicólogo de la Unidad Militar de Emergencias. Para conseguir ese objetivo el y sus otros tres compañeros de equipo han diseñado una formación en habilidades de comunicación que refuerza el curso ya recibido por los rastreadores.
-¿Cuál es la clave?
-"Tenemos que comprender la situación de la persona que está al otro lado del teléfono. No vale con recoger los datos. Tenemos que ser cariñosos y empáticos, conseguir que la persona se quede tranquila, no generarle preocupación".
Tanto Alberto como el resto de integrantes del equipo de psicólogos viajarán en las próximas dos semanas por toda España para inculcar los mismos conceptos en todos los regimientos de este cuerpo de las Fuerzas Armadas. Tal y como han hecho en la base madrileña, impartirán sesiones en las que dotarán a los jóvenes soldados de las líneas maestras para llevar a buen puerto este nuevo cometido.
"Esa misma sensación de cuidar a nuestra gente es la que queremos trasladar a quien esté al otro lado de la línea". Mientras Alberto habla, los nuevos especialistas asienten y anotan. Interiorizan lo sustancial. Subrayan la esencia del cometido.
Mientras tanto, en la improvisada centralita telefónica cae la tarde, y Virginia termina su jornada matinal. Permanece, como el resto de sus compañeros, a expensas de las instrucciones que reciban de la comunidad autónoma. Será ese organismo el que les indique lo que necesitan.
La joven, entretanto, apela al ciudadano para hacerle partícipe de la misión que se les ha encargado. "Queremos que se den cuenta de la importancia que tienen. Su papel es muy importante para cuidar de su familia, de su barrio y de su ciudad. Tenemos que tratar de hacerlo. Confiad en nosotros".