El objetivo es liberar Mosul. Por lo menos, en una primera fase de la operación. Y, después, acabar con la “persecución bestial” a la que “son sometidos los cristianos”. Carlos y Miguel, fusil en mano, estudian desde las trincheras del Kurdistán iraquí los movimientos de los combatientes del Estado Islámico. “La guerra se convierte en rutina”, comentan los dos hombres: uno, formado en la Legión; el otro, en los Grupos de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra español -también conocidos como boinas verdes-: “Es increíble que uno pueda quedarse dormido entre disparos, sólo te rompe el sueño el estruendo del ametrallador”.
En la habitación del legionario y del boina verde hay un par de mochilas con sus enseres. De una de las paredes cuelga una bandera española con un mensaje: “Reinaré en España, ¡viva Cristo Rey!”. Una figura de la Virgen de Lourdes, en un rincón; un patito de plástico vestido con hábito franciscano, en el otro. Las armas, siempre a mano. Poco más necesitan para emprender su lucha.
Los dos españoles alcanzaron el frente el 11 de enero. Tras unos primeros días de adiestramiento y preparación de material, marcharon a primera línea de combate. El 15 de enero tuvieron su bautismo de fuego. “Se vislumbran las luces del campo de batalla, mezcla de luz de focos, fuego y humo”, relatan sobre aquella noche Carlos y Miguel, que no quieren revelar su identidad y prefieren usar nombres ficticios. Se consideran a sí mismos “voluntarios” en el frente contra el Daesh. “Brillos y luces nos dan razones suficientes para disparar”, añaden.
Carlos y Miguel hablan en plural, siempre refiriéndose a un colectivo más amplio. Se sienten integrados entre los Peshmerga, combatientes kurdos armados, con quienes comparten vida entre las trincheras en las localidades de Kirkut y Hawija. Con ellos entrenan, hacen guardias y patrullan. A veces lucen su uniforme, aunque siempre tratan de mantener algún distintivo de la Legión o de los boinas verdes. Comen arroz, patatas y verduras en los ranchos, servidos en recipientes de plástico. Con suerte, cazan algún pájaro que llevar a la cazuela. Otros grupos, como el PKK, e incluso las Milicias Cristianas, combaten desde las mismas retaguardias.
A través de un teléfono móvil se comunican con un pequeño círculo de personas, apenas un puñado de familiares y amigos que saben dónde están y su lucha contra el Estado Islámico. “No os preocupéis si no hay noticias en unos días -les comunican los “voluntarios” a través de un mensaje-. Estaremos aquí días, hay escaramuzas”. También van actualizando los contenidos de una página de Facebook -“Apoyo voluntarios españoles contra Daesh”- en la que van narrando su día a día.
“Quienes los conocemos tenemos una mezcla de sensaciones: estamos preocupados, pero, a la vez, orgullosos”, relata un amigo del boina verde en conversación con EL ESPAÑOL. “No sé si es usted cristiano… -comenta-. Pero ellos ven que están haciendo algo que es de justicia. Piensan que quizá mañana no estén aquí, pero están convencidos de que están ayudando a ganar una guerra que, a priori, no se sabe cuándo va a terminar”.
Este amigo asegura que Carlos y Miguel están “bien” e “ilusionados”, combatiendo contra una serie de “líneas rojas que alguien no puede tolerar”: “Tienen conocimientos militares y están preparados para este tipo de cosas -afirma-. Pueden caer en combate o ser heridos. Si eso ocurre, ya se encargarán los kurdos de ellos”.
3.000 euros a fondo perdido
Llegar hasta el frente iraquí supone recorrer un camino arduo. Sobre el mapa, se viaja desde Francia hasta la región kurda del país islámico, con varias etapas por el camino. Pero la mayor dificultad está en salvar las trabas burocráticas para alcanzar el escenario del conflicto y contactar con los combatientes kurdos.
Una organización francesa, con el nombre de Dwekh Nawsha [en siríaco, “los que se sacrifican”], gestiona todos estos trámites. También el visado, con una duración de seis meses. Los “voluntarios” que deseen incorporarse a las filas deberán abonar, aproximadamente, los 3.000 euros que cuestan los billetes y otros gastos de transporte. “Es a fondo perdido”, explica el amigo de los militares españoles. En el precio también se incluye arma y munición, pero cada efectivo también puede gestionarse su material: “Cuanto mejor sea su equipo, más posibilidades de sobrevivir”, asegura.
Los Peshmerga ofrecen la manutención de los combatientes extranjeros: hogar y comida. También les proporcionan un permiso de armas, para no tener problemas con las autoridades locales si llevan consigo sus fusiles. Los civiles kurdos, aseguran, están comprometidos con la causa: de cada cuatro semanas, tres la dedican a sus labores y una la pasan en el frente, en una guerra “que no saben cuánto tiempo va a durar”.
El regreso a España
En julio de 2015, la Audiencia Nacional juzgó a dos jóvenes españoles que habían combatido, integrados en las filas del PKK -Partido de los Trabajadores del Kurdistán, con reivindicaciones independentistas- contra el Daesh en Siria. El juez Eloy Velasco les imputó varios cargos, entre ellos, el de integración en organización terrorista. Ambos quedaron en libertad con cargos.
El boina verde y el legionario han tomado varias medidas para esquivar los envites de la Justicia a su regreso a España. La obtención de un permiso de armas, les han afirmado desde la organización francesa Dwekh Nawsha, podría servirles para evitar un delito de tenencia ilícita. Además, están integrados en las filas de los Peshmerga, tropas reconocidas por la comunidad internacional, y no en las del PKK, considerado un grupo terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea.
“Ellos asumen que si vuelven a España van a tener problemas, aunque no saben cuáles”, reconoce su amigo. Según su juicio, es la forma con la que el Gobierno evitará que “mil tíos” sigan su ejemplo y se marchen a combatir en territorios sirios o iraquíes. Pero lo que ocurra dentro de seis meses, asegura, no les inquieta: “Cuando alguien se va de España para jugarse la vida allí, esa es su menor preocupación”.
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