Negacionistas del mundo, disuélvanse.
Que la gota fría y las riadas son al otoño lo mismo que las mariposas al verano es un hecho. Con una terrible coincidencia. Las DANAS no son lo que eran. Cada vez son más duras; cada vez, más poderosas; cada vez, más peligrosas… Más y más, como estamos viendo con esta última que nos ha asolado, y digo nos, porque asuela al país, aunque obviamente más a las zonas reventadas por el dolor y la muerte. Y las mariposas cada vez nos visitan menos, porque existen menos.
Negacionistas del cambio climático, que aún existen, reconozcan que estos fenómenos atmosféricos temporales fuera del espacio temporal se extreman debido al comportamiento humano y su uso de energías fósiles, entre otras. Digan en voz alta que sí, que este cambio climático que estamos viviendo no es que provoque la DANA, pero si la acrecienta, hasta la catástrofe, que por desgracia hemos vivido tan cerca y ha afectado a tantos nuestros, vivamos donde vivamos, porque Valencia somos todos.
Reconozcan de paso que las olas de calor y los cambios atmosféricos adversos se esconden detrás de la pérdida de biodiversidad y por ende de especies como las mariposas que, a diferencia de lo que sucede con las Danas, tienen una presencia menor y más débil. Y poca es la trascendencia que le estamos otorgando.
El dolor, el duelo de la afectación de la DANA, de los daños materiales, desde luego, pero especialmente de las víctimas mortales colonizarán corazones y mentes de todos durante generaciones. Así, al menos, debería ser, salvo que deseemos inmolarnos socialmente sin solución de continuidad. Un dolor no paralizante, sino apuntalador de cambios. Potenciador de unidad. Y de ecoconciencia. Despertador de nuevas realidades para las que hay que estar preparados social y políticamente, sin paliativos y sin polarización que valga.
Negacionistas de la violencia contra las mujeres, disuélvanse también.
¿Qué golpe se han dado algunos? ¿Qué hace que existan seres que de pronto pierden la capacidad no solo empática, sino moral incluso, de ponerse en el lugar del otro? ¿Qué diablos convierte a un ser aparentemente normal en un depredador? ¿Qué condice a ser personaje de día y (mala, deshonesta, mezquina) persona de noche? ¿Qué extraña pócima convierte al repelente social en vulgar repugnante depredador?
A estas alturas, y después de todo lo dicho y escrito sobre ese hasta ahora político de cuyo nombre no quiero acordarme, pensaba que no tendría ya el cuerpo para seguir hablando del tema que solo la DANA ha sido capaz de sepultar algo bajo las aguas de tamaña catástrofe.
Lo digo con el debido respeto a quienes han experimentado la desgracia en cualquiera de sus fórmulas, pero esa otra acallada por la mucho más grave actualidad es una DANA social y no debe olvidarse ni minimizarse.
Porque hay víctimas también en esa otra. Porque hay daños y diría duelos. Porque existe síndrome post traumático y, deseo, un aprendizaje social mayor: nunca hay que infravalorar denuncias ni supuestos. No es solo que cuando el río suena agua lleva, es que cuando suena la alarma hay que prestar atención.
Y la alarma había sonado
Y ahora toca trabajar para estar, como no puede ser de otra manera, del lado y al lado de las víctimas. Siempre. El maltratador, el depredador, el violador, el extorsionador tendrá sus problemas, que seguro los tiene, pero el problema es él. Y este crecerá cuanto más lo haga su supuesto poder. El que causa quebrantos es él: a las víctimas. No le busquemos ni un pie a sus gatos.
Me decía una eminencia psiquiátrica, el doctor Jesús Artal, jefe de psiquiatría del hospital Valdecilla de Santander que hay que huir de los fríos datos. Me lo decía justo antes de su intervención en la I jornada de Salud Mental, organizada el día 30 de octubre por El Español, Invertia y Magas. Me hablaba de enfermedad mental y de suicidios. Y yo pensaba en enfermos y víctimas. Pensaba en su desgracia personal, esa que puede desembocar en el mayor acto de autodestrucción posible. Y pensaba en nombres.
En aquella jornada se habló en múltiples ocasiones, como se hace a menudo, de la persona y de la necesidad de colocarla en el centro. Se hablaba, por tanto, de humanización. De humanización posible y necesaria. Y la imaginaba en la política; también en la empresa.
Imaginaba entonces la empatía requerida para ponerse en los zapatos del otro. Esa que hace dar un frenazo o acelerar en actos que humanizan o deshumanizan simplemente trasladando la acción sobre otros a la que ejecutarías sobre ti o sobre uno de los tuyos. Segundos que pueden cambiar casi todo. Y no es buenísimo.
No me refiero al supuesto enfermo, seguramente enfermo, aunque solo sea de prepotencia, machismo y poder, que ya es en si enfermedad a tratar. No hablo del depredador sexual que parece que en su adicción lleva la carga horrenda de lo imparable. No hablo del maltratador.
Hablo de quienes sabiendo o sospechando no solo callaron sino que pudiendo tanto hicieron tan poco. Hablo de quienes ya habían escuchado que el problema existía y no lo vieron, no quisieron verlo. Y no lo hicieron sencillamente por desprecio a quienes estaban al otro lado del espejo, al fin y al cabo mujeres.
No quito un ápice de responsabilidad al único que de verdad la tiene. El denunciado es el solo protagonista punible. Pero hay que añadir un acento grave a quienes conociendo denuncias las desoyeron y prefirieron seguir como si nada sucediera, agravando si cabe la posibilidad de echar leña al fuego. Porque un depredador con poder ya se sabe que se crece. Es inevitable. Así que no escuchando las denuncias, no haciendo bien las diligencias debidas, se estaba premiando al "malo", poniendo además a su alcance más herramientas de maldad.
Ya saben, atención a las alarmas, a todo tipo de alarmas. Sin alarmismo, pero con eficacia.