En mis clases sobre Comunicación y Moda, suelo dedicar parte del tiempo a la sostenibilidad. ¿Porque está de moda? No. ¿Contra la tentación de verla como tal? Sí. Pero además porque tengo la sensación de que no toda la orquesta toca la misma partitura. Es más, muchas veces esta es inexistente y la mayoría no sabe leerla.
El caso es que en una de mis últimas charlas hablábamos de la responsabilidad individual, que es una de esas manías con las que vine de fábrica y que exhibo a la primera de cambio.
La realidad es que aquel día había amanecido lluvioso, pero a la media mañana más bien primaveral de una clase de cuatro horas le había dado tiempo a cambiar varias veces la iluminación natural. Mientras, la del local del centro de Madrid en el que nos encontrábamos se había mantenido inalterable, ¡con la totalidad de las luces encendidas!
De pronto, me separé del estrado desde el que hablaba y busqué –cual posesa– los interruptores de la luz para apagarlos, dejando atónito a un público que en su mayoría se echó unas risas a mi costa. Entre bromas, captaron cómo era fácil seguir al trantán sin cambiar nada y cómo si no lo hacemos nosotros a través de pequeños gestos, la realidad –la gran realidad– tampoco cambia.
El caso es que los consumidores tenemos la palabra. La de la luz también, un poco. No es nuestra responsabilidad el recibo. Faltaría más. Pero la situación financiera está variando, a peor, y algún gesto nos compete. Si además ese gesto financiero es sostenible, más a mi favor.
Es cierto que me parece exagerado esa pulsión cada vez más generalizada de darnos a los consumidores la mayor responsabilidad. Porque no es justo. Pero tampoco está de más recordar lo que valemos, nuestra capacidad para hacer y, desde luego, deshacer.
"Cuando hablamos de consumidores, hablamos de personas y también, de alguna manera, de empresas"
Y cuando hablamos de consumidores, hablamos de personas y también, de alguna manera, de empresas. Y es trascendental poner de manifiesto cómo el modelo de negocio de cualquier industria está formulándose hacia una transformación deseada y necesaria.
La reglamentación es fundamental. Y cada vez profundiza más, ahora, por ejemplo, para acabar con los residuos, tal y como se está debatiendo en el Consejo y en el Parlamento Europeo. Pero ¡ojo, Europa!, que puede que sea justa la regañona de algunos que te acusan de una mirada unidireccional con el foco medioambiental en el centro de la diana.
Por supuesto que es necesaria para lograr cero emisiones. Pero quienes protestan dicen que te estás olvidando la “S” de social y, por tanto, de los trabajadores, es decir, de las personas.
En especial, es fundamental crear no sólo un clima laboral en el que los derechos estén respetados –faltaría más–, sino en el que se proporcione leche y miel, como dice mi amiga Carmen –tengo varias, pero ella sabe–, que aplica al empresario las teorías del amor maternal expresadas por Eric From en El arte de amar. Y cuando habla de leche se refiere a un trabajo o a un salario. Pero cuando habla de miel, al amor al trabajo, al compromiso.
Resulta de vital importancia que una visión global de la sostenibilidad se extienda y que, cual martillo pilón, se recuerde su trascendencia. Y ese es el motivo por el que se insiste –por el que insistimos algunos– en la necesidad de que el máximo órgano de gobierno de las compañías, es decir, el consejo de administración, sea también globalmente sostenible.
Si grupos de interés, accionistas, gobiernos y reguladores y muchos sectores industriales clave trabajan avanzando hacia una sostenibilidad entendida como factores ESG (medioambiental, social y gobernanza, por sus siglas en inglés), los miembros del consejo deben vibrar en la misma longitud de onda, con capacidad para añadir a sus funciones la de supervisar estos objetivos relacionados con la sostenibilidad que debería impregnar el ADN de todas las compañías.
Es cierto que para algunos es relativamente nuevo. Y no lo es menos que cada vez hay más consultoras empeñadas en el buen fin de ayudar y orientar a los consejeros y a la empresa en estas cuestiones, muy en especial a los profesionales de las finanzas. Yo tuve el privilegio de asistir a los cursos de Valora y AltoPartner para consejeros frente al reto de la sostenibilidad global, realmente instructivos. Y hace unos días me enteré de una nueva jornada que ambos organizan en su Foro ESG Council, con el título Financiando energía y clima, retos para el CFO, que me pareció muy interesante, el próximo 27 de abril.
También me ha resultado útil el informe The push to net zero emissions: where the board comes in, elaborado por el Observatorio de Consejos de Administración de PWC. He extrapolado sus conclusiones sobre emisiones cero a la totalidad de los aspectos ESG que han de conocer los consejeros.
Desde luego, han de saber si la empresa tiene objetivos relacionados con la sostenibilidad, y cuáles y cómo son, pero también informar sobre el riesgo reputacional de ignorarlos.
Como he dicho, esos objetivos deben impregnar a toda la empresa, con especial atención a los ahorros de energía, la transición hacia las renovables y la reducción de residuos. Y ayudar en el seguimiento de normativas, en la monitorización de mediciones y control tanto de temas relacionados con la descarbonización, como de los que tienen que ver con asuntos sociales y de gobierno corporativo.
Con todo ello será más factible, que no más fácil, alcanzar la meta de la sostenibilidad.