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En la calle Vitrubio, en un edificio racionalista de color blanco, rodeado de cipreses y fuentes planas, se levanta la Fundación Ramón Areces. Esta institución, creada en los años setenta y presidida ahora por Marta Álvarez, recibe a sus visitantes con un retrato de su creador en el zaguán, el conocido fundador del El Corte Inglés, con la mirada fija detrás de sus gafas redondeadas.

Hoy nos encontramos en persona, en ese lugar, con un recién regresado, el científico Armando del Río, doctorado en ciencias químicas y experto en señalización celular, fibrosis, cáncer, reprogramación del ambiente tumoral y mecanotraducción. La Fundación ha conseguido que esta eminencia regrese a España para liderar un proyecto con sede en la Universidad Carlos III, que parte con una dotación de un millón doscientos cincuenta mil euros.      

¿Sigue siendo la investigación en España una forma de generosidad? 

Totalmente. Es una profesión que no está reconocida. Tienes prestigio, se oye lo que dices, pero la sociedad no está concienciada de la necesidad de la investigación ni de los medios que necesitamos.

Quizás sea culpa de nosotros mismos, porque nos concentramos en hacer ciencia y no labor de divulgación y no se entiende por qué hay que dedicar, por ejemplo, un tanto por ciento del producto interior bruto a la investigación. Es algo que un alemán tiene bien entendido, un americano igual, pero en España cuesta entender por qué tenemos que poner dinero en la investigación.

Es importante darse cuenta de lo que significa atraer a una persona con un nivel de conocimientos alto en cualquier área, de cómo puede ayudar a la sociedad, ayudar a solucionar problemas y retos, no solo médicos, sino en cualquier tipo de innovación. 

En otros países, sin embargo, la importancia de investigar está casi en el ADN… ¿Por qué?

Quizá tenga que ver con la labor de divulgación, con estar enseñando más lo que uno investiga y para lo que sirve. Hoy me decía un compañero que tenemos programas de MasterChef para enseñar cocina a los chicos. ¿No serían posibles programas sobre por qué es necesario investigar o por qué la ciencia es imprescindible? Esto ayudaría mucho a crear conciencia social. 

Esta mañana, en una entrevista de un ámbito totalmente distinto, me hablaban del poder de la televisión. Según he podido saber, en España solo el año pasado internet y la televisión igualaron su audiencia, siendo ambas muy parecidas…    

Todavía sigue siendo la reina de la comunicación. Es clave en el ámbito general. Los menores de treinta años pasan mucho tiempo en redes sociales, pero la mayoría de las familias ven mucha televisión, y también consumen tiempo online.  

El investigador Armando del Río en su vuelta a España de la mano de la fundación Ramón Areces. Cedida

¿Fue la suya una vocación temprana?

Sí. Tengo colegas que me dicen que iban para futbolistas o cosas así, yo siempre quise hacer ciencia. En mí está la necesidad de saber, tengo mucha curiosidad. En un futuro, no me veo en casa retirado, sin poder pensar, sin poder curiosear. Eso es una cosa intrínseca en mí, me gusta y la necesito. 

¿Su brillante carrera a partir de encuentros fortuitos o descubrimientos que tuvo o la dirigió conscientemente?

Digamos que yo tuve la posibilidad de irla armando. Cuando estuve en Columbia University en Nueva York, elegí un área que era prácticamente desconocida en ese momento, la mecanobiología. Hoy muy reconocida pero que entonces estaba en sus inicios. Estudia cómo las fuerzas mecánicas pueden influir en las funciones de los tejidos y las células.

Hice una investigación básica en este caso y luego, cuando empecé mi investigación principal como independiente en Londres, en el grupo decidimos aplicar todo lo que habíamos aprendido de mecanobiología en el contexto del cáncer y entrar en este campo con un ángulo completamente diferente, en el caso concreto del cáncer más frecuente de páncreas.

Y eso es importante, porque muchas veces desde la medicina los temas se ven desde un sólo ángulo, pero al venir de otro ámbito no estás condicionado por los pensamientos de la clínica, puedes traer un enfoque fresco y renovador con una posible solución a los problemas que antes no se veía.

¿Cuál cree que es el mayor error al investigar? 

No tener hipótesis alternativas. Puedes hacer un proyecto no basado en hipótesis, como por ejemplo estudiar cuáles son las moléculas involucradas en un proceso. O partir de una hipótesis. En ambos casos, si tú no das opciones a alternativas, si te centras obstinadamente en querer obtener tu resultado, ese es el peor error.

Uno ha de tener claro una idea de lo que quiere investigar, pero no cerrarse a lo que puede ocurrir. Pocas veces lo que predices ocurre, y nunca al 100%; la capacidad de ser flexible e identificar dónde tu hipótesis ya no vale, es importante.

El mayor error es seguir de forma obstinada pensando que tu hipótesis es correcta, aunque los experimentos te estén diciendo que no. Tendemos a ser muy protectores de nuestras ideas, porque si no persistes en ellas puedes claudicar antes de llegar a un resultado, pero hay que tener un balance de hasta dónde puedo ser obstinado con mi idea cuando tengo evidencias de que no es factible. 

Armando del Río en su intervención en el auditorio de la Fundación Ramón Areces. Cedida

¿Y las técnicas computacionales, y la temida IA? ¿Cuál es su opinión?     

Yo apoyo la inteligencia artificial hecha de forma consciente, creo que tiene mucho que decir en los próximos años en las ciencias biomédicas y en particular en el conocimiento de los procesos del cáncer, por el procesamiento de datos, pero sobre todo por el de imágenes.  

El futuro del cáncer

¿Cómo se le ocurrió la poco evidente idea de aplicar lo 'mecánico' al cáncer?

La investigación básica es importante pero al final hay que buscar cómo la aplicas, qué haces con ella, yo podía haber aplicado lo que sabía, al área de cardiología, pero sentía interés y curiosidad en los procesos oncológicos. Y sentía que era un área que de forma natural tendría aplicación. 

¿Por qué? 

¿Cómo se detectan los tumores? Por palpación física, porque los tejidos se vuelven más rígidos que los tejidos normales, es decir, pensé que tendrían que tener una mecanobiología muy diferente.

Si tú tienes dos tejidos, uno enfermo y uno sano, y confirmas que la mecanobiologia del enfermo es diferente a la del sano, de entrada podrías intentar reprogramar el enfermo. Tiene que haber una comunicación mecánica aberrante en ese tejido, esa es la idea de partida, que la mecánica podría tener importancia en ese proceso. 

¿Cuál fue su primer hito en este descubrimiento? 

El primero fue que mecánicamente se activaban unas células; la mayoría de tumores sólidos están rodeados de una masa fibrótica, que se conoce como 'microambiente tumoral'.

Los miofibroblastos son unas células que están rodeando a la célula enferma, y nosotros en el laboratorio desarrollamos un protocolo y vimos que se activaban con la rigidez y al revés.

Esto nos hizo llegar a la idea de que tenían un bucle de aplicación de fuerzas, detectando la rigidez y activando o desactivando. Eso es muy importante. Unos años después descubrimos dos reguladores, algo de gran utilidad para revertir la fibrosis, se trata de hacer el entorno hostil al desarrollo del tumor.

Dentro de todo este proceso, ¿en qué fase de la investigación está? ¿Cuál es la siguiente búsqueda?

Durante diez años en el Imperial College de Londres, hemos investigado sobre los miofibroblastos porque son células mecánicamente muy activas, que nos pueden dar mucha capacidad de respuesta. Ahora, queremos enfocarnos también en otro tipo de células, porque la inmunología ha demostrado un nuevo y enorme potencial. 

¿Las inmunoterapias?  

Eso es. En 2018, James Allison gana el premio Nobel por sus descubrimientos sobre inmunoterapia. Posteriormente se han desarrollado muchas terapias basadas en esta idea, en intentar disminuir los puntos de control inmunitario de las células de cáncer.

Más recientemente, en 2021 ha habido dos grupos, uno en Nueva York y otro en Lausanne, que han sugerido que existen puntos de control inmunitario mecánicos. ¡Las células del cáncer son inteligentes, tienen una especie de esqueleto y usan cambios de rigidez para pasar inadvertidas! Aún no se saben las moléculas que intervienen en este proceso y los umbrales de fuerza. ¡En esto vamos a seguir investigando nosotros!      

Perdone la ignorancia, pero ¿cómo lleva a cabo sus experimentos? ¿Y dónde se van los mayores presupuestos? 

Las investigaciones biomédicas tienen varias capas de nivel. Lo ideal para tener evidencia en humanos es primero contar con datos preclínicos en animales, generalmente ratones en oncología, pero antes hay que dar con la molécula que hace diana, y para eso se realizan investigaciones in vitro.

Un microscopio potente puede costar medio millón de euros, pero puede usarse durante veinte años; lo más caro es lo material, lo fungible, trabajar con animales, por supuesto de una forma racional.

Ahora se comienza a trabajar en la formación de organoides, muchos grupos intentan crear tejidos humanos, pedacitos de órgano que replican de forma fiable una sección del mismo. Aunque yo apoyo la investigación en animales, creo que en un futuro vamos a pasar a usar cada vez más estos organoides. 

Finalmente, ante tanta literatura, ¿cuál es el momento actual, realmente, del cáncer?

Hablar de un horizonte para todos los cánceres es muy difícil, porque cada tipo necesita terapias específicas. Por ejemplo, hay una en EEUU muy novedosa, las terapias con células T de antígeno quimérico, que fue aprobada en 2017 y es efectiva en el 95% de los casos de leucemia, pero no sirve para los tumores sólidos.

El mensaje es que actualmente hay muchísimos ensayos clínicos y que la inmunología está cambiando espectacularmente el escenario del tratamiento oncológico. Tengo claro que la solución a la mayoría de los cánceres va a estar en esto, en la inmunología.