“Me están pasando cosas muy bonitas con El síndrome Borgen (Sine qua non, 2024)”, dice con ilusión una de las feministas más conocidas (y reconocidas) de nuestro país. Nuria Varela (Turón, 1967) llega desde su Asturias natal a Madrid para pasar unos días ajetreados firmando su nueva obra en la Feria del Libro y recibe a ENCLAVE ODS en uno de esos breves descansos que tiene.
No es la primera vez que nos encontramos. La última fue allá en 2022, en su despacho en la Dirección General de Igualdad del Principado que lideraba en aquel momento. Ahora ha vuelto a sus raíces para, con su pluma, seguir indagando en todo eso que no funciona en el mundo, desde una óptica feminista.
Su última obra versa sobre los motivos por los que las mujeres abandonan la política y, dice, parece que era necesario reflexionar sobre ello: “Mucha gente me está dando las gracias por escribirlo”, comenta cuando se le pregunta sobre las firmas y la acogida que está recibiendo.
El síndrome Borgen, como su propio nombre indica, se inspira en la serie danesa de 2010, Borgen, que narra el auge y caída de la primera mujer en convertirse en la primera ministra de Dinamarca. Y no es baladí la elección, pues, confiesa, esta ficción televisa retrata a la perfección las dificultades con las que se topan —y se enfrentan— las mujeres cuando alcanzan el poder político.
Este libro, explica, surge “a través de constatar que hay una realidad que no coincide absolutamente en nada, que es muy discrepante, con los discursos oficiales”. Y lo explica: “Hay un discurso político, mediático, social… que dice que cada vez hay más mujeres en posiciones de poder, que hay mujeres en todas partes”.
A Varela, que es “fan” de los indicadores y los números, este mensaje le hacía torcer el gesto. Por eso se puso manos a la obra y comenzó a comparar datos. Y cuando lo hizo, se dio cuenta de que la realidad es “justo la contraria”.
"Desde hace unos años hay muchísimas mujeres que están abandonando la política sin que haya una mala gestión o sin que pierdan las elecciones”, dice. Y, para más inri, cada vez hay menos representación femenina.
Además, indica, se dio rápidamente cuenta de que “hay un clarísimo relato de las mujeres que no es público, pero sí privado, de expulsión de las feministas y del feminismo”. Es decir, aclara, se está produciendo “un rechazo importante de las mujeres en los ámbitos de poder”.
“Parece que somos la mitad”
En El síndrome Borgen, Varela menciona a la psicóloga Sara Berbel para hablar de cómo “si somos capaces de recordar a tres alcaldesas, creeremos que hay un montón, sin embargo, en 2023 había en España 1.986 de un total de 8.121 regidores, es decir, el 24,46%”.
La asturiana habla de una “idea de desproporción”. Y es que, indica, “en cuanto hay el 15% de mujeres, a la vista del público en general y sobre todo de los hombres, ya parece que somos la mitad”.
Eso sí, insiste en que este fenómeno “el feminismo lo tiene muy estudiado”. Porque, sentencia: “En cuestión de silenciar a las mujeres, la cultura occidental tiene muchos siglos de experiencia”.
Y recuerda que “no es una anécdota en la historia de las mujeres que hayamos entrado siete siglos después en la universidad”. Y esto, puntualiza, no sucedió porque “no hubiésemos querido, sino por expresa prohibición”. Varela no deja lugar a dudas: “El silencio es el mandato patriarcal por excelencia”.
Y, continúa, una vez que “las mujeres rompemos el silencio, entramos en escena pública, en cualquier cantidad, parecemos muchísimas”. Eso, cuenta, se explica porque nunca habíamos estado presentes en esa esfera y, por tanto, “es un terreno hostil”. Y no porque “lo hayamos rechazado, sino que se nos ha vetado”.
Ese es el motivo, cuenta la experta, por el que, ahora, aunque haya unas pocas mujeres en el mundo de la política o del poder, “ya parece que haya muchas y que ya estamos todas”.
Violencia y falta de respeto
Varela habla de “violencia política”, un concepto muy trabajado tanto en América Latina como en Naciones Unidas y que, dice, “en Europa se ha tocado menos”. ¿En qué consiste?, se preguntará. La periodista y activista lo explica: “Hay una violencia política en general, y otra específica contra las mujeres, que se manifiesta de muchas maneras”.
Y lo hace desde la “presión sobre el aspecto” hasta “la apropiación de las ideas” o, incluso, “la falta de respeto”. Varela hace hincapié en esto último: “Siempre hemos dicho que la violencia de género es el desprecio y la falta de respeto hacia las mujeres. Pues en política es lo mismo”.
La asturiana pone como ejemplo paradigmático el 'lady lechuga’: en 2022, el tabloide británico Daily Star lanzó un streaming en el que se mostraba una lechuga iceberg junto a una fotografía de la primera ministra del país, Liz Truss, y un contador.
Este directo vino propiciado por un artículo de The Economist en el que hacía un símil entre la brevedad que se esperaba para el mandato de Truss y el tiempo que tardaba una hoja de lechuga en pudrirse. Pero, exclama Varela, “¡es una primera ministra! Podemos estar de acuerdo en que tengan una gestión muy mala, pero eso no se hace”.
De todas formas, insiste, “también hay otra cuestión con las mujeres, y es que no les damos tiempo”. Por eso, “lo de 'lady lechuga' es un escándalo respecto a la falta de tiempo y de respeto”.
Eso sí, indica que “el acoso contra las mujeres en política casi nunca tiene que ver con su gestión”. Es decir, “casi nunca las mujeres que abandonan han tenido una mala gestión”. Más bien, indica, todo lo contrario.
“El acoso viene por su vida privada, por sus formas… y Jacinda Ardern lo dijo muy bien es aquel tuit que decía que estaba agotada”. Pero no es la única, también lo dijo Michelle Bachelet o la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, y “lo dicen la inmensa mayoría”.
Pregunta: ¿Qué tenemos que aprender de estas situaciones para, como sociedad, no volver a repetirlas?
Respuesta: Tenemos que aprender muchas cosas, pero sobre todo nosotras tenemos que aprender a estar en política de otra manera. Cuando tengo clases con las mujeres más jóvenes siempre les digo lo mismo: 'No se os ocurra enfrentaros solas al patriarcado'. No podemos ir solas a la acción política. Porque si tú coges e incorporas mujeres a un mundo hecho por y para los hombres, lo único que haces es masculinizar el mundo.
P.: ¿Cómo se masculiniza el mundo?
R.: Porque estamos obligadas a copiar los modelos, las formas, las prácticas y a jugar con sus normas. Y ya si eso lo sacamos de las mujeres en general y lo colocamos en el feminismo, es una expulsión ya no solo de las mujeres feministas, sino del propio discurso, que desaparece.
P.: ¿Por qué desaparece el discurso feminista?
R.: Porque nunca ha estado.
P.: Es verdad que en el libro dice que "el poder político es una creación masculina" al final.
R.: Al final y al principio. Es que llegamos antes de ayer a la política. Por eso, el feminismo ha trabajado mucho el concepto de democracia paritaria y por la representatividad de las mujeres. Porque, obviamente, no podemos no estar en una democracia.
P.: Estamos, pero no permanecemos por lo que cuenta en el libro.
R.: Creo que no hemos trabajado lo suficiente por la permanencia de las mujeres en el poder y por el mismo ejercicio del poder. O, más bien, no hemos trabajado lo suficiente para las resistencias que tenemos. Porque pensábamos que una vez que llegásemos, no íbamos a tener esta guerra tan potente para echarnos.
P.: Volvamos a esa frase que escribe de que "el poder político es una creación masculina". ¿Cómo se explica?
R.: La política cada vez es más violenta, en general. La semana pasado hubo una tangana en el Parlamento italiano y los implicados eran todos hombres. Porque la violencia sigue siendo un problema de los hombres. Y la salida de las mujeres de la política y la guerra contra el feminismo de los últimos años ha hecho que la política sea más violenta.
P.: ¿Tiene la extrema derecha algo que ver con esto?
R.: No es que ahora suframos más violencia porque haya extrema derecha, no. Es que en los últimos años el que se ha empoderado ha sido el patriarcado. Y con el patriarcado empoderado hay más violencia.
P.: Entonces ¿tenemos que trabajar sobre esas masculinidades tóxicas?
R.:Tenemos que trabajar sobre la democracia, sobre la justicia, sobre la igualdad… Para mí, ha habido mucho discurso artificioso en los últimos tiempos. Para mí no es tan importante la identidad, sino la justicia social, las situaciones materiales. Es decir, tenemos que trabajar en profundizar en la idea misma de democracia y de justicia.
Posfeminismo y posmodernidad
En El síndrome Borgen, Varela habla del posfeminismo, del que “no hay mucho consenso” sobre su definición. Pero ella lo sintetiza diciendo que es “todo ese feminismo que ha nacido de mano de la postmodernidad”. Y, matiza, que, al mismo tiempo, “la posmodernidad ha nacido de mano del neoliberalismo”.
El posfeminismo sería, por tanto, “todo ese conglomerado de discursos, ideas, movimientos que se llaman feminismo, pero que en realidad son absolutamente contrarios a los conceptos básicos del feminismo”. Varela explica que como este movimiento "rechaza el patriarcado, no concibe que haya una opresión compartida común en las mujeres, sino que ahora vuelven otra vez a lo que hecho el patriarcado toda la vida, a dividirnos".
Esto, explica la teórica feminista, está generando una “nueva genealogía” que no es “respetuosa con la historia”. El posfeminismo, dice, está sobre todo “muy enfrentado con el feminismo radical”, aquel que nace en la década de 1960 y tiene como referentes a mujeres como Kate Millett. Esto, dice Varela, “ha generado mucha confusión conceptual y mucho descrédito”.
P.: Este fenómeno tiene mucho que ver las redes sociales y la falta de profundización en los textos fundacionales del feminismo, ¿no?
R.: Sí, eso también viene de mano de la posmodernidad, para la que no hay verdades, y en el libro dedico un capítulo a explicar que una de las principales críticas que se le hace es que es acientífica. Y si no hay verdades, no hay ciencias, y lo único que vale son las experiencias personales, que es en lo que se asienta la posmodernidad y el posfeminismo, es la muerte de los macrorrelatos. Porque si la historia no importa, si lo que importa es lo que tú sientas y lo que tú experimentes, esos son microrrelatos.
P.: Vamos, que las redes no pintan tanto en esto.
R.: No es una cuestión en sí de las redes, sino de lo que nos ha traído esa podmodernidad, que es muy consumista. Algo que, por cierto, nace con el neoliberalismo, que es individualista.
Varela insiste en que “ha desaparecido el sujeto político y nos hemos convertido todos y todas en consumidores”. Eso, asegura, es “muy incompatible con el feminismo”.
P.: ¿En qué sentido posmodernidad y feminismo son incompatibles?
R.: Porque es un movimiento colectivo; es un pensamiento político colectivo y emancipador. Y si no es emancipador, no es feminista. Las propuestas no emancipadoras no pueden entrar dentro del feminismo, y lo que no sea colectivo, tampoco.