Ha trabajado con niños y niñas de Yemen, Irak, República Centroafricana, Sudán del Sur e incluso con jóvenes subsaharianos que han saltado la valla de Melilla. Chema Vera (Madrid, 1965) ha recorrido medio mundo trabajando en cooperación y el tercer sector y asegura que la palabra optimista “no es adecuada” cuando se habla de menores que viven (y sobreviven) la violencia de los conflictos.
Él prefiere hablar de esperanza. Algo que, asegura, nunca se pierde, porque “las niñas y niños no la pierden nunca, siguen peleando… y si ellos lo hacen, cómo carajo no lo vamos a hacer nosotros”.
Vera acaba de aterrizar –hace sólo 15 días– en la dirección ejecutiva del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en España. Su llegada coincide con el 75 aniversario de esta organización internacional que vela por el bienestar y el futuro de los más pequeños. Aquellos que, como asegura este químico industrial de formación, son los más vulnerables entre los vulnerables.
Reconoce que los peores lugares para la infancia son aquellos en los que hay conflictos abiertos: “La violencia es lo peor para ella”. Y si seguimos la estela de esta violencia, estaríamos hablando de Afganistán, Yemen, Siria, República Centroafricana, Somalia, República Democrática del Congo, Sudán del Sur… Pero Vera apunta: "Todo país puede ser el peor para un niño o una niña cuyos derechos están siendo vulnerados".
Hablamos con él en las oficinas de UNICEF en Madrid, donde acaba de estrenar despacho tras su paso por Oxfam Intermón, la Cumbre Iberoamericana de jefes y jefas de Estado, la Universidad Loyola en Andalucía o la de Georgetown en Estados Unidos.
¿Cómo ha cambiado la vida de los menores desde hace 75 años, cuando se fundó UNICEF?
Cuando lees sobre historia, te das cuenta de que estamos en un momento –salvando muchísimas distancias– que se parece al de nuestra creación, que es tras la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento surgen otras muchas organizaciones internacionales como respuesta a una crisis, en este caso de la infancia, fundamentalmente europea en ese momento. Ahora estamos en un momento de crisis también con un impacto especialmente fuerte sobre la infancia. Por tanto, hay cierto paralelismo en un momento en el que se requiere un compromiso especial y una centralidad de la causa de las niñas, niños y jóvenes de una manera renovada.
"Salvando las distancias, estamos en un momento que se parece al que siguió a la Segunda Guerra Mundial"
Dicho esto, el mundo ha cambiado bastante. Y si nos fijamos en cómo estaba en la infancia en la situación prepandemia, es una constatación de avances y de logros que fundamentalmente tienen que ver –y esto lo digo muy convencido– con la energía, el compromiso y la vitalidad de las niñas, de los niños y de los jóvenes. Con su propio protagonismo, sus ganas de salir hacia delante y su capacidad de adaptación, resistencia, flexibilidad y de buscar la vida para ese presente y ese futuro.
En España en particular, la vida de los menores de hoy dista bastante de la de mediados del siglo pasado. ¿Cuáles eran los desafíos a los que se enfrentaba la infancia española entonces?
La infancia de hace 75 años vivía en una época de posguerra, con unas carencias muy significativas y que compartía algunos de los retos que ahora mismo vemos en situaciones humanitarias y de posconflicto, donde hay infraestructuras dañadas, malnutrición, desnutrición… Y donde el acceso a la salud y a la educación no sólo no está garantizado, sino que tiene grandes carencias.
¿Y a cuáles se enfrenta ahora?
En la España de hoy ha habido, como es evidente, muchos logros. Y ese sentido de derechos universales, en este caso la universalización de los derechos de la infancia –desde la protección a la salud, al alimento y a la participación– es absolutamente clara. Pero nos encontramos al mismo tiempo con un país que es fuertemente desigual, también para la infancia.
Y aunque hay algunos derechos que están garantizados para casi todas las niñas y niños –siempre existe alguna excepción, incluso en el de educación–, nos estamos encontrando con casi un 30% de pobreza infantil. Esta se concentra en unidades familiares que tienen otros elementos que comparten esa desigualdad: falta de empleo, o empleo precario, más entre mujeres que entre hombres, una dificultad para acceder a una vivienda digna… y se suman una serie de factores que te llevan a una situación de vulnerabilidad que en un país como España debemos considerar inaceptables.
La Cañada Real refleja esa desigualdad.
Es un ejemplo, y no es el único, aunque quizás sí que sea el más duro que se ha producido en los últimos años. Hay otros barrios en otras ciudades donde existen situaciones de privación, de falta de acceso a servicios sociales básicos. Pero son los casos extremos. Estuve en los últimos meses haciendo voluntariado en Melilla y quedaban 200 niñas y niños nacidas en Melilla, viviendo allí sin papeles, sin empadronamiento y sin acceso al sistema educativo español. Se ha resuelto ahora, pero quedaba hace ocho meses.
Tenemos puntos donde esos derechos fundamentales se están vulnerando, pero, cuidado, estamos hablando de casi un 30% de pobreza relativa, es decir, multidimensional. No hablamos sólo de situaciones, de focos, donde hay que poner una atención especial por lo extremo de las vulneraciones: hay que tener también una mirada mucho más sistémica, estructural.
¿Qué hay que hacer para atajar esta pobreza estructural?
Lo básico es una protección social a la infancia para enfrentar pobreza que sea mucho más significativa de lo que ha sido hasta ahora. Ahí, lo que estamos proponiendo UNICEF, la Plataforma de Infancia y Save the Children es una garantía, una prestación reembolsable desde la fiscalidad, que alcance a todas las familias, a todas las niñas y a todos los niños, de forma que se garantice la universalidad.
Además, puede ser completada con un ingreso añadido para aquellas familias que estén consideradas para el Ingreso Mínimo Vital, lo que le da ese factor de focalización. Así se asegura la universalidad además de una focalización en las familias más vulnerables y, por lo tanto, en la infancia vulnerable. Esto es el elemento de choque.
Y después de ese elemento de choque, ¿qué vendría?
Luego nos vamos a unas políticas más amplias. Ya no es abordar solamente la situación de la infancia, sino de las familias, del empleo, de la precariedad laboral, del acceso a la vivienda y a una vivienda digna… Iríamos tocando aquellos elementos que conforman esos más de 700.000 hogares donde no entra ingreso. Esto se puede hacer tanto desde el lado de la predistribución (del empleo y de su calidad) como de la post (del lado de la protección social).
UNICEF advierte de que en la actualidad nos encontramos ante una crisis de los derechos de la infancia en todo el mundo. ¿Qué la ha precipitado?
Lo que se detectaba –y esto vale no sólo para infancia, sino para pobreza en general– antes de la pandemia era una ralentización de las mejoras. Algunos factores hacían que algunas metas dentro del marco de los Objetivos de Desarollo Sostenible (ODS) estuvieran entrando en una ralentización. Especialmente, el factor climático y el de cronificación y severidad de los conflictos hacia la población civil hicieron que estos indicadores echasen el freno.
"Si el virus te coge vulnerable, el daño es mucho mayor; ocurre igual con la desigualdad"
Si nos fijamos en la infancia precovid, 5,2 millones de niños menores de 5 años morían al año en su inmensa mayoría por causas que podemos prevenir. 14.000 niños al día. 600 a la hora. Todo porque no existe alguna vacuna. O aún 260 millones que no van a la escuela, y mira que se había avanzado, pero quedaban. Y llegar a esos 260 millones ya exigía un esfuerzo adicional en aquel momento.
¿Qué otros retos quedan –o quedaban en el mundo precovid– por resolver?
El matrimonio infantil es una cifra que me resulta chocante e hiriente: 650 millones de niñas y mujeres que viven en el mundo hoy han contraído matrimonio antes de cumplir los 18 años. O los riesgos climáticos sobre recursos hídricos. 190 millones de niñas y de niños era, antes de la covid, la población a la que UNICEF pretendía responder con su acción humanitaria en 149 países y territorios.
Entonces, la covid no es la única responsable de la, como dice, ralentización del cumplimiento de los ODS.
Esa situación ya se estaba ralentizando antes. Se puede ejemplificar con un infectado por la covid: si el virus te coge vulnerable, el daño es mucho mayor. Ocurre igual con una población que ya esté vulnerabilizada o con un territorio o un país que tiene una capacidad menor para la protección, el impacto es desigual porque es significativamente mayor, mucho más severo.
Hablando de la pandemia, desde UNICEF habéis puesto en marcha el mecanismo COVAX.
Estamos hablando del factor que más lleva incidiendo en la desigualdad desde hace décadas: no la covid en sí, sino la respuesta a la salida de la crisis debido a la vacunación o no de ciertos territorios y países. La inequidad en la distribución de las vacunas es una de las mayores injusticias que se han producido sobre los países de lo que podríamos llamar el sur global, y de una forma especial África. Esto hace falta mirarlo desde el lado salud, pero también desde el económico social, qué impacto tiene.
¿Cómo se mira desde la perspectiva de la salud?
Si nos quedaba alguna duda ya no la hay con la aparición de la variante ómicron: aquí no se salva nadie hasta que no nos salvemos todos. Y realmente este es un reto de la humanidad en su conjunto. Mientras el virus circule con mucha libertad y de forma masiva, el riesgo de que surjan nuevas variantes más contagiosas o más incisivas sigue dándose.
En la distribución, UNICEF juega un rol central, porque es uno de los actores que están dentro del mecanismo COVAX ,que fue concebido como el mecanismo de redistribución de las vacunas de una forma equitativa en todo el mundo. Con ese objetivo de asegurar que al menos el 20% de toda la población, según criterios de vulnerabilidad, estaría vacunada. Y que ahora está empezando a ganar en ritmo porque recién la producción y los países están empezando a aportar más, también desde el sector privado. Aun así, muy por debajo de lo que estaba previsto.
"La inequidad en la distribución de las vacunas es una de las mayores injusticias que se han producido sobre el sur global"
¿Por qué no hemos sido capaces de alcanzar los objetivos de COVAX?
Las vacunas se han concentrado de una forma masiva –terceras dosis, algunos seguirán caminando hacia las que hagan falta– en los países ricos. Desde este mecanismo, se está exigiendo que haya esa redistribución en base a aportaciones económicas y en dosis. España ha hecho varias contribuciones ya a varios países de América Latina y de África. Pero tendría que hacerse con una velocidad y con un volumen mayor. Y es muy importante que se pueda incrementar la capacidad de producción.
Mencionaba también una perspectiva económico social.
Hay países que están saliendo de la crisis mucho antes, que recuperan su actividad económica y que además tienen una capacidad de protección social muy significativa, incluyendo infancia. Y hay otros que van a tardar mucho más en salir, que coinciden con aquellos que tienen una capacidad de protección social o de apoyo a sus economías para que resurjan mucho más débil. Ahí es donde se va a producir esa gran brecha, en la cual la población que lo está pagando más caro son las niñas, niños y jóvenes.
¿Cómo va a afectar esta brecha al futuro de la infancia más vulnerable?
Estamos viendo ya la estimación del último informe que hicimos en UNICEF, que apunta a un incremento a 100 millones de niñas y de niños que vivirían en situación de pobreza multidimensional en el 2022. Lo cual es un 10% más de lo que había antes de la pandemia, y además cuesta mucho revertirlo. Si no se cambia la orientación política, y aún haciéndolo con medidas políticas que vayan en una buena dirección, se tardaría 6 o 7 años en volver a la situación prepandémica.
El impacto en la educación de la pandemia es muy significativa. ¿Es la digitalización realmente la solución? ¿Qué hay de aquellos sin acceso a internet?
La respuesta a esto es un sí y un no. Por un lado, está ese ángulo que muestra una nueva desigualdad: la brecha digital, que no sólo depende de una buena conexión sino de las habilidades digitales. Y la formación en ellas se vuelve crítica. Hay que poner el foco en los derechos digitales y también en la prevención del acoso: toda la gama de lo que la digitalización conlleva. Es decir, todos los elementos positivos que tiene si se sabe utilizar bien, pero también los riesgos por el lado de acoso y de salud mental, y por el de brecha para el acceso. Si nos vamos hacia el mundo entero, esa brecha puede ser significativamente mayor.
¿Y la parte positiva?
Lo hablaba hace poco con colegas que llevan el programa global para la educación de UNICEF internacional. Me decían que están trabajando con los proveedores de contenidos de la forma tecnológicamente más avanzada posible y que iban a intentar aprovecharlo al máximo. Aprovechar, por ejemplo, que hay muchas comunidades del sahel o del cuerno de África, por ejemplo, que si algo tienen es un teléfono móvil, que van a tener acceso a satélites.
"Con la aparición de la variante ómicron ya no hay dudas: aquí no se salva nadie hasta que no nos salvemos todos"
Si con el proveedor de contenidos por la vía satélite trabajamos para que además de los contenidos informativos y de entretenimiento incorpore otros educativos, ahí podemos tener un trabajo que luego podamos reforzar desde las comunidades. Por tanto, la digitalización abre opciones de no solamente trabajar con la educación clásica, que es fundamental, pero dadas las fragilidades o los momentos de crisis, complementar y reforzar con tecnologías nuevas y con un acceso que no se producía antes al que podemos contribuir junto al sector privado y las organizaciones sociales.
Sólo en América Latina y el Caribe, 114 millones de niños y niñas han dejado de asistir a clase desde 2020. ¿Se corre el riesgo de dar marcha atrás a los logros conseguidos hasta ahora?
Siempre hay esperanza, incluso en las situaciones más críticas, porque estamos hablando de niñas y niños con una resistencia y una capacidad para pelear para salir adelante enorme. Pero es muy difícil. Por ejemplo, Perú ha mantenido las aulas cerradas hasta hace días, y recién está llegando a sus vacaciones de verano. Estamos hablando de prácticamente dos años de escuelas cerradas. Dos años perdidos. Y este es un ejemplo de los países que ni tienen un acceso más alto ni más bajo, pero es fuertemente desigual. Hay un porcentaje de la infancia que no tiene un acceso mínimo suficientemente fuerte como para haber transitado estos dos años en educación en la virtualidad sin que produzca un impacto perenne en su vida.
Y sí, el impacto va a requerir de una actuación de retornar a las aulas cuanto antes. En este sentido, por más que haya sido duro durante unos cuantos meses, en España ha habido una respuesta de la comunidad educativa y de los propios niños y niñas, y el impacto ha sido acotado. Cuando pasa tanto tiempo, no puedes volver a las aulas y ya está: tienes que hacer una actuación determinada lo suficientemente robusta a sabiendas de las heridas en la educación que se han producido, porque sino es posible que no recuperes ese bache nunca, y los niños y las niñas arrastrarán ese gap, que les marque en su vida laboral, en la dignidad y en el empleo decente al que puedan acceder en el futuro.
Muchas veces es en el colegio es el lugar en el que se detectan indicios de ansiedad, de depresión… ¿Cómo ha afectado la pandemia a la salud mental de la infancia?
Es un gran reto que ya estaba ahí prepandemia, y que estos dos últimos años se ha exacerbado y se ha sacado a la luz con mucha intensidad. Esto último es bueno: sabemos que aquello de lo que se habla abiertamente se visibiliza. Se debe sacar una política pública que refuerce la atención a la salud mental, por el lado estrictamente de salud pero también por el de la prevención y todos los factores que puedan incidir en ella.
Sin organizaciones que den pautas, datos y demanden que los políticos lleven a cabo medias públicas, esto se queda escondido, oscuro… Y para la salud mental, la oscuridad no es buena.
La emergencia climática también afecta a la salud mental de los jóvenes. Por un lado, por ejemplo, se habla de ecoansiedad.
Sin quitarle un ápice de importancia a la ecoansiedad –que es una tensión que viene de cierta impotencia o percepción de impotencia de decir que la emergencia climática es una amenaza hacia la que vamos y que ya no se puede hacer nada–, lo que hemos visto es que es el activismo juvenil el que nos ha vuelto a sacar a la calle.
La movilización y la lucha contra el cambio climático, si nos vamos 10 o 15 años atrás estaba en momentos bajos. Sin lugar a dudas, quien ha vuelto a levantar la movilización climática y quien está detrás de los empujes –que son insuficientes, pero se han conseguido objetivos de reducción de emisiones– ha sido el activismo joven.
Por otro lado, las consecuencias del cambio climático ya está afectando a muchos menores en su salud física y mental.
Ahora las consecuencias ya no son futuras. Cuando hablo del impacto humano del cambio climático no lo hago sobre previsiones nunca, sino sobre realidades que pasan hoy. El impacto del cambio climático no va a ser en el futuro –que será mucho mayor–; lo está siendo ya.
No tenemos que discutir sobre predicciones cuando hablas con las familias de las riveras de los ríos de Bangladés que han tenido que abandonar sus casas para siempre por las sucesivas inundaciones. O conoces a familias de pastores etíopes a las que se les ha muerto todo el ganado. O cuando estás con la infancia del corredor seco centroamericano o guatemalteco, que han nacido en unas comunidades en las que no van a poder vivir, de las que han tenido que salir.
"Estamos hablando de niñas y niños con una resistencia y una capacidad para pelear para salir adelante enorme"
Estamos hablando de 20 millones de desplazados climáticos al año. Muchas veces es un desplazamiento permanente, como cuando hablamos, por ejemplo, de la población del Pacífico que no puede preservar los lugares de homenaje a sus mayores fallecidos porque se los está tragando el agua o que sus propios países están en riesgo de desaparición. El impacto es humano –sobre hombres, mujeres, ancianos, ancianas–, pero es mucho más significativo sobre niñas y niños.
A veces parece lejano el impacto de la crisis climática.
No hay que irse al sahel o al corredor seco. El impacto se ve en la contaminación o en la calidad del aire. Eso sí, en ciertos lugares, precisamente en los más vulnerables y los que menos han contribuido a las emisiones de efecto invernadero, en los que tienen unas capacidades menores de adaptación, el impacto es mayor.
Ahora que menciona esa palabra: adaptación. Es una reivindicación que UNICEF apoyó en la pasada cumbre del clima de Glasgow (COP26).
Dentro de la financiación climática, desde UNICEF hablamos de la mitigación, pero ponemos especial foco en la adaptación. Para la infancia, la adaptación es esencial, es de supervivencia todavía en aquellos lugares donde podrían vivir si quieren vivir, pero requieren recursos para poderse adapta.
Tal vez en la próxima COP, la de Egipto, se avance en adaptación.
Y en pérdidas y daños, que es el tercer pilar, pero se hace mucho énfasis en ello y con toda la razón. Porque es de justicia: es el pilar que afirma que hay una población que ya no va a poder recuperar sus tierras ni sus casas, nunca, que el daño es permanente, y que no hay posible adaptación. La justicia social, la global, exige que se repare ese daño que, una vez más, ha sido de quienes menos han estado contribuyendo al cambio climático. Aunque de una forma más amplia, se hablará de la parte adaptativa.
La COP27 es absolutamente crítica para financiación climática, los países del sur no van a aceptar un saqueo ni otro año de dilación. Pero es esencial en los objetivos de reducción de emisiones. Confiemos y trabajemos todas para que sea así, sobre todo para nuestras niñas, niños y jóvenes y siguiendo la estela de ese activismo africano juvenil que es absolutamente estimulante.
Para ir acabando, reimaginemos el mundo pospandemia. ¿Cómo debería ser?
Es un mundo en el que los derechos de la infancia son mucho más centrales de lo que han sido hasta ahora. Y que conste que a partir de la Convención de los derehos del niños de 1989 hubo una renovación del enfoque que marcaba esa centralidad: el niño y la niña pasan a ser sujetos de derechos y no solamente objetos de necesidades.
"Se requiere de una centralidad de los derechos de la infancia en cualquier plan de transición e iniciativa de respuesta humanitaria rápida"
Pero se requiere de una centralidad de los derechos de la infancia, no una política lateral, en cualquier plan de transición e iniciativa de respuesta humanitaria rápida. Se debe reforzar el acceso educativo, a la salud primaria de calidad con una reforma de los sistemas significativamente mayor, una mayor atención a la salud mental y una transición climática que tenga en cuenta la necesidad de adaptación de quienes van a vivir con el cambio climático más años.
No puede ser una vuelta a lo que era, porque era vulnerable y vulneraba demasiados derechos de la infancia. Era anormal en ese sentido. Y lo normal es que los derechos de la infancia estén en el centro, que la inversión en infancia sea lo primero que se tenga en cuenta y lo último que se recorte. Este sería el mejor mundo para los niños, las niñas, los adolescentes y para todos.
En los países ricos, en Occidente, en países como España, ¿se tiene, a la hora de legislar y tomar decisiones, a la infancia y su rol como parte de la ciudadanía?
Estamos dando pasos. Y se han dado desde hace años. Algunos ayuntamientos, especialmente asturianos, fueron de los primeros que comenzaron con consejos de participación. Uno de los puntos fuertes y novedosos de la Convención de los derechos del niño es que exige ese derecho a la participación, que tiene que tener su plasmación en la formalidad, en las ciudades, en las comunidades autónomas… El consejo estatal de participación infantil y juvenil se puso en marcha la semana pasada.
Pero a partir de ahí nos exige a todas un cierto cambio en la escucha, en el reconocimiento, de ese protagoninsmo. Es decir, en sentirnos menos protagonistas –el Gobierno, la Adminsitración pública, las instituciones, las organizaciones internacionales…– y más acompañantes, promotores, apoyadores, sustratos de ese protagonismo y de esas propuestas de niñas, niños y adolescentes, que no solamente deben ser escuchadas.
La participación debe ser genuina y tener impacto específico y medible en las políticas públicas y en la actuación privada, y si no lo tienen no sirve para nada.