Intervengo en una sesión de cierre. Las claves, las llaves sirven tanto para abrir como para cerrar. Toda clausura tiene poco de apertura, de inauguración de algo.
"¿El género humano progresa hacia lo mejor?" Esta pregunta de Kant nos interpela. Hoy nos interrogamos: "¿hacia dónde camina el ser humano?" Más aún cuando la cuestión misma que se plantea es la de hasta qué punto cabe seguir hablando de ser humano, de alguien caracterizado por su palabra y por un lenguaje alfabético que, de algún modo, se tambalea. Eso merecería otra importante reflexión.
Puestos a hablar de objetivos, no hemos de olvidar que el asunto está totalmente concernido por estas preguntas.
Para que no se reduzca lo que decimos a una peripecia de la actualidad o a un cuestionamiento de lo que llamamos ser humano, y para que no nos precipitemos por la urgencia de unos objetivos de 2030, citemos algo que ya Paul Valéry manifestó en su vida, que enlaza los siglos XIX y XX.
"He asistido a la desaparición progresiva de seres extremadamente preciosos para la formación regular de nuestro capital ideal, tan preciosos como los mismos creadores. He visto desaparecer uno a uno esos entendidos, los inapreciables aficionados, que si bien no creaban obra, creaban su verdadero valor; eran jueces apasionados pero incorruptibles, para los cuales o contra los cuales era bueno trabajar. Sabían leer, virtud que se ha perdido. Sabían escuchar, e incluso oír. Sabían ver. Es decir que lo que apreciaban releer, volver a escuchar o volver a ver se constituía, por ese regreso, en valor sólido. Así aumentaba el capital universal.
No digo que todos hayan muerto y que no puedan hacer nunca más. Pero constato con pena su extremada disminución. Tenían por profesión ser ellos mismos y gozar de su opinión con total independencia, que ninguna publicidad, ningún artículo conmovía".
"La Crise de l'esprit", extraído de Europes: de l’antiquité au XXe siècle" (trad. en La libertad del espíritu página 44)
De ser así, ¿podría hablarse de "el ser humano" de despedida? ¿podría decirse de "el ser humano" que está de despedida?
Todavía habrá a quien los Objetivos de Desarrollo Sostenible le evoquen más bien los antiguos planes de desarrollo, o los planes quinquenales. Hay quienes por otra parte reprochan a los ODS ser un programa entregado a determinados postulados progresistas.
Pero los ODS se pueden entender como una relectura de la Declaración de los Derechos Humanos, a la que se añaden unas metas específicas y un marco temporal. Es un paso desde cierta abstracción y atemporalidad de los derechos humanos a objetivos específicos, con la pretensión de mover a acciones concretas para reducir los espacios donde estos derechos están ausentes o desatendidos.
Aún nos provoca perplejidad el entusiasmo con que en su momento no pocos asumían la arbitrariedad del poder absoluto, la injusticia, la represión y hasta la Inquisición, frente a la igualdad de derechos, la separación de poderes y la libertad de expresión.
Nos costó comprender que la triada de libertad, igualdad y fraternidad se conjuntaba en lo que hoy denominamos el valor del pensamiento, de la experiencia, del saber, el valor de la ciencia, que está muy presente en la concepción de los ODS.
Por ello, precisamente los negacionistas y los vituperadores de los ODS se sitúan de una u otra manera ante o frente a los valores de la ilustración, que son claves para reivindicar la sostenibilidad sin reducirla a mero egoísmo.
Pero la pretensión de perennidad y atemporalidad de los derechos humanos, lo que no impide su actualización y la necesidad de repensarlos o de abrirlos a más posibilidades, se contrapone con la concreción ejecutiva y el plan fechado, periódicamente, de los ODS.
La propia ciencia nos alerta de lo contingente de los seres humanos, incluso de lo que es la humanidad. Esta vulnerabilidad debería conllevar la humildad para reconocer que la pobreza no desaparecerá en 2030. Esta afirmación no debe paralizarnos. Los ODS son objetivos de paso, no de residencia, necesarios para avanzar, pero el fin no es el final.
Después de 2030 se intensificarán los horizontes que ya atisbamos con interés e incertidumbre. Nos sentimos desbordados: ¿inteligencia artificial consciente?, ¿nuevas energías?, ¿nuevos alimentos?, ¿sobrepoblación?, ¿resultados del encuentro entre biología y nuevas tecnologías? ¿Qué huellas quedarán del ser humano? ¿Tendrá sentido hablar de humanismo? Lo cuestionamos sin catastrofismo y sin lamentos.
Sabemos, además, de las limitaciones de nuestra acción. La humanidad, en su perspectiva histórica, ha logrado grandes éxitos. Ello alimenta la ambición de los ODS. Y nunca se ha planteado como ahora, de forma universal, y tan rotundamente, el objetivo de acabar con la pobreza, el hambre, las desigualdades y afrontar el cambio climático, de verdad y en todo el mundo. Y el hecho de que este planteamiento haya sucedido y se mantenga ya es un éxito indudable. Pero todos los logros de la humanidad no reducen nuestra vulnerabilidad ante la inconmensurabilidad del universo y de la tarea. No debemos perder la modestia, ni dejar de percibir nuestras propias limitaciones.
Naciones Unidas es consciente de ello, como lo demuestra en los informes de progreso de los ODS en los que las crisis sanitarias y los conflictos mundiales progresivos e interconectados, las guerras y sus nuevas modalidades han puesto en serio peligro la Agenda.
Esto no quita mérito al gran esfuerzo de Naciones Unidas y de todos los defensores de los ODS por devolver la dignidad al debate público, ni minimiza las amenazas de las que nos advierte la ciencia.
Bien saben que los ODS son también ámbito natural del Defensor del Pueblo: los derechos humanos como se definen en la Constitución española y en los tratados internacionales.
Algunas instituciones homólogas al Defensor del Pueblo han llegado a adaptar sus actuaciones al esquema conceptual de los ODS. Tratan de comprender todas las quejas recibidas encuadrándolas en dicho marco. Ello puede resultar interesante, a efectos prácticos, pero no siempre es fácil ni imprescindible articular así la tarea, y en determinados ámbitos podría resultar forzado hacerlo. Pero tiene también sus ventajas.
La actuación del Defensor del Pueblo se realiza principalmente, (que no exclusivamente), a partir de las quejas, y responde a la vulnerabilidad e indefensión de los ciudadanos en su vida cotidiana ante las administraciones. Muchas de dichas quejas se refieren a detalles muy específicos, más microsociales que macrosociales, sin que esto disminuya en nada la gravedad de las dificultades que perciben los ciudadanos.
Por ello no encontrarán en nuestros informes recomendaciones o sugerencias genéricas o grandilocuentes, sino muy vinculadas a circunstancias singulares, que en ocasiones pueden compartir miles de ciudadanos, o ser únicas. Y todas acaban de una u otra manera conectando con alguno de los ODS.
Poner fin y erradicar la pobreza es el objetivo nº 1 de los ODS. La pobreza es la gran exclusión, la gran soledad. Es indigencia y vulnerabilidad, pero no, sin más, de una minoría marginal, sino que es transversal y afecta a amplias capas sociales, en todos los países, incluso en los más ricos.
Ferran Busquets, exdirector de la fundación Arrels, ha señalado este mismo mes que "nadie que ha estado en la calle se lo esperaba". Muchas personas no son plenamente conscientes de ello y como el propio Busquets cita, Gabriel Olivencia, un marino que vivió en la calle sin hogar dijo: "Os pensáis que no, pero estáis más cerca de estar en la calle que de tener un yate".
Venimos defendiendo la necesidad de contar con un sistema de garantía de ingresos mínimos para hacer frente a las situaciones de pobreza y riesgo de exclusión social, con unas bases y criterios comunes. Las medidas desplegadas, especialmente el Ingreso Mínimo Vital, no están llegando a todos los hogares que deberían, y, en ocasiones, se producen retrasos y situaciones indeseables en su aplicación, por lo que subrayamos que es necesario que se vaya perfeccionando esta prestación, que hay que consolidar en nuestro sistema de servicios sociales.
La salud es la base de nuestra experiencia vital pero no basta con prevenir y curar nuestro cuerpo de diferentes enfermedades. Ahora somos más conscientes de la importancia de cuestiones como la salud pública o la salud mental. Los graves daños ocasionados por la depresión, la ansiedad, y todo tipo de trastornos que sufren numerosos ciudadanos, además, dificultan o desbaratan vidas, suponen un peligroso aumento del riesgo de suicidio. Esto no sucede solo en España. El diagnóstico de los ODS es universal, y la salud mental aparece como meta específica en el Objetivo 3.
El poder de la educación y la ciencia como herramienta de política social, de igualdad de oportunidades, de equidad, se convierte en este contexto en un mecanismo indispensable de transformación social, ambiental, cultural, porque tal es el contenido de los ODS. Y de esos contenidos podemos comprobar que, aunque tenemos mucho que mejorar, y muchas metas nos afectan directamente, vemos que tantas otras se dirigen principalmente a aquellos Estados con menos recursos y más población vulnerable. Es terrible confirmar que en torno al 40 % de los países no han logrado aún la paridad de género en la educación primaria.
O el medio ambiente. Los ODS nos hablan del clima, de los ecosistemas terrestres y marinos. Nosotros consideramos el medio ambiente como un derecho, como nos pide nuestra Constitución. Y en nuestras actuaciones encontramos de nuevo la amenaza del negacionismo, que se traduce en resistencia ante la implantación efectiva de las zonas de bajas emisiones (ZBE), y la reversión de medidas que facilitan el transporte sostenible, así como la tolerancia con actividades contaminantes…
Ya no se concibe un desarrollo que no sea sostenible. Hemos comprendido por fin que el desarrollo sin límites y sin sentido tiene un efecto devastador. La sostenibilidad debe serlo, en primer lugar, respecto de las futuras generaciones, pero también respecto del contexto social, económico, político y ambiental. No podemos renunciar a la dimensión ética del desarrollo.
Concebimos los derechos humanos como universales, interdependientes, inalienables, e irrenunciables, no son propiedad de una persona o de un grupo o nación. Sin embargo, percibimos que esto no se está cumpliendo. Las olas migratorias nos enfrentan a seres humanos que huyen de contextos de injusticia, escasez, inseguridad y, en muchas ocasiones, violencia. Sin olvidar las crisis climáticas, que cada vez provocan más desplazamientos. Descubrimos a través de ellos que existen yermos de derechos, donde en estos 76 años transcurridos desde la Declaración Universal (de los Derechos Humanos) no han conseguido enraizar.
El reconocimiento de derechos, su titularidad, ha suprimido enormes injusticias asumidas y permitidas cotidianamente, ha mejorado nuestros ordenamientos jurídicos y sociedades. Pero no ha sido suficiente para realizar las transformaciones que el planeta necesita, o que la humanidad precisa para no dejar de serlo. Los ODS plantean abiertamente el debate en términos de supervivencia.
Los ODS no son sólo objetivos para los gobiernos sino para las sociedades, para toda la humanidad. No podemos estar en una posición pasiva, de espera crítica ante lo inevitable.
Ya podemos recordar la respuesta que Kant ofrece a la pregunta inicial de nuestra intervención sobre si el género humano progresa hacia lo mejor. Es ésta: "Eso depende de lo que hagamos". Un alivio y una responsabilidad… Pero con un matiz para la euforia ilustrada de Kant. Sí, depende de nuestro hacer pero no depende solo de lo que hagamos.
Progresa la ciencia y el saber, y también la conciencia de las propias limitaciones. Los ODS se vinculan a la acción y el ser humano muestra no sólo su poder sino también sus carencias y sus límites.
Únicamente desde ellos los objetivos son viables. Ni los objetivos por separado son eficaces, ni los seres humanos aislados tampoco.
*** El discurso de Ángel Gabilondo, Defensor del Pueblo, en el acto de clausura del III Observatorio de los ODS organizado por EL ESPAÑOL, Invertia, ENCLAVE ODS y con el apoyo de Fundación 'la Caixa'.