La misma mañana en la que intentaba acabar de escribir esta columna, la actualidad me torció ligera, solo ligeramente, la dirección de mi mano en el teclado. Sí, ya sé que quedaría mejor haber dicho el trazo de la pluma, pero hace años que caí en la diligente rapidez de las máquinas… y no precisamente de escribir. El caso es que se me torció el brazo porque acababa de aprobarse el II plan de Derechos Humanos en nuestro país. Y merecía siquiera mi mención. También un tirón de orejas porque el plan, cuya primera versión databa de 2008 había caducado en 2012. Así, como un congelado.
Y sin bromas. Que proteger de los discursos de odio (en un momento en que a veces da miedito) no es ni para sonrisa. Y librarnos de los posibles riesgos de la inteligencia artificial, tampoco para emoticón. No será ya país para los negacionistas de la discriminación ni del cambio climático. No será. Espero. El plan así se expresa.
No es para chistes tampoco que el plan contemple alcanzar el 0,7 de ayuda oficial al desarrollo en 2030, el mismo año en que deben alcanzarse los objetivos de desarrollo sostenible. Y enlazo aquí el plan con el que iba a ser mi ídem de columna, centrada precisamente en los más desfavorecidos y olvidados del planeta. En concreto de los olvidados por quienes tuvimos la suerte de caer en el lado 'bueno' del mapa y miramos para otro lado, olvidando la enfermedad o las enfermedades de quienes cayeron en el 'malo'.
Llevo días reflexionando sobre el premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional (de cuyo jurado, por cierto, he formado parte este año), otorgado a la Iniciativa Medicamentos para enfermedades desatendidas (DNDi, por sus siglas en inglés).
Mis pensamientos son de admiración por el trabajo de la iniciativa. Y de decepción por nuestro mundo que ignora a los desfavorecidos. Porque según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima en más de mil millones de personas las afectadas por los males para los que la organización trabaja. Mil millones, repito, para fijar la cifra y el estupor. Mil de los que la mitad corresponde a la infancia de las poblaciones afectadas.
Admiración porque hablamos de una iniciativa puesta en marcha por Médicos sin Fronteras tras recibir el premio Nobel y dedicar parte de sus fondos a investigar fármacos para prevenir, atender y curar estas enfermedades desatendidas. La organización se creó finalmente en 2003, contribuyendo a mejorar la existencia de poblaciones también desatendidas.
Decepción porque sin su actuación seguirían dados de lado diversos males por parte de la industria farmacéutica y la comunidad científica. Males entre los que se incluyen la enfermedad de chagas, la lepra, la enfermedad del sueño o la leishmaniasis, que son más que el puro mal porque se convierten además en generadores de estigmas para una sociedad en sí misma estigmatizada por la pobreza, la insalubridad, la dificultad de escolarización.
Admiración porque a aquella primera iniciativa se unieron organizaciones como la OMS, el Programa Especial para la Investigación y la Capacitación en Enfermedades Tropicales de la OMS, así como organizaciones de Francia, Brasil, Kenia, Malasia e India. También admiración porque en veinte años se han desarrollado medicamentos accesibles, asequibles y adaptados a las comunidades afectadas. En concreto, se han logrado doce tratamientos efectivos, como el fexinidazol, para la enfermedad del sueño; dos antimaláricos o antirretrovirales específicamente diseñados para niños con VIH.
Decepción por nuestra no mirada a esas sociedades. Pobres. Desfavorecidas. Ignoradas. Muchas de ellas localizadas en Iberoamérica, especialmente cuando hablamos de chagas.
Admiración por los tratamientos investigados y desarrollados, así como por los que se encuentran en curso, especialmente para aquellos que son relacionados con el cambio climático y que afectan ya no solo a esas sociedades, sino que como ocurre en el caso del dengue, en la actualidad se extiende por países más allá de los nombrados.
Y una cierta decepción precisamente porque no seamos capaces de entender desde este nuestro primer mundo de zona de confort, lo inconfortable que es saberse desatendido en ese gran derecho y objetivo que es la salud.
Puede el mundo ser movido por la inteligencia artificial o mover la inteligencia artificial. Puede ser el ser humano de nuestros días el más y mejor formado de la historia. Puede ser la tecnología capaz de saber si dormimos bien o mal, guiar nuestros coches sin conductor o encargar la compra desde nuestros domotizados frigoríficos. Pueden los terrícolas llegar a Marte y promover turismo a la luna.
Pero mientras las personas, y especialmente la infancia, mueran por enfermedades que podrían ser curadas, mientras siga existiendo hambre y pobreza, mientras haya niños y especialmente niñas, sin escolarizar, y sigan sufriendo muerte, cárcel, prohibición de ir a la escuela, trabajar en la medicina, expresar sus opiniones en Irán y Afganistán, básicamente las mujeres, y mientras los derechos de los más desvalidos continúen vulnerados… seremos nosotros los marcianos, seremos nosotros los lunáticos.
Por eso, el sentimiento cenital ante este premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional a la Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Desatendidas no puede ser otro que el agradecimiento. Sencillamente porque hablamos de salvar vidas.