Nadie duda ya de que la Agenda 2030 forma parte de las políticas nacionales de la comunidad internacional. Es cierto que cuando se aprobaron los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en septiembre del 2015, muchas fueron las dudas que se albergaron sobre el proceso de su aplicación.
Se iniciaba una nueva etapa dentro de Naciones Unidas, y tras tres años de negociaciones, tras la Cumbre Río +20, se adoptaba una agenda que trataba de responder a los múltiples desafíos de este nuevo mundo. Se fijaron 17 ODS y 169 metas. Un número extraño en toda negociación diplomática.
Muchos se preguntaron por qué 17 y no 20, o por qué 169 metas y no más. Pero en cualquier caso fue lo que se pudo consensuar por parte de los 193 países miembros de Naciones Unidas.
Muchos de los que participamos en la sensibilización y desarrollo de esta agenda en los primeros pasos ya observamos la ausencia de una referencia más clara en favor de las cuestiones de paz y desarrollo humano. Es verdad que varios objetivos incluyen referencia a la paz y a las sociedades inclusivas, pero no hay un objetivo propio en donde se señale la necesidad de alcanzar sociedades pacíficas e inclusivas.
El Objetivo 16 (paz, justicia e instituciones sólidas) se refiere a ello junto a otros objetivos, lo que difumina en gran manera la prioridad básica que debería ser por parte de todos los agentes políticos de alcanzar un mundo en paz.
Así mismo, tampoco se incluyen en los 17 ODS referencias claras a la dimensión ética, cultural o religiosa de nuestras sociedades. Es ahí donde deberíamos contribuir de manera más activa en las futuras etapas de aplicación de la Agenda 2030. Como es obvio, no cabe reabrir la Agenda en estos momentos y comenzar una nueva negociación internacional.
Los 17 ODS no incluyen referencias claras a la dimensión ética, cultural o religiosa de nuestras sociedades
Pero sí es necesario –y urgente– lograr que la comunidad internacional, los Estados miembros y los distintos actores implicados, reconozcan la necesidad de un marco ético y moral que impulse a nuestros ciudadanos al cumplimiento de esta nueva Agenda 2030.
Oímos con insistencia y razón que en este proceso no debemos dejar a nadie atrás. Es un deseo que todos compartimos. Pero, hasta ahora, no nos hemos planteado hacia dónde queremos dirigirnos. He aquí donde la labor de la Alianza de Civilizaciones se manifiesta como plataforma positiva para encauzar el debate político de nuestro tiempo.
Se habla de manera insistente de defender el multilateralismo. Sin embargo, a la hora de aplicarlo, observamos que algunos actores prefieren un multilateralismo à la carte. Es decir, concentrarse sólo en aquellos sectores en donde pueden consensuar sus políticas sin que esto suponga abandonar sus ansias hegemónicas en otros asuntos relevantes para la paz y la seguridad del mundo.
Renuncian así a un compromiso global de desarrollar un multilateralismo democrático, sostenible y eficaz. Asistimos con preocupación en los últimos años a un resurgimiento de las viejas teorías bipolares en donde antiguas hegemonías vuelven a resucitar.
La crisis de la covid-19 nos ha mostrado de manera brutal y clarividente la necesidad de abordar la complejidad del mundo actual en donde el factor humano debe privilegiarse frente a todos los restantes. Se ha señalado ya en múltiples ocasiones que la actual crisis de la pandemia no es únicamente sanitaria, económica, financiera, cultural o social, sino que es esencialmente una crisis humana.
Hasta ahora, no nos hemos planteado hacia dónde queremos dirigirnos
Es por ello que, si queremos seguir impulsando la aplicación de los 17 ODS y llegar a buen puerto en 2030, nuestra prioridad máxima es cómo facilitar la aceptación y defensa por parte de la ciudadanía global de los compromisos que se declinan de la agenda de sostenibilidad.
En este sentido, dos grandes objetivos deben privilegiarse a la hora de movilizar a la sociedad internacional. El primero, que ya cuenta con una innegable aceptación y unanimidad, es el de salvar el planeta. Sapiens no podrá subsistir en un medio en donde los recursos naturales y la sostenibilidad de su entorno no le permitan sobrevivir. De ahí que todos debemos movilizarnos en este sentido.
Pero de manera simultánea, e incluso como ciudadanos del mundo, todos nos debemos movilizar para salvar a la humanidad. ¿De qué nos serviría tener un planeta verde y un entorno medioambiental sano si somos incapaces, los terrícolas, de vivir en paz y en harmonía?
De ahí que la Alianza de Civilizaciones considere que su actual mandato de establecer puentes de entendimiento y de respeto mutuo sea hoy por hoy una de las tareas más prioritarias dentro de la agenda internacional.
No se trata de relativizar los logros alcanzados por una u otra civilización, sino de encontrar los elementos positivos de cada una de ellas y ponerlos en favor de una humanidad que necesita seguir avanzando y progresando.
No hay una civilización superior a las otras, sino múltiples civilizaciones, culturas e identidades que interactúan entre ellas y que logran, como así se ha demostrado en estos últimos 21 siglos, hacer avanzar a la humanidad hacia objetivos jamás imaginados cuando sapiens se impuso al neandertal.
No hay una civilización superior a las otras, sino múltiples civilizaciones, culturas e identidades que interactúan entre ellas
Los desafíos actuales son todavía mayores frente a la civilización del logaritmo: Sapiens, es decir, el ciudadano, con sus derechos, debe rebelarse y defender su capacidad de libertad y decisión que en ningún caso significa de imposición.
El capitalismo de vigilancia y las tendencias a modificar nuestras conductas sin el acuerdo de nosotros mismos deben ser los asuntos que más deberían preocupar al ciudadano del siglo 21 en estos momentos.
El debate hacia dónde debemos alzar la mirada del futuro para dirigir a esta sola humanidad puede beneficiarse de la plataforma que ofrece la Alianza de Civilizaciones al organizar y defender un mundo en el que las distintas sensibilidades identitarias, culturales o religiosas pueden encontrar una fuente de inspiración para crear un mundo mejor.
No se trata de reducir a la baja lo ya conseguido, como por ejemplo la Declaración Universal de Derechos Humanos, sino de precisamente defender esta declaración aportando el sentido ético del respeto y la fraternidad. Especialmente ahora, en un momento en el que algunos actores internacionales nos quieren hacer regresar al túnel del tiempo de enfrentamientos y confrontaciones ya superados.
*** Miguel Ángel Moratinos es alto representante de Naciones Unidas para la Alianza de Civilizaciones y ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación entre 2004 y 2010.