Tras la decepcionante COP26 de Glasgow en la que los intereses cortoplacistas de algunos y los miedos electoralistas de otros han dado como resultado un acuerdo descafeinado, falto de ambición y muy alejado de lo que pide la ciencia. La humanidad se encuentra ante una decisiva encrucijada.
Los científicos nos han dicho por activa y por pasiva que superar la barrera de 1,5 °C respecto a la temperatura media existente en nuestro planeta antes de la era industrial, traería una serie de cambios a nivel planetario que dificultaría la vida en el mismo tal y como la conocemos.
Pese a ello, lo máximo que admitieron los distintos gobiernos en París en 2015 fue trabajar para no superar los 2 °C. Y dejaron el límite marcado por la ciencia como una referencia deseable, pero que, obviamente, no se podría alcanzar, puesto que no se pensaban tomar las medidas necesarias para alcanzarla.
Seis años han pasado desde París, las manifestaciones de la crisis climática se han hecho más patentes. Los glaciares de todo el planeta han seguido fundiéndose. Las olas de calor han hecho que cada año se hayan batido los récords de temperatura en todos los continentes.
El aumento de temperatura en el Polo Norte ha llevado su extensión al mínimo, al tiempo que la corriente de chorro que marca el clima en el hemisferio norte se ralentizaba y volvía sinuosa llevando olas de calor más al norte y olas de frío más al sur.
Los océanos han seguido calentándose y con ello los tifones y huracanes han contado con más cantidad de agua, se han formado más rápidamente y sus vientos han sido más potentes. Al mismo tiempo, ha seguido avanzando la acidificación oceánica llevando a límites peligrosos a las dos grandes barreras de coral en Australia y el Caribe.
Groenlandia y el Polo Sur han seguido descongelándose, haciendo que el nivel del mar haya seguido subiendo, poniendo en peligro la subsistencia de múltiples comunidades humanas en la Micronesia o la Polinesia. La mayor cantidad de agua evaporada ha hecho que los eventos extremos de lluvias torrenciales hayan arreciado por doquier.
Pero esa mayor cantidad de calor ha hecho que también la tierra firme pierda su humedad, haciendo que las sequías hayan sido mucho mayores y devastadoras al mismo tiempo que los incendios encontraban las condiciones ideales para ser mucho más destructivos.
Contamos con las herramientas para frenar la crisis climática, para hacer un mundo más verde y ciudades más habitables
Sin embargo, parece ser que toda esta realidad climática no es suficiente para que nuestros próceres levanten la vista y tomen las decisiones necesarias para enfrentarnos a esta amenaza, la mayor a la que nunca se haya enfrentado la humanidad.
Decía Sinclair, que "es muy difícil que alguien comprenda algo cuando su sueldo depende de que siga sin comprenderlo". Y diríase que hay hoy en el mundo demasiada gente a sueldo para no ver la realidad.
Los escenarios actuales nos llevan a futuros que nuestros hijos e hijas deberán tener porque nosotros no hemos sido capaces de tomar las decisiones que la ciencia nos dice que debemos tomar.
Vivimos en una sociedad enferma, enganchada al consumo compulsivo de combustibles fósiles y que se repite una y otra vez que puede dejarlo cuando quiera, pero que cumbre tras cumbre da muestras de una dependencia de los combustibles fósiles aguda.
En el escenario actual lo más probable es que el clima que tenga Bilbao en 2050 sea el que hoy tiene Sevilla, y que Sevilla tenga el que hoy tiene Mali. Contamos con las herramientas para frenar la crisis climática, para hacer un mundo más verde, unas ciudades más habitables, un planeta más equitativo.
La acidificación oceánica lleva a límites peligrosos a las dos grandes barreras de coral en Australia y el Caribe
Nunca antes estuvimos en disposición de hacer tanto como hoy. Somos la primera generación que cuenta con este poder. Pero la mala noticia es que somos también la última que llegará a tiempo para frenar la crisis climática y evitar sus efectos más destructivos.
Nos va la vida en ello; la nuestra y la de nuestros hijos e hijas, nuestros nietos y nietas… ¿Con qué cara podremos mirarles a los ojos si por una mera cuestión de egoísmo del hedonismo cortoplacista les fallamos?
La sociedad de todo el planeta, los hombres y mujeres, las empresas, los pueblos y ciudades, cuando nuestros grandes líderes mundiales nos fallan, tienen la oportunidad de demostrar que, desde abajo, desde el terreno, desde el día a día se pueden lograr grandes cambios.
Si cada persona ya sea estudiante, ejecutivo, periodista, agricultor, maestro o trabaje en casa, decide dar el paso adelante y esforzarse en su día a día para reducir su huella de carbono, el cambio puede darse.
La sociedad de todo el planeta, hombres y mujeres, tienen la oportunidad de demostrar que, desde abajo se pueden lograr grandes cambios
El mercado escucha los mensajes que se mandan desde el consumo y se ajusta de forma automática. Si optamos por consumir menos energía y por generarla renovable, por reducir la cantidad de cosas que compulsivamente compramos y nos centramos en lo necesario, si reparamos lo que se rompe, reciclamos lo que ya no sirve, si andamos más, nos movemos en transporte público o elegimos la opción de movilidad que menos contamine, el cambio es posible. Podemos crear una ola que cambie el mundo.
Si como hombres y mujeres libres lo hacemos, podremos pasar a la historia como aquellos que pudieron enfrentarse al gran reto y lo hicieron. Y a buen seguro, nuestros políticos, que hoy no escuchan a la ciencia, sí que escucharán al pueblo porque, al fin y al cabo, necesitan nuestros votos.
Y en el caso de que no quieran escuchar, recordemos que la voluntad política es también un recurso renovable.
***Álvaro Rodríguez de Sanabria es coordinador general en España de The Climate Reality Project.