El nivel del mar Mediterráneo está subiendo tres veces más rápido de lo que había previsto el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). 38.500 kilómetros de las costas mediterráneas de España y otros 21 países están cada vez más expuestos a inundaciones y otros riesgos que podrían alcanzar su punto más dramático a finales de siglo.
En la costa occidental, la que baña las islas Baleares y sus inmediaciones, se ha registrado un aumento de 18,5 centímetros en los últimos 139 años. Eso sí, explica Raquel Vaquer-Sunyer, coordinadora del Informe Mar Balear: "El ritmo de subida no ha sido homogéneo, sino que se ha acelerado en las últimas décadas", especialmente en los últimos 30 años.
Este aumento del nivel mar, indica la científica marina, está estrechamente relacionado con el calentamiento global y la subida de temperaturas que se han producido en el último siglo. Cabe recordar que entre 1979 y 2023, la temperatura del aire en la costa mediterránea ha aumentado, según el Informe Mar Balear, una media de 1,23 °C. Esto es, un 56% más que a escala planetaria
Este calentamiento de la temperatura atmosférica a nivel global favorece el aumento del nivel del mar por dos motivos principales. El primero, explica Vaquer-Sunyer, se justifica por los "procesos de fusión de hielo en glaciales o sobre tierra". Es decir, el deshielo tanto de los polos como de otras zonas montañosas tradicionalmente heladas que están derritiéndose y cuya agua acaba en el mar.
El segundo motivo, dice, es "la expansión térmica". O dicho con otras palabras: "A mayor temperatura, los cuerpos aumentan su volumen y, por tanto, sube el nivel del mar".
Así, el proyecto colaborativo que lidera, y del que forman parte todas las instituciones de investigación marina de Baleares, el Gobierno autonómico y entidades públicas y privadas relacionadas con el medio marino, recoge que las previsiones actuales dicen que el Mare Nostrum podría llegar a subir entre 55,2 y 76,5 centímetros para finales de este siglo. Esto, asegura, para las playas de Baleares, donde se centra su investigación, se traduce en un "retroceso de la costa" de entre 7 y 50 metros, lo que "reduciría su superficie aérea a la mitad", explica.
Pero este patrón no es nuevo y viene observándose desde hace años en el resto del Mediterráneo. La arena, así, desaparece año tras año y la costa sufre una doble presión.
Por un lado, la provocada por el aumento del nivel del agua en sí. Y, por otro, por ese urbanismo que 'le ganó metros al mar' durante todo el siglo XX. Y es que, como ya explicó Aurora Torres, doctora en Ecología y coautora del último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) sobre la sobreexplotación de la arena, a ENCLAVE ODS, "la urbanización descontrolada ha sido uno de los factores de desaparición de dunas y de zonas donde había mucha arena".
Menos dunas y arena se traduce en una menor biodiversidad y, sobre todo, una menor protección frente a los fenómenos meteorológicos extremos, como las inundaciones. Porque las playas, aunque no lo parezca, son un sistema vivo que funciona como barrear de protección natural. El cóctel que resulta de la llegada de un temporal y la subida del nivel del mar provoca que las olas arrastren una parte de esas dunas o de esa arena hacia el fondo marino para después volver de nuevo hacia la playa, depositando nuevos sedimentos.
Cuando la línea de costa se hace cada vez más estrecha por la presión urbanística y el aumento del nivel del mar, esta barrera natural desaparece. Pero, Vaquer-Sunyer advierte que el calentamiento global y la subida de los termómetros terrestres y marinos no solo afecta a la manera en que el agua se comporta.
Adiós a la posidonia
"Toda la vida marina está adaptada a vivir a una cierta temperatura del agua del mar y cuando se calienta o cambia, puede producir efectos muy drásticos", advierte Vaquer-Sunyer. La flora y fauna oceánica sufre, con los cambios en los termómetros, alteraciones en su metabolismo o en su comportamiento. En algunos casos, alerta la científica, puede llegar a provocarles la muerte.
Y pone un ejemplo que tiene mucho que ver, también, con ese efecto barrera que posee la arena y las dunas: "Las praderas de posidonia oceánica son muy sensibles al aumento de temperatura y lo vimos en una del parque nacional de Cabrera, en Baleares". El Informe Mar Balear recoge evidencias de que con termómetros que marcan más de 28 °C, "aumenta significativamente la mortalidad de la posidonia".
"Las praderas de posidonia oceánica de aguas poco profundas se podrían extinguir de forma funcional a mediados a mediados de este siglo", advierte Vaquer-Sunyer. Esto provocaría que, a su vez, desaparezcan "todos los servicios ecosistémicos que nos reportan, como la protección costera". Porque, insiste, "las praderas de posidonia reducen la velocidad y la fuerza de las olas, y también son una gran fuente de arena por los organismos asociados a ellas".
Y añade: "Los restos de posidonia, las hojas y rizomas muertos que se acumulan en primera línea de costa durante el otoño protegen la playa de la erosión porque actúan como una barrera física e impiden que las olas se lleven la arena". Por tanto, esta planta acuática juega un papel "fundamental" para "producir arena", pero también "para proteger las playas de la erosión". Vaquer-Sunyer es drástica: "Si perdiésemos la posidonia, habría una mayor regresión de las playas del Mediterráneo".
Nuevas especies
El aumento de temperaturas en el Mediterráneo y su consecuencia subida del nivel del mar provoca también que se produzcan cambios en las distribuciones de las especies. Vaquer-Sunyer explica cómo "algunos peces y otros organismos móviles se van a aguas más frías y, por tanto, ya no los podremos encontrar donde lo hacíamos habitualmente".
Pero no solo eso: el mayor desafío del Mediterráneo está en esas "especies alóctonas, que vienen de fuera, y que pueden encontrar las condiciones idóneas para prosperar" en aguas que no son las suyas. Esto, recuerda la experta, es el caso de muchos organismos de origen tropical y subtropical que "encuentran temperaturas que son propicias para ellos aquí, proliferan y pueden llegar a afectar o desplazar a especies locales o autóctonas".
Se convierten, así, en especies invasoras que, poco a poco, transforman los ecosistemas originales. Algo que, por otro lado, está más que documentado en el mar Mediterráneo y es consecuencia directa de la llamada tropicalización, que hace que "estas nuevas especies estén cada vez más presentes".
Más tortugas bobas
Un efecto directo de la tropicalización del mar se puede observar en la costa mediterránea con un fenómeno que, dice Vaquer-Sunyer, se viene observando cada vez más en Baleares: el aumento del número de nidos de tortuga marina común o tortuga boba.
"Se cree que estos nuevos nidos pueden deberse a los efectos del calentamiento global", asegura la científica. Y lo explica: "Dependiendo de la temperatura de la arena, las tortugas nacen hembra o macho. A mayores temperaturas, todas las tortugas nacen hembras y, por tanto, podrían estar intentando evitar esa desproporción de sexos migrando más hacia el norte".
Parece, dice Vaquer-Sunyer, que algunos animales, como este ejemplo, están cambiando su comportamiento como efecto del calentamiento. Pues se desplazan, poco a poco, cada vez más al norte para "buscar aguas y playas más frías para preparar sus huevos" y evitar "desproporciones poblacionales", como en el caso de la tortuga boba.