Sin McDonald's, con turismo 'limitado' y a los pies del Himalaya: por qué Bután es el país más feliz del mundo
José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid, ha vuelto de luna de miel al país más feliz del mundo, que además es carbono negativo.
23 abril, 2024 01:45Bután, un pequeño país en la ladera del Himalaya, se considera el país más feliz del mundo, y además, es carbono negativo —emite la misma cantidad de dióxido de carbono (CO₂) a la atmósfera de la que se retira—. Un destino inesperado para terminar la luna de miel Almeida-Trujillo, y más después de una primera etapa en las maldivas, lujoso país de resorts en mitad del océano Índico. Quizás lo necesitaban.
Ian Triay, embajador honorífico del país asiático en España, dice que los puntos más valorados son la montaña y la cultura: "Es un destino maravilloso para todo aquel que busque naturaleza, espiritualidad y una manera de vivir que son únicas en el mundo hoy en día en medio de todo el desarrollo que nos rodea". Y todavía escapa de la presencia de grandes multinacionales como McDonald's.
Según Triay: "Estas empresas están gobernadas por unos objetivos de rentabilidad y de crecimiento que en un país como Bután, con menos de un millón de habitantes, difícilmente van a conseguir".
El paisaje de Bután se ha mantenido salvaje y pulcro gracias a una política turística muy restrictiva hasta los años 70, y aún hoy huye del turismo masivo. Además del material de montaña, guía y agencia —para gestionar el viaje a Bután solo se puede hacer con agentes autorizados—. Almeida y Trujillo han tenido que pagar el visado por 40 dólares estadounidenses y la tasa del turista otros 100 dólares, aproximadamente, por persona y día. La estancia mínima es de cinco días.
Triay dice que Bután se está abriendo al turismo, pero no de forma descontrolada: "No quiere que ese turismo masivo destruya la idiosincrasia del país: la espiritualidad budista, las tradiciones de los nómadas o los genes de ser nómadas y la naturaleza".
Bután es un poco más grande que Extremadura y tiene 780.000 habitantes, mientras que la comunidad española pasa del millón. Es decir, este país es el Bután vaciado y tal vez por eso puede medir su desarrollo según su Felicidad Nacional Bruta.
El país más feliz del mundo
El cuarto rey de Butan, Jigme Singye Wangchuck, quien implantó el índice de felicidad, dijo que esto era más importante y el mejor indicador del estado del pueblo que el producto interior bruto (PIB). En ese indicador confluye el desarrollo socioeconómico, el estado de la naturaleza, de la cultura y el buen gobierno. En la encuesta de 2022, el 9,5% de la población es profundamente feliz, el 38,6% ampliamente feliz, el 45,5% escasamente feliz y el 6,4% infeliz.
El país ha mejorado en los últimos años en la mayoría de baremos; salud, la esperanza de vida ha pasado de los 37 años en 1960 a los 73 en 2019. Hay más hospitales y escuelas, y la economía está creciendo a pasos agigantados empujados por la energía hidroeléctrica en las rápidas corrientes que bajan por las laderas. Esta energía verde, además, reduce las emisiones de la región al venderle la energía a India. En 2022, Bután exportó unos 9.000 gigavatios-hora (Gwh), esto es casi un tercio de lo que consumió la Comunidad de Madrid. A pesar de todo, la agricultura sigue siendo el sector principal.
Esto también pone a la conservación de la naturaleza en un posible compromiso. Su constitución dice que al menos el 60% del territorio tiene que ser bosque —actualmente es 72,3%—. Eso hace que absorba más CO₂ de lo que emite. Es decir, que sea, junto a Panamá y Surinam, de los pocos países que pueden presmir de ser carbono negativo. Según los cálculos del primer ministro Tshering Tobgay, el país secuestra el equivalente a las emisiones de Nueva York en un año.
Bután está fuertemente comprometido con la tradición y valor natural, está abrazando las nuevas tecnologías que le permitan monetizar su cálculo de emisiones en el mercado de créditos de carbono para continuar su crecimiento. Bután es un referente en la lucha contra el cambio climático y está fuertemente amenazado por el deshielo de los glaciares montañas arriba que provocan riadas devastadoras.
Sus templos incrustados en las paredes rocosas del Himalaya y las rutas de senderismo habrán dejado sin aliento, literal y figurado, a Almeida y Trujillo, como deja boquiabierto al resto del mundo por el esfuerzo de este pequeño país contra el calentamiento global.