La historia de Rezwana Sekandari (Kabuil, 2001) no tiene final. Más bien, como indica la periodista Mariangela Paone (Roma, 1980) en Rezwana, un expediente europeo (Libros del KO, 2023), se trata de “una historia abierta, como una herida que no se cura, como una esperanza que no se apaga”.
Juntas, Sekendari y Paone han recopilado la historia de la primera en un libro que, en apenas 167 páginas, narra una vida, la de Rezwana. Que no es solo la suya, sino la de miles y miles de personas que huyen de la guerra y la violencia y se encuentran a la deriva a las puertas de Europa.
Y eso, ocurre casi siempre por partida doble, como le sucedió a la protagonista de esta historia. Una, cuando las barcazas de madera en las que cruzan el Mediterráneo se hunden. Otra, cuando la política de asilo europea pone trabas a los menores migrantes no acompañados para reunirse con sus familiares lejanos, en terceros países. Su historia, por tanto, nos permite entrar en la vida de esos a los que se les suele tildar de 'menas' para enmascarar su realidad.
Eso sí, explica Paone en conversaciones con ENCLAVE ODS, la de Rezwana es una historia "lamentablemente extraordinaria", pues pocos migrantes han podido volver a caminar sobre sus propios pasos y encontrar respuestas.
El "cementerio Mediterráneo"
Según el proyecto Missing Migrants (o Migrantes desaparecidos) de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), se estima que, entre 2014 y el 9 de febrero de 2024, en el Mediterráneo han "desaparecido", al menos, 28.919 personas. El número de muertos confirmados, asegura la misma entidad, supera los 17.000 en la última década.
Rezwana no fue una de ellos. Ella llegó a Lesbos (Grecia) “muerta de frío y de miedo”, escribe Paone. Era 2015, y fue una de las supervivientes del naufragio del 28 de octubre. Uno que se quedó grabado en la retina de quienes lo presenciaron: “Cuando dimos la vuelta al patrullero, nos dimos cuenta de la inmensidad de la tragedia”, cuenta en el libro el rescatista catalán Òscar Camps, fundador y director de la oenegé Proactiva Open Arms. Y aclara: “Podía haber trescientas personas, tuve la sensación de que había sido como un accidente aéreo”.
La descripción que hace de aquel día Camps en Rezwana bien podría estar sacada de un largometraje de terror. Se lanzaron, explica, a coger a los niños de “los brazos de sus padres”. Los subían en las motos, “tres, cuatro, los que podías”.
[Bebés en el barro, abortos espontáneos y madres sin leche: por qué Idomeni es la vergüenza de Europa]
Y por su tamaño infantil, cuenta, eran los más fáciles de subir al barco de los guardacostas o de Frontex. De esta última agencia, indica, “tenía allí ese buque que no era de salvamento ni de nada”. Era, dibuja, “como un oceanográfico pequeño y era muy difícil subir a las personas allí”. Todos allí, narra el libro, “estaban desbordados”.
Como ya explicó a ENCLAVE ODS Juan Matías Gil, coordinador de los rescates de MSF en el Mediterráneo Central, desde aquel entonces, "los gobiernos europeos han mirado hacia otra parte ante estos crímenes. La situación no ha mejorado para los migrantes y potenciales solicitantes de asilo que llegan a través del Mare Nostrum desde aquel fatídico 2015.
En aquel momento, a pesar de que los servicios de rescate se veían sobrepasados, era el Centro de Coordinación Marítima de Roma el que se encargaba de organizar a patrulleras, barcos mercantes y oenegés que se prestaban a ayudar. Rezwana fue una de las niñas —en aquel momento tenía 13 años— a la que rescató el arpón de unos pescadores.
Ella se salvó. Su familia, en cambio, no tuvo la misma suerte. Su madre, su padre, sus dos hermanas y su hermano desaparecieron en el Mediterráneo. En 2022, gracias a la investigación que realiza Paone para rehacer los pasos de Rezwana hasta el presente, la joven descubrió que los cuerpos de su madre (Fátima), su hermano Hadith y su hermana Negin, descansan en un cementerio comunitario en Lesbos. Su padre (Nasser) y su hermana Mehrumah fueron dos de esos "desaparecidos" en el mar de los que habla Missing Migrants.
[La vida en suspenso en el infierno griego de Idomeni]
Para Paone, la situación del "cementerio Mediterráneo" no ha evolucionado nada desde aquel 2015 en que ella conoció la historia de Rezwana. En todo caso, "ha empeorado", dice. Especialmente con el giro a la extrema derecha de países como Italia. Y las políticas de asilo de la UE, reconoce, buscan, cada vez más, "desincentivar" la llegada de personas.
El infierno burocrático
Personas como los Sekandari, que huyeron de un Afganistán hundido por años de conflicto y de las amenazas de los talibanes en busca de una vida mejor. En concreto, soñaban con llegar a Suecia, donde su padre, Nasser, tenía familia lejana asentada desde hacía años.
Sin embargo, tras el naufragio, Rezwana se quedó atrapada en Grecia, un país donde se encontraba sola, con un idioma que desconocía —y al que, confiesa en el libro, terminó desarrollando cierta inquina—. No es de extrañar, pues primero pasó por un campo de refugiados en Lesbos y solo se libró de acabar en Moria —que acabaría destruido por las llamas en 2020— gracias a la insistencia de una trabajadora humanitaria noruega, Charly.
Después, Sekandari acabaría viviendo con tres familias de acogida distintas en Atenas. La última, se convertiría en lo más parecido a un hogar. Pero su familia, la poca que le quedaba y, sobre todo, la única en Europa, estaba en Suecia. Para la joven afgana fue imposible conseguir la reunificación familiar al no tener lazos de sangre directos con ellos.
Por tanto, el paso lógico para ella fue solicitar el asilo en Grecia. Y se lo concedieron. Así, por fin, tras dos años, una Rezwana de 16 años pudo viajar a Suecia para reunirse con sus familiares.
En el país nórdico, junto a su familia, la joven afgana volvió a ser dueña de su vida. Aprendió el idioma, empezó a ir al instituto y sacar buenas notas. Hizo amigos y, en definitiva, formó un hogar. Y volvió a solicitar asilo, esta vez en el lugar donde se quería quedar.
“En su momento, alguien tendría que haberles explicado desde el principio que evitaran presentar de nuevo aquí la solicitud de asilo”, explica en el libro Gun Alingsjö Bäck, el que fue su tutor legal en Suecia —figura que tienen todos los menores no acompañados que llegan al país—. “Esta no era la vía. Se hubiera tenido que buscar otra”, zanja.
Y, en efecto, las trampas del sistema de asilo europeo provocaron que su sueño de acabar de estudiar y asentarse en Suecia se desvaneciese al cumplir la mayoría de edad. Al haber recibido el asilo en Grecia, país frente al cual se hundió su barco, las autoridades de Estocolmo denegaron su nueva solicitud. Su familia, al ser lejana, no fue considerada “suficiente” para declarar su arraigo.
Y así, a Rezwana, como a otros tantos solicitantes de asilo como ella, se le obligó a regresar a Grecia, el país de sus pesadillas. Y abandonar la vida que, por fin, había conseguido reconstruir en Suecia.
En su libro homónimo, ella y Paone cuentan como una funcionaria del servicio de inmigración le dijo, cuando la joven insistía en que no quería volver a Grecia, que “en esa misma silla […] he tenido sentados a chicos que mandamos de vuelta a Afganistán”. Sekandari fue tajante en su respuesta y dijo que “prefería morir” antes que irse.
Y así, “se subió al avión en Estocolmo y aterrizó en Atenas el 20 de febrero de 2020”, escribe Paone. Los esfuerzos de Charly, aquella trabajadora humanitaria que la atendió cuando sobrevivió al naufragio, para frenar la devolución no sirvieron de nada. Ni siquiera un recurso ante la Corte Europea de Derechos Humanos.
De vuelta en el país heleno, ahora Rezwana continúa su vida. Incluso ha encontrado una comunidad de migrantes suecos en la que se siente como en casa. Sin embargo, su historia es la de miles de personas, solicitantes de asilo, que arriesgan su vida para llegar a Europa y se encuentran con un sistema frío y deshumanizador. Especialmente para los menores.