Joseph Aspdin. Probablemente ni siquiera le suene este nombre. Sin embargo, su invento revolucionó por completo la concepción de las ciudades y, por ende, de la humanidad. En 1824, este albañil británico de Leeds patentó el cemento Portland, un material que posteriormente fue clave para la producción del hormigón moderno.
Tras más de un milenio a la sombra —los romanos ya lo utilizaban, pero sin ninguna razón aparente dejó de usarse—, el hormigón volvía a las urbes y de qué manera. Desde entonces, se ha convertido en un material omnipresente en prácticamente todo asentamiento humano.
De hecho, es el material más manufacturado de la Tierra y cada año se utilizan 30.000 millones de toneladas. Para hacernos una idea de la magnitud de esta cifra, en comparación, se producen 430 millones de toneladas de plástico al año.
El hormigón, sin duda, se convirtió en el rey de la ciudad. Se empezaba a construir más alto y más grande. Nacía la era de los edificios modernos, de los rascacielos. Seguramente, ni siquiera el propio Aspdin fuera mínimamente consciente de cómo su mezcla iba a transformar nuestro mundo para siempre.
Sin embargo, cada vez son más las voces discordantes de este formato de urbe dominada por el asfalto de las calles y los edificios de hormigón. Entre otros problemas, las ciudades encapsulan una alta contaminación que repercute directamente en la salud de sus habitantes. Según ONU Hábitat, las urbes consumen el 78% de la energía mundial y producen el 60% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero a pesar de que representan menos del 2% de la superficie de la Tierra.
Por ello, muchos abogan por reverdecer las ciudades. En las últimas décadas, la rápida expansión de las urbes, en muchas ocasiones, ha puesto en un segundo plano el desarrollo de las zonas verdes. Sin embargo, con una población urbana en aumento —de acuerdo con los datos de las Naciones Unidas, el 55% de la población mundial vive en una ciudad y se estima que esta cifra aumentará hasta el 66% para el año 2050—, la creación de estos espacios urbanos será más importante que nunca en el contexto actual de crisis climática.
La influencia de los espacios verdes en la salud humana es de sobra conocido. Numerosos estudios avalan sus beneficios sobre la salud mental, la esperanza de vida o un mejor funcionamiento cognitivo. Asimismo, pueden actuar como salvavidas para uno de los grandes desafíos globales actuales como es el cambio climático o la degradación medioambiental, ya que ayudan a mitigar la contaminación del aire y los niveles de calor y ruido.
Las reglas para reverdecer las ciudades, sin embargo, no están definidas. Cada urbe es un mundo. Barcelona no es igual que Nueva Delhi. Y Nueva Delhi no es igual que Río de Janeiro. Por tanto, establecer un precepto universal, de igual aplicación en todas las urbes del mundo, es casi una quimera. Pese a ello, para Cecil Konijnendijk, un investigador neerlandés especializado en silvicultura urbana, es posible desarrollar normas simplificadas y directrices fáciles de recordar que ayuden en la tarea de crear una mayor infraestructura verde urbana.
Así concibió la regla 3-30-300, una norma que reconoce la necesidad de llevar la naturaleza a todos los barrios, calles y casas de las ciudades. Bajo esta premisa, Konijnendijk, director del Nature Based Solutions Institute y profesor honorario de la Universidad de la Columbia Británica (Canadá), sugiere un primer elemento y es que todo ciudadano pueda ver al menos tres árboles de un tamaño decente desde su casa.
El segundo de los elementos se refiere a alcanzar un 30% de cubierta vegetal en un barrio, un concepto planteado por el profesor australiano Thomas Astell-Burt y su equipo. En un estudio publicado en 2020, el equipo de investigación liderado por Astell-Burt descubrió que alcanzando ese umbral se reducía la incidencia de diabetes, hipertensión y enfermedades cerebrovasculares. Otros estudios también han relacionado las zonas verdes en las ciudades y una mejor salud mental.
Aunque para Konijnendijk no es suficiente con alcanzar una cubierta del 30% en toda la ciudad, ya que “el arbolado no estará distribuida uniformemente y las poblaciones más marginadas suelen tener menos árboles y zonas verdes en sus barrios”. Por tanto, considera que, al planificar urbanísticamente, hay que tener en cuenta que ese 30% se debe alcanzar a partir de un reparto uniforme por toda la ciudad.
Finalmente, la tercera pata del puzle lo completa la regla de que ningún ciudadano debe estar a más de 300 metros de un espacio verde amplio. En este caso, la propuesta de Konijnendijk se basó en la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que propone una distancia máxima de 300 metros de una zona verde recreacional de al menos 1 hectárea de tamaño.
¿Es realmente beneficioso?
Por el momento, los potenciales beneficios que pueda tener para la salud las tres características de esta regla aún no están del todo claros. Sin embargo, un primer estudio liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) en la Ciudad Condal arrojó unos resultados prometedores.
En una investigación en la que participaron más de 3.000 residentes de Barcelona de entre 15 y 97 años, las conclusiones fueron claras: el cumplimiento de la regla 3-30-300 de espacios verdes se asoció de manera positiva a una mejor salud mental, una menor medicación para la ansiedad y la depresión, y menos visitas al psicólogo.
El gran problema que reflejó el estudio fue que muy pocos barceloneses se ajustaban a esta regla. Los datos recogidos mostraron que solo el 4,7% de esas más de 3.000 personas cumplían con ese perfil específico. “En una ciudad compleja y muy densa como es Barcelona, no hay mucho espacio para poner grandes parques para asegurar ese 30% porque simplemente no hay espacio, a no ser que quites espacio a los coches”, explica a EL ESPAÑOL Mark Nieuwenhuijsen, director de la Iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud en ISGlobal.
En la actualidad, pocos son los ejemplos de ciudades o barrios que puedan presumir de cumplir estas indicaciones. Entre ellos se encuentran, indica Konijnendijk, muchas ciudades y barrios de Norteamérica —por ejemplo, en el estado de Florida, EEUU—. En Europa, un análisis reciente mostró que varias zonas de la ciudad sueca de Gotemburgo también cumplen con estas premisas, pero no es la única.
“En los Países Bajos, ciudades como Almere y Zeist tienen bastantes barrios que cumplen la norma”, añade el silvicultor urbano. “Incluso en ciudades densas se puede cumplir la norma o acercarse a ella, como es el ejemplo del distrito de Friedenau de Berlín (Alemania)”.
En el ámbito nacional, señala Nieuwenhuijsen, pocas ciudades podrían ajustarse a la regla 3-30-300. Una de ellas podría ser Vitoria, la única ciudad española en conseguir los galardones de European Green Capital (Capital Verde Europea) y Global Green City (Ciudad Verde Global), premios auspiciados por la Unión Europea y la ONU, respectivamente. No obstante, por ahora, no existe ningún estudio que confirme su adhesión a la regla.
[La 'ciudad feliz' de Charles Montgomery: “Barcelona es el sueño de cualquier urbanista”]
Madrid, una ciudad con potencial
A diferencia de Barcelona, una ciudad muy comprimida en el espacio, Nieuwenhuijsen considera que la capital española puede ser un buen lugar para aplicar la regla 3-30-300 con éxito. “Al ser una ciudad más dispersa, es probable que tenga más espacio para crear espacios verdes de una hectárea o que los vecinos puedan ver tres árboles desde sus ventanas”, indica el investigador de ISGlobal.
Antonio Giraldo, geógrafo y urbanista, también opina que es “una filosofía muy interesante para una ciudad como Madrid”. Para el geógrafo, actual portavoz de Urbanismo, Medio Ambiente y Movilidad del PSOE en el Ayuntamiento de Madrid, la capital tiene una gran ventaja y “es que tiene una zonas verdes espléndidas en sus inmediaciones que ya quisieran muchas capitales europeas como El Retiro, la Casa de Campo, el monte de El Pardo o el Parque Regional del Sureste”.
No obstante, indica Giraldo, el gran problema de la capital es que la ciudad creció mucho entre los años 50 y 90, y muchos de esos barrios que se expandieron no tienen acceso a zonas verdes de proximidad. Una irregularidad, señala, que se nota especialmente en barrios del sur como Carabanchel, Villaverde, Usera o Puente de Vallecas, donde existen amplias zonas verdes, pero a menudo demasiado lejos.
Otro gran problema, añade el geógrafo, es que Madrid tiene muchos árboles en las calles, pero “están distribuidos de una manera muy irregular”. En total, las zonas verdes ocupan un total de 3.392,37 hectáreas en la superficie de la capital, lo que da 10,16 metros cuadrados de espacios verdes per cápita, un valor que cumple con las recomendaciones de la OMS (9 m2 per cápita), aunque se queda muy lejos del valor ideal de 50 m2 que propone el organismo de las ONU.
La cantidad de espacios verdes per cápita es, sin embargo, muy diferente entre los diferentes distritos de la capital. Los distritos más castigados por la falta de zonas verdes son los que pertenecen al centro de la capital: Chamberí (0,80 m2 per cápita), Centro (2,27 m2 per cápita), Salamanca (2,46 m2 per cápita) y Retiro (3,10 m2 per cápita).
En este sentido, Giraldo reconoce las limitaciones de espacio existentes para la aplicación general de la regla 3-30-300, ya que no es posible introducir zonas verdes en lugares donde no hay espacio, como ocurre en el centro de la capital. “No se trata de medir que un árbol esté a 30 metros, sino que cuando se haga planeamiento urbano se tengan en cuenta, por ejemplo, que en vez de concentrar una gran zona verde en un lugar en concreto, a lo mejor es más interesante hacer zonas verdes más pequeñas y más distribuidas”, afirma.
O, “en lugar de hacer una gran arboleda en una avenida, puede ser más interesante hacer calles más pequeñas con arbolado para tener una estructura un poco más esponjada”. En este aspecto, señala al distrito de Moratalaz como un buen ejemplo a seguir.
“A diferencia de Puente de Vallecas o Usera, que son típicas manzanas cerradas de calles estrechas, en el caso de Moratalaz se optó por construir bloques abiertos en altura, lo que dejó mucho espacio libre entre bloques y dio lugar a calles más amplias”, incide Giraldo. “El resultado fue que la mayoría de las calles de este barrio madrileño, por no decir todas, son arboladas”.
En todo caso, para el portavoz del PSOE en el consistorio de la capital, la regla 3-30-300 “viene a ser una especie de meta a largo plazo”, un ideal a alcanzar en el futuro. Y propone, por ejemplo, que el ayuntamiento recupere espacios a través de la adquisición de pequeños solares que se vayan quedando vacíos para crear microespacios verdes. “Eso puede funcionar”, concluye.
Una revolución verde en camino
La infraestructura verde urbana se considera un elemento clave para mejorar la calidad de vida de los habitantes de las ciudades y es fundamental tanto para mejorar la calidad del aire como para combatir las cada vez más frecuentes olas de calor. Y como tal, los dirigentes de las ciudades son cada vez más conscientes de la necesidad de transformar las urbes a un modelo mucho más sostenible.
En esta tendencia, la regla 3-30-300 creada por Nieuwenhuijsen puede constituirse como un marco ideal de referencia para la remodelación de las ciudades, algo que ya está ocurriendo en la actualidad. Tal y como cuenta el silvicultor urbano a EL ESPAÑOL, ya ha recibido el interés de arquitectos y urbanistas de todo el mundo. Gil Peñalosa y Brent Toderian, por ejemplo, ya han recomendado su uso.
Varias ciudades de todo el mundo también han comenzado a aplicar esta regla en sus planes urbanísticos futuros. Malmö (Suecia) ya ha incluido la regla en su plan director y otras ciudades como Arnhem (Países Bajos), San Petersburgo (Florida, EEUU) y varias ciudades de Australia han mostrado interés por la norma del investigador neerlandés.
“También he interactuado bastante con empresas de urbanistas y arquitectos que trabajan en barrios nuevos”, añade Nieuwenhuijsen. En los Países Bajos, ha estado trabajando con varias constructoras como BDP o Ballast Bedam, que han comenzado ya a desarrollar nuevos barrios y zonas residenciales basándose en la regla 3-30-300.