"Estoy tan sola. Quiero volver y morir allí. Corea del Sur es tan sofocante como el Norte", señaló recientemente una mujer norcoreana que desertó al sur en 2017 en una entrevista para Bloomberg. No es la primera refugiada a la que se le pasa por la cabeza hacer el camino de vuelta tras jugarse la vida —y los ahorros— para llegar a la Corea libre y rica.
Cuando en el primer día de enero de 2022 Kim Woo-joo, un exgimnasta que tenía por aquel entonces 29 años, decidió volver al Norte, supuso un auténtico shock para la sociedad surcoreana. Había escapado del hermético país dominado con mano de hierro por el clan de los Kim en 2020, cruzando por la siempre peligrosa zona desmilitarizada que divide ambas Coreas por el paralelo 38.
Poco más de un año después, decidió volver a jugarse la vida haciendo el camino contrario. En el Sur, había cambiado su nombre por Kim Woo-jeong y trabajó supuestamente como limpiador de oficinas. Esto desató toda una serie de especulaciones sobre si podría ser un espía del servicio secreto norcoreano, una teoría que las autoridades surcoreanas descartaron. Había, por tanto, otra razón detrás. Quizás de integración.
Para la mayoría de los norcoreanos que deciden escapar, Corea del Sur es el principal destino elegido debido a las lógicas de la cultura y la lengua compartida. Sin embargo, no siempre se encuentran con lo que imaginaban. La adaptación a la rápida y competitiva Sur es, muchas veces, mucho más difícil de lo esperado. La desigualdad, la discriminación y la soledad son muchas veces unas barreras difícilmente sorteables.
Precisamente, en la encuesta anual realizada por The Korea Hana Foundation (KHF) —un organismo creado por el Ministerio de Unificación para ayudar a los norcoreanos a establecerse en el Sur— a 2.198 de los más de 30.000 desertores estimados que hay en el país, uno de cada cinco reconoció haber sufrido algún tipo de discriminación.
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“Debido a la discriminación experimentada en términos de exclusión social, algunos desertores norcoreanos no quieren decir que vienen de Corea del Norte. Las experiencias de discriminación no son fáciles de superar”, explicó Kim Seong-gyeong, profesor de la Universidad de Estudios de Corea del Norte a UCA News.
Un largo proceso de adaptación
Los recién llegados pasan tres meses en el Centro Nacional de Inteligencia, donde funcionarios surcoreanos interrogan exhaustivamente a cada uno de los refugiados que llegan al territorio del Sur. El propósito de este interrogatorio, explica la periodista Ash Abraham, es doble: recopilar información de inteligencia sobre Corea del Norte y evitar que entre cualquier espía que pretenda pasarse por refugiado.
Tras esta dura prueba, los refugiados son enviados a un centro llamado Hanawon —que significa ‘casa de la unidad’—, un centro financiado por el Ministerio de Unificación en el que los refugiados pasan otras 12 semanas antes de empezar su nueva vida en la Corea capitalista. En su estancia allí, señala Abraham, pasan por un programa de 392 horas en el cual pasan por test psicológicos, historia de la sociedad y cultura surcoreana (libre mercado, democracia, vida diaria, etc.) o cursos de capacitación o asesoramiento laboral.
Al final de las 12 semanas, algunos refugiados se trasladan a ciudades donde tienen familiares. Los que llegan sin familia, son reasentados mediante un sistema de lotería. Para empezar su nueva vida, Corea del Sur les ofrece una ayuda inicial de 9 millones de wones (unos 6.641 euros). Asimismo, también existen numerosos subsidios para que los empleadores contraten a refugiados.
Sin embargo, paradójicamente, uno de los primeros problemas que encuentran los norcoreanos al salir del centro es la barrera del idioma. Siete décadas de separación han derivado en un desarrollo diferente del idioma a ambos lados del paralelo 38. Si bien no se puede hablar de dos idiomas diferentes, la adopción de nuevas palabras derivadas de los cambios tecnológicos y el préstamo de muchas palabras del inglés dificultan el entendimiento mutuo.
"Podría entender quizás el 70% de las conversaciones coreanas en las calles de Seúl”, explicó Ken Eom, un norcoreano que llegó en 2010 a Corea del Sur, a la CBC. Tampoco los surcoreanos le entendían. Para evitar casos como el suyo, en los últimos años, han aparecido numerosas aplicaciones y material educativo para facilitar la tarea a los refugiados. Por ejemplo, la aplicación Univoca, una especie de diccionario, traduce los términos cotidianos de Corea del Sur a otros que resulten más familiares para los norcoreanos.
Pero las barreras no son únicamente de carácter lingüístico, sino que el prejuicio combinado por la falta de educación y otras habilidades que se dan por sentado en Corea del Sur, también impiden que muchos norcoreanos se integren por completo.
"Es fácil reconocer que somos de Corea del Norte, pero la forma en que la gente ve a los norcoreanos no es buena, por lo que es realmente difícil encontrar trabajo", señaló Tto-Hyan, una joven norcoreana a la CBC. De hecho, según la encuesta de la KHF de 2022, el 20,4% de los surcoreanos consideran que los norcoreanos “carecen de la capacidad en comparación con los surcoreanos en términos de conocimientos y habilidades profesionales”.
La tasa de desempleo de los desertores es aproximadamente el doble del promedio nacional. Muchos desertores mayores conservan un acento norcoreano, lo que los hace destacar cada vez que hablan. Tto-Hyan ha tratado de "arregar" su acento durante muchos años, pero tras vivir 20 años en el Norte, se le sigue escapando algunas expresiones.
Problemas de depresión y soledad
La dificultad para reasentarse y la discriminación han provocado que muchos refugiados acaben con problemas psicológicos. “Muchos de los desertores de Corea del Norte tienen problemas psicológicos como depresión, y muchos viven aislados”, señaló Jean Mariange, directora de la comunidad 'Seed of Peace' administrada por la iglesia en Uijeongbu, a UCA News.
La encuesta de la KHF de 2022 reveló que la tendencia suicida entre los desertores norcoreanos es del 11,9 %, más del doble del promedio nacional de 5,7 %, que ya de por sí se encuentra entre las más altas del mundo.
En muchos casos, los refugiados traen consigo cicatrices de eventos traumáticos de su antigua vida que son difíciles de borrar. El 49,3% de los norcoreanos adultos ha experimentado o presenciado eventos que amenazan su vida, tal y como publicó un estudio de la Revista Internacional de Investigación Ambiental y Salud Pública de 2018.
Entre los jóvenes refugiados, el 71% informó haber experimentado incidentes traumáticos en el pasado, como la muerte o el arresto de miembros de la familia o haber escuchado sobre estos eventos.
Dejar a la familia atrás para empezar una nueva vida no es fácil. Algunos tienen la suerte de huir con su familia, otros escapan en completa soledad. “A menudo lloro porque extraño a la familia que dejé atrás. Han pasado tres años, pero todavía sueño con Corea del Norte”, contó a Bloomberg Im Su-ryuh, una mujer de 51 años que decidió huir justo antes del cierre de las fronteras por la pandemia de la covid. Y este sentimiento, mal gestionado, puede derivar en un sentimiento de soledad que puede llegar incluso a ser mortal.
En marzo, una muerte causó conmoción entre la comunidad norcoreana. El cuerpo en descomposición de una mujer de 49 años, que llevaba en el Sur desde la primera década de los 2000 y había sido incluso mentora para otros norcoreanos, fue encontrado en absoluta soledad. Había pasado un año desde su muerte y solo fue descubierto después de que trataran de desalojarla por no pagar el alquiler.
No es de extrañar, por tanto, que casi el 90% de los desertores en Seúl hayan tenido problemas para instalarse en sus nuevos hogares después de llevar una década en el Sur, según un estudio de 2022 del Instituto de Seúl. Los casos de dobles deserciones, no obstante, son extremadamente raros. De entre los más de 30.000 norcoreanos que han desertado al Sur, tan solo 30 han regresado al Norte.
Eso sí, los beneficios que en un principio empujan a los norcoreanos a huir de las garras del régimen de los Kim, como una sociedad libre y rica, pronto puede convertirse en una pesadilla. Aun así, para Joo Il-yong, un joven norcoreano que se graduó en la Universidad de Seúl y ahora estudia un máster, merece la pena pasar por este tortuoso proceso. “Sé por experiencia propia que reasentarse en Corea del Sur es un desafío, pero no es tan difícil como vivir en Corea del Norte”, afirmó a The Guardian.