Dentro de la tupida red de objetivos y metas que conforman la Agenda 2030 se encuentra la necesidad, cada vez más urgente, de orientar a la sociedad hacia un futuro mejor y más comprometido. La sostenibilidad es hoy un asunto prioritario en todos los sectores e industrias. Incluida la alimentaria, de la que todos participamos como consumidores, y que intenta transformarse a un ritmo vertiginoso para reflejar su compromiso con la lucha contra el cambio climático.
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¿Qué es la alimentación sostenible?
A pesar de lo que se suele pensar, las decisiones sobre los alimentos que incluimos en nuestra dieta pueden marcar la diferencia en el bienestar del planeta.
Cuando hablamos de alimentación sostenible, nos referimos a aquella que tiene un bajo impacto ambiental, evita el agotamiento de los recursos naturales y protege los ecosistemas terrestres y acuáticos.
Para que esta refleje su compromiso con el planeta, debe cumplir ciertos requisitos. Entre ellos, que sea equilibrada y completa en nutrientes; adaptada a las características personales y del entorno, y que sea accesible para todos los individuos y bolsillos.
En este sentido, la pobreza es una de las barreras más determinantes de la calidad alimentaria, un aspecto que intenta frenar el ODS 2 (Hambre Cero) y que se produce paralelamente al desperdicio masivo de comida.
Al mismo tiempo, el sistema alimentario sigue intensificándose y cada vez utiliza cantidades mayores de energía. El ciclo de vida de los alimentos incluye muchas fases, desde la cosecha al consumo, pasando por la distribución, y en todas ellas se implican emisiones y residuos.
Con todo esto, no es de extrañar que, tal como estiman desde la Emission Database for Global Atmospheric Research, este sector haya acabado siendo responsable de hasta una tercera parte de los gases de efecto invernadero.
Un asunto pendiente para el planeta
Como vemos, la producción de alimentos es un eslabón más dentro de la cadena de acciones que impactan cada día en nuestro medioambiente, y su abordaje ha pasado a ser un asunto prioritario para los principales agentes internacionales.
En 2020, la Comisión Europea publicó su estrategia Farm to Fork, con la que se pretendían establecer las bases de la producción y el consumo de alimentos en un futuro a medio y largo plazo.
Una de las claves para ello estaba en garantizar que los consumidores conocieran el impacto real de los productos que se les ofrecen, mediante la información recogida en etiquetas de sostenibilidad.
A esta se han sumado otras múltiples iniciativas, como el proyecto LiveWell —promovido por la Unión Europea—, con las que se pretende alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible marcados por la ONU.
En cualquier caso, transformar un sistema del que todos formamos parte exige, precisamente, el compromiso de cada agente implicado en él, incluidos los consumidores. La sostenibilidad es un desafío en el que toda la sociedad debe tomar partido, y hacerlo también implica revisar lo que compramos.
En España, la dieta mediterránea destaca como un modelo alimentario saludable, asequible y ambientalmente sostenible. Recurrir a ella siempre es un acierto, además de por su potencial para reducir el impacto ambiental, para mejorar los indicativos de salud pública y conservar una parte de nuestro patrimonio cultural.
Cómo aplicarla en nuestro día a día
La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ha elaborado una lista con recomendaciones para llevar la sostenibilidad hasta nuestros platos. La guía se fundamenta en estos 10 sencillos pasos que podemos incorporar en nuestra rutina sin hacer grandes renuncias:
- Evitar el desperdicio alimentario
- Reducir la ingesta de alimentos de origen animal
- Comer más carne de calidad
- Elegir productos producidos de forma agroecológica
- Consumir productos locales y de cercanía
- Elegir alimentos de temporada
- Evitar aquellos que sean transportados en avión
- Seleccionar productos a granel
- Apoyar el comercio justo
- Sustituir los procesados por alimentos frescos
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