74 latigazos y 9 años de cárcel. Esa es la condena dictaminada por el Tribunal de Teherán a la actriz y cineasta Mozhgan Ilanlu. El régimen iraní ha impuesto una pena que muchos consideran completamente desproporcionada, que podría incluso repercutir en su salud mental y física para siempre. Si comparamos este castigo físico con aquellos propios del pasado lejano: la suya supera con creces al número que recibió en su momento Jesucristo.
El relato bíblico cifraba en alrededor de 30 los latigazos recibidos por Jesús antes de su crucifixión. Las flagelaciones romanas —a la que fue sometido el Mesías— podía provocar que los penados cayeran al suelo y sufrieran "temblores, convulsiones, vómitos, y pérdida de conciencia, una situación clínica que podía llegar a ser muy grave", explica en uno de sus libros Miguel Lorente, médico forense y profesor universitario.
Por aquella época, las leyes judías prohibían que se dieran más de 40 latigazos. Según se creía, ese era el límite que podía aguantar una persona. "La flagelación era una pena muy dura, el efecto combinado de las cintas de cuero y las bolas de sus extremos, aplicadas una y otra vez sobre las mismas regiones anatómicas, terminaba por romper la piel y producir un componente inflamatorio y uno hemorrágico, tanto por la pérdida de la sangre como por los hematomas", detalla el profesional de la salud.
Lorente detalla que "Jesús debió quedar en una situación fisiopatológica delicada, propia de las lesiones sufridas y de todas las complicaciones derivadas de la repercusión orgánica de las mismas". Hoy día, la magnitud de las consecuencias de los latigazos son prácticamente las mismas, pero con cada latigazo la situación se recrudece.
Sin embargo, cuantificar el dolor máximo que puede aguantar una persona es una tarea extremadamente complicada. El dolor es un mecanismo de defensa, explica en un artículo para JotDown José Ramón Alonso, pseudocientífico y catedrático de Biología celular en la Universidad de Salamanca. “Sirve para evitar al organismo un daño mayor y cuando es terrible, el dolor simplemente se apaga”, indica.
Efectos irreversibles
Lo que sí está claro son las consecuencias que tienen los latigazos en la salud de los castigados. A largo plazo, según Amnistía Internacional, puede generar serios problemas de salud tanto físicos como mentales en el futuro.
A nivel físico, como detalla la oenegé Center for Victims of Torture, dedicada a tratar a los supervivientes de torturas y conflictos violentos, las víctimas de tortura por flagelación pueden experimentar “cicatrices, dolores de cabeza, dolores en los pies, pérdida de audición, dolor dental, problemas visuales, dolores abdominales, problemas cardiovasculares/respiratorios, dificultades sexuales y daños neurológicos”.
Si bien los perjuicios físicos dejan marca, las cicatrices invisibles a nivel psicológico pueden ser devastadoras. Se pueden sufrir trastornos como “dificultad para concentrarse, pesadillas, insomnio, pérdida de memoria, fatiga, ansiedad, depresión y trastorno de estrés postraumático".
La memoria es especialmente sensible a la tortura, incluso durante las torturas: "El estrés prolongado provoca una liberación excesiva de hormonas como el cortisol. Estas hormonas dañan el hipocampo —una estructura cerebral clave para codificar y recuperar memorias—", indica Alonso en el artículo.
Es por esta razón por la cual, defienden desde Amnistía Internacional, es importante que las víctimas de torturas tengan acceso a la reparación y a un seguimiento de su condición física y psicológica.
Una práctica prevalente
Hoy por hoy, esta práctica continúa estando vigente en muchos sistemas legales. Los casos más recientes se pueden encontrar en Irán, con el caso de la cineasta; o, en Afganistán, donde ayer mismo se realizó una flagelación pública a 9 personas, convirtiéndola en la primera vez que los talibanes invitaban a los afganos a presenciar brutales castigos corporales en un estadio deportivo desde la década de 1990.
La Declaración Universal de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y la Convención contra la Tortura prohíben la tortura y los "tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes". Diversos órganos de las Naciones Unidas, entre ellos el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y el Comité de Derechos Humanos de la ONU, han dejado claro que la flagelación constituye, como mínimo, un castigo cruel e inhumano.
Y en cuanto a la tortura, Naciones Unidas ya había expresado en repetidas ocasiones su indignación: “La tortura pretende aniquilar la personalidad de la víctima y niega la dignidad inherente al ser humano”.