¿Qué es la diplomacia climática? Así manejan las superpotencias el mayor bien de la humanidad
La crisis climática es un desafío global, pero los intereses económicos sociales de los países del Norte y el Sur no son los mismos.
15 septiembre, 2022 03:39El pasado junio el analista Sébastien Treyer publicaba un artículo en Le Gran Continent titulado Diplomacia medioambiental: Europa y los nuevos países no alineados, en el que advertía de la necesidad de una política climática que tuviese en cuenta los factores geoestratégicos.
Señalaba como la prudencia de los países africanos a secundar las sanciones de la OTAN a Rusia no es un fenómeno nuevo, sino que ya se vio en las pasadas COP26 y COP25. Muchas naciones en desarrollo tienen intereses económicos que chocan con la ambición medioambiental del Norte global.
Así, para Treyer la guerra de Ucrania y la COP26 de Glasgow han situado a Europa ante el papel de los nuevos países no alineados, estados de América Latina, Asia o África que plantean las reformas globales necesarias en términos de igualdad o que no los sitúen como zonas de extracción de recursos. El analista se cuestiona si la UE está cumpliendo con su necesario papel de actor global en ese sentido.
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Treyer es el director del IDDRI (Instituto para el Desarrollo Sostenible y las Relaciones Internacionales, por sus siglas en inglés), así que sus advertencias son coherentes con su posición. Este centro de investigación estudia las estrategias contra la crisis climática desde un punto de vista global, concibiendo con enfoque internacional problemas como la seguridad alimentaria, la urbanización o la descarbonización de la economía.
Lo cierto es que el hecho en sí de hablar de cambio climático o crisis climática se debe a la diplomacia. Las primeras cumbres de los 80 y 90 que advertían de nuestros actuales problemas, con escaso éxito a tenor de los resultados.
Diplomacia con perspectiva medioambiental
La Unión Europea y ministerios de Exteriores como los de España o Alemania dedican apartados en sus declaraciones políticas a la diplomacia medioambiental. En 2019 parte de los gobiernos de la UE participaron en la I Semana de la Diplomacia Climática. Es un concepto ya aceptado como imprescindible, pero que parece no aplicarse.
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La mencionada Guerra de Ucrania, la pandemia de la COVID19 o la ya casi olvidada pero todavía en marcha Guerra de Siria, cuyo prólogo fueron unas movilizaciones sociales inéditas consecuencia de una gran sequía no tan diferente a la que actualmente azota Europa, demuestran que la emergencia climática no es una cuestión meramente retórica, que tiene consecuencias geopolíticas y de seguridad en todos los sentidos.
Lo que ocurre es que el concepto de diplomacia exige el reconocimiento de unos intereses contrarios a los propios y que deben ser satisfechos para un resultado aceptable por todas las partes.
El consultor John Kampfner también se preguntaba si es posible una diplomacia climática real en un artículo de 2021, en la previa de la COP26. En su caso, más que en las relaciones norte-sur, señalaba directamente al choque entre EEUU y China. Como muchos otros expertos, Kampfner considera que es imposible que se produzcan verdaderos avances contra la crisis ecológica, en cualquiera de sus vertientes, sino hay una verdadera colaboración entre ambas potencias.
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Mientras recogía los encuentros y desencuentros entre ambos —ahora un año anticuados por la crisis ucraniana o la de Taiwan—, el norteamericano planteaba la paradoja de que sea más fácil un acuerdo de carácter comercial que ambiental, aún cuando la “guerra” en el primer ámbito lleva siendo algo más que fría desde antes de la presidencia de Donald Trump.
La UE presenta la crisis climática como uno de los elementos centrales de su política exterior, pero a ojos de analistas como Treyer no lo demuestra a la hora de la verdad, al no aceptar los intereses encontrados a los propios con los que debe enfrentarse. El francés se muestra especialmente preocupado por la seguridad energética y alimentarias, en cuya defensa a nivel internacional la UE estaría fracasando.
El mayor riesgo, concluyen los responsables del IDDRI, es que el consenso aparentemente alcanzado sobre la preservación de los bienes comunes medioambientales se acabe identificando con los intereses de una parte del planeta, y no del conjunto de la humanidad. Una tarea a la que parecían estar sumadas China y Rusia y que la actual deriva internacional pone en peligro.