Dos años de presencia militar de la OTAN —con Estados Unidos a la cabeza— saltaron por los aires cuando los talibanes fueron tomando el control, una por una, de todas las provincias de Afganistán. Fue rápido y no encontraron resistencia por parte de unas tropas que llevaban allí desde 2001.
"Hemos fracasado tanto como Estados Unidos a la hora de acabar con el gobierno talibán e instaurar uno democrático, y también en evitar que Al Qaeda siga presente", dice Ana Ballesteros, investigadora asociada en el Centro de Estudios Internacionales de Barcelona (CIDOB). En aquel 2001, Afganistán "era un país prácticamente destrozado, sin instituciones y arrasado por la guerra. Entonces no ayudaron determinados discursos que hablaban de que aquello podía convertirse en un éxito e instaurarse la democracia".
Con todo, con la presencia de tropas y la supervisión internacional, prosigue la investigadora, "se consiguió que las niñas pudieran estudiar y acceder a educación secundaria, que las mujeres pudiesen entrar en las instituciones públicas y tener trabajos que las sacaran de sus casas, pero veinte años era poco tiempo para acabar el proyecto que se había pensado. Así que digamos que ha sido un fracaso parcial".
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En cuestión de días, el movimiento islamista se apoderó administrativa y políticamente del país, Estados Unidos evacuó rápidamente a todos sus soldados y miembros del personal desplegado allí tras quemar montañas de documentos de su embajada, y el presidente interino huyó.
Ahora, un año después del regreso talibán, Afganistán es prácticamente un Estado fallido donde el hambre y el naufragio económico atenazan a una población sometida a la visión más represiva del islam.
En el aeropuerto de Kabul, miles de personas se agolparon, desesperadas, para intentar subirse a uno de los aviones que los sacara del país. Desde Europa y Estados Unidos se fletaron varios vuelos chárter con civiles con destino Catar, Pakistán o algunos países de la UE —a España llegaron centenares de refugiados en diversas aeronaves enviadas por el Ejército—. Pero fueron un diminuto porcentaje de población. El resto tuvo que quedarse o intentar llegar por tierra a la frontera más cercana.
Modernidad de cara al exterior
Entonces, la mayoría de medios de comunicación occidentales hizo hincapié en la gravedad de la situación para las mujeres y las niñas, principales víctimas de la inflexible doctrina moral del fundamentalismo religioso del régimen. También hubo iniciativas para acoger desplazados, y la diplomacia internacional se comprometió a pelear para que el nuevo gobierno fuese inclusivo, tuviese en cuenta a la oposición y respetase los derechos humanos.
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Al principio, los talibanes se esforzaron por ofrecerle al mundo una imagen de aperturismo y modernidad, difundiendo imágenes comiendo helado, divirtiéndose en los coches de choque, o dejándose entrevistar por mujeres. En ese momento, la mayoría del presupuesto del gobierno afgano provenía directamente de ayudas internacionales de países y organismos, y no les interesaba perder de golpe el capital y la inversión extranjera.
Sin embargo, pocas semanas después la atención mediática se difuminó y el régimen dejó a un lado la propaganda para consumar el Emirato Islámico de Afganistán e imponer su ideología tradicionalista. A las puertas del primer aniversario del ascenso talibán al poder, la crisis humanitaria y el deterioro de los derechos humanos afecta a decenas de millones de personas de todo el país, paralizadas por la escasez y atenazadas por un código de conducta implacable.
"Los hemos abandonado a su suerte. Nos hemos cansado de ese proyecto planteado inicialmente, nos hemos lavado las manos y los hemos abandonado", sentencia Ballesteros.
La comunidad internacional también está encontrando problemas para lidiar diplomáticamente con un gobierno nacido de la violencia y al que no tiene intención de reconocer: "La ideología de los talibanes no ha cambiado en ningún momento, y creo que cuando se sentaron a negociar en Doha no iban con buena fe. Hemos sido crédulos, hemos elegido creer sus mentiras", lamenta la experta.
Por lo tanto, el margen de maniobra para ejercer presión es bastante limitado. "La única forma es presionar a aquellos países que apoyan a los talibanes, como Pakistán, mediante sanciones. Pero también es muy difícil", asegura.
Y añade: "En este momento hay que ser muy creativos para no reconocer un desgobierno como el talibán. Es algo que la comunidad internacional, si quiere mantener su credibilidad, no puede permitirse".
Mujeres y niños, los más afectados
Al retroceso económico provocado por el conflicto se le suma el aumento global del precio de los alimentos. Según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, el kilo de arroz ha subido un 20%, la harina un 50% y la gasolina más de un 40%. Productos esenciales que la inflación ha convertido en artículos de lujo que muchas personas ya no se pueden permitir.
Tal y como revela el organismo, 23 millones de afganos (14 millones son niños) padecen inseguridad alimentaria, y hasta 9 millones se encuentran en riesgo de hambruna. Múltiples hogares también han visto reducidos sus ingresos por la imposición del régimen talibán a que las mujeres renuncien a sus trabajos y se queden en casa.
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Los afganos también constituyen una de las mayores poblaciones de refugiados del mundo. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en todo el planeta hay en torno a dos millones y medio de refugiados de esta nacionalidad. La mitad son niños y un cuarto, mujeres. Por cercanía, los principales países receptores son Irán y Pakistán (más del 80%).
Dentro del país asiático, las personas que se ven obligadas a abandonar sus hogares y buscar refugio en otro lugar dentro de las fronteras nacionales rozan los tres millones y medio (58% de niños y 21% de mujeres).
Retroceso en derechos y libertades
En la esfera civil, el triunfo talibán ha agravado la persecución y el riesgo que corren los activistas y defensores de los derechos humanos y de las mujeres, los periodistas, y el colectivo LGTBIQ+. También se ha restringido el acceso al país de trabajadoras humanitarias, y ha habido importantes retrocesos en libertades como la de expresión o los derechos de reunión o manifestación.
Tan solo unas semanas después de tomar el poder, el movimiento talibán anunció un amplio paquete de medidas legislativas que profundizan en esa regresión de derechos. Por ejemplo, a finales de agosto de 2021, el ministro provisional de Educación aseguró que las niñas y las mujeres podrían acceder a la educación superior, aunque segregadas de los hombres. Sin embargo, más tarde se cerraron gran parte de los institutos de secundaria femeninos.
En septiembre, se abolió el Ministerio de Asuntos de la Mujer, y el edificio donde se encontraba se convirtió en la sede del nuevo Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio. Esta institución se encarga de hacer cumplir las normas sobre el comportamiento de las mujeres, como su forma de vestir o si pueden salir de casa sin que las acompañe un varón.
La libertad de prensa está desaparecida, y a lo largo de este último año se han producido detenciones de periodistas. En torno al 70% de los medios de comunicación han sido cerrados. En septiembre de 2021, las autoridades prohibieron "insultar a figuras nacionales" o publicar informaciones que tuvieran un "impacto negativo en la actitud del público". Además, los medios tolerados por el régimen han reducido significativamente su actividad informativa, en parte porque muchos periodistas han huido del país.