El número de menores desplazados por los conflictos y la violencia dentro de sus propios países está aumentando de forma alarmante. Se estima que, casi la mitad de la población mundial desplazada internamente por la violencia y el conflicto, son niños y niñas, que no sólo están cerca de perder su infancia, sino también su futuro, gravemente amenazado.
Aunque la mayoría de los nuevos desplazamientos son consecuencia de catástrofes naturales, en Asia-Pacífico, la tendencia hacia gobiernos más autoritarios ha existido desde hace mucho tiempo, incluso en muchas democracias establecidas. Más recientemente, los nuevos desplazamientos internos debidos a los conflictos y la violencia son más visibles en países como Afganistán, Filipinas y Myanmar.
Un año después de los disturbios socioeconómicos y políticos en Myanmar, las necesidades humanitarias han aumentado considerablemente. Se calcula que al menos 14,4 millones de personas, de las cuales el 35% son menores, necesitan ayuda humanitaria urgente.
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El recrudecimiento de la violencia ha frenado seriamente el aprendizaje de los niños y niñas. Los incesantes ataques a las instalaciones educativas que utilizan los grupos multi armados para desestabilizar el entorno, amenazan las oportunidades de educación seguras y continuas.
En estos contextos plagados de conflictos, a los niños y niñas les resulta muy difícil retomar la educación, incluso cuando las clases se reanudan. Muchos pueden no tener nunca una segunda oportunidad de aprender.
Al igual que en otras crisis, sobre todo en la de los refugiados rohingya, en la que, de nuevo, casi la mitad de la población desplazada eran niños y niñas, vemos que los menores se ven afectados de forma desproporcionada y se llevan la peor parte.
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Están atrapados en el fuego cruzado y corren el riesgo de perderlo todo, incluidos sus seres queridos, sus hogares, sus espacios de aprendizaje, su estructura de rutina y su seguridad. A esto se suma que ya no tienen acceso a servicios básicos como agua potable, alimentos y servicios sanitarios.
El obstáculo de la Covid
La pandemia mundial ha agravado aún más la situación de los menores más vulnerables, incluidos los desplazados por los conflictos que tienen su salud mental muy deteriorada debido a sus consecuencias socioeconómicas.
El informe Impacto de la Covid-19: Infancia perdida reveló que alrededor de uno de cada 18 niños asiáticos se sentía tan desesperado que no quería seguir viviendo. La proporción era más preocupante para los más vulnerables (casi uno de cada siete).
En Myanmar, los niños y jóvenes desplazados antes de 2021 ya estaban en gran desventaja en lo que respecta al aprendizaje. Uno de cada 10 de entre seis y nueve años no iba a la escuela.
El cierre de las escuelas, que comenzó con la pandemia, se agravó hace un año. Ahora, 12 millones de menores viven el peor de los escenarios y pierden progresivamente la esperanza de cambio.
Como la situación no da señales de mejorar, se prevé que más de la mitad de los niños y niñas de Myanmar vivan en la pobreza. Este hecho, unido a la pobreza intergeneracional y al prolongado cierre de escuelas, puede tener consecuencias perjudiciales para el capital humano de la siguiente generación.
La falta de acceso a la educación tiene graves consecuencias, sobre todo en la salud mental de los niños, su protección y sus perspectivas de subsistencia a largo plazo. También sabemos que el trabajo infantil, el tráfico de personas y otras formas de explotación suponen un riesgo mayor para los niños y jóvenes desarraigados que se desplazan, con bajos niveles de educación.
Los niños viven una verdadera pesadilla. No tienen ningún lugar al que ir ni ningún sitio al que huir para recibir protección. La pérdida de seres queridos, la huida de los disparos, la separación de la familia, los ataques aéreos y las bombas se han convertido en su nueva normalidad, lo cual es inaceptable. A largo plazo, esto puede infligirles graves traumas psicológicos, agudizando sus vulnerabilidades existentes y aumentando las dificultades y la pobreza.
Sin acceso a la educación, es probable que seamos testigos de cómo una generación de niños desarraigados crece sin las aptitudes necesarias para participar en el progreso de su nación.
Según algunos estudios, en muchos países se atribuye a cada año de escolarización una media de un 10% más de ingresos. La educación desempeña un papel fundamental en el aumento de la eficiencia económica, contribuyendo en última instancia a la prosperidad de la sociedad.
Por eso es urgente que los niños y niñas tengan un acceso equitativo al aprendizaje continuo, a la protección social y a otros servicios que salvan vidas. Hay que tomar todas las medidas necesarias para evitar las violaciones de los derechos humanos y de la infancia en países como Myanmar, de acuerdo con la Convención de la ONU sobre los Derechos del Niño y los Principios de París.
Es nuestra responsabilidad colectiva proporcionar un entorno en el que todos los menores puedan crecer y experimentar la vida en su plenitud.
*** Olivet Visda es directora de programas de World Vision en Asia-Pacífico.