La madrugada del martes 9 de agosto entraron en vigor las nuevas medidas de ahorro energético del Gobierno de Sánchez. A pesar de que los escaparates y los edificios oficiales han seguido encendidos en la capital con la entrada en vigor de la nueva normativa, la mayoría del país ha acatado el decreto ley estatal.
Más allá de la regulación del termostato o de las pullas entre partidos y Gobiernos locales y autonómicos ante la eficacia (o no) de las medidas, los expertos coinciden: si hay algo que se verá afectado será la contaminación lumínica.
Porque, como recuerdan en un comunicado emitido desde Cel Fosc, la Asociación contra la Contaminación Lumínica, “España es el país de la Unión Europea con mayor despilfarro energético en materia de iluminación”. Esto, explican, “ya fue reconocido por el gobierno central en el año 2011 y existen diversas normas estatales y autonómicas para controlar el gasto superfluo, independientemente de su impacto medioambiental y de salud sobre las personas”.
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Cabe recordar, por tanto, que las nuevas medidas adoptadas por el Gobierno no son una novedad, más bien adaptan el Real Decreto de 2008 por el que se aprobó el Reglamento de eficiencia energética en instalaciones de alumbrado exterior. En este ya se establecía un horario de iluminación reducida para alumbrado vial, alumbrado específico, alumbrado ornamental, alumbrado de señales y anuncios luminosos.
Desde Cel Fosc se alegran de que “se empiecen a aplicar las mismas medidas que en Europa”, aunque lamentan que la ciudadanía no entienda aún que la nueva norma tendrá “su impacto positivo sobre la preservación de la noche”.
Y es que la contaminación lumínica es un fenómeno que, tal y como explica Alicia Pelegrina, doctora en Ciencias Ambientales, responsable de la Oficina Técnica Severo Ochoa-IAA y miembro de la Oficina de Calidad del Cielo del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA) del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), crece cada año en torno al 2,2% debido al aumento de la superficie mundial iluminada como la intensidad de brillo del cielo nocturno.
Este tipo de polución se refiere, ni más ni menos, dice la experta, a “la alteración de los niveles naturales de luz que tenemos en nuestro entorno durante la noche”. Y pone ejemplos: se trataría de “esa la farola cuyo resplandor entra por nuestra ventana y no nos permite dormir, las luces que iluminan fachadas de monumentos apuntando hacia el cielo, la iluminación de carreteras desiertas en las que a las cinco de la madrugada parece ser de día…”. Y un largo etcétera de situaciones que, el que más o el que menos, todos nos hemos encontrado.
Convivimos con este tipo de contaminación a diario, aunque a veces no seamos conscientes de ellos. Pero el nuevo decreto aprobado por el Gobierno para regular el consumo energético en nuestro país podría, además de ayudarnos a sobrellevar la crisis de energía, reducir esta amenaza silenciosa.
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Porque, recuerda Pelegrina, “aunque no ocupe espacio, no huela o no haga ruido, se trata de contaminación en el sentido estricto de la palabra y supone una amenaza para nuestros ecosistemas y nuestra salud”.
Luz nocturna “no inocua”
No por nada los astrónomos llevan tres décadas pidiendo que “la luz se utilice de manera racional y con cierto sentido”, reclama Fernando Jáuregui, astrofísico, responsable del programa europeo Pirineos La Nuit y expresidente de Cel Fosc.
Por eso, los científicos consultados por ENCLAVE ODS aplauden que las medidas que acaban de entrar en vigor contemplen el apagado del alumbrado de los edificios públicos y escaparates. Y es que estas, aseguran, repercutirá en los niveles de contaminación lumínica. Sin embargo, matiza Pelegrina, no lo hará “de forma uniforme”, sino que “dependerá de las características de cada ciudad”.
Y es que, como recuerda Jáuregui, “la luz no es inocua”, de ahí la necesidad, insiste, de “poner racionalidad a su uso en horario nocturno”. Porque, ejemplifica, “¿de qué sirve un alumbrado ornamental en un monumento o una tienda a las 4 de la mañana cuando la calle está vacía? No va a afectar a sus visitas o consumo”.
Sin embargo, esas luces brillantes que convierten las noches en días sí que tienen efectos negativos tanto a nivel medioambiental como de salud humana. Pelegrina ofrece una visión general de cómo podrían repercutir las nuevas medidas que entraron en vigor esta misma semana.
“Ese halo luminoso que muestran nuestros cielos durante la noche [conocido como brillo artificial del cielo] y que nos impide observar el majestuoso cielo estrellado experimentará una cierta disminución al apagar el alumbrado ornamental de fachadas y monumentos, ya que la iluminación de estos está normalmente diseñada para iluminar dirigiendo la luz hacia arriba”, explica.
Además, “la iluminación de fachadas y monumentos ejerce una fuerte atracción en algunas especies de aves migratorias y de insectos, lo que hace que se conviertan en una trampa mortal para el grupo de seres vivos más abundante que existe en nuestro planeta, los insectos”. Su apagado podría, por tanto, ayudar a equilibrar los ecosistemas.
La experta recuerda que una vez que los insectos son “atraídos por la fuente luminosa, no son capaces de alejarse de ella, lo que puede provocar que mueran quemados al impactar en la bombilla caliente, por agotamiento a consecuencia de ese vuelo continuo alrededor de la luz, o depredados”.
Algo que, como explicó el biólogo británico Dave Goulson a ENCLAVE ODS en una entrevista, afecta directa o indirectamente a los seres humanos, pues muchos de esos insectos juegan un papel vital en el frágil equilibrio de la Tierra: “Si los insectos desapareciesen, la naturaleza colapsaría en su conjunto”.
Respecto a cómo afectará la regulación del consumo energético a la contaminación lumínica, Pelegrina asegura que “quien viva próximo a estos edificios que se apagarán por la noche está de suerte”. Y es que, insiste, “apagarlos a partir de las diez de la noche va a influir en la cantidad de luz que entra en los hogares a través de las ventanas”.
Algunos, por tanto, verán reducida la intrusión lumínica –como se denomina a este fenómeno–que impacta directamente en nuestros ciclos circadianos y que no deja de ser una manifestación más de la contaminación lumínica.
Por su parte, Jáuregui recuerda que un efecto indirecto y menos visible del apagado de luces superfluas por las noches será “que nos demos cuenta de que no pasa nada porque esos lugares no estén iluminados”. Y es precisamente así como se cambian actitudes, hábitos y comportamientos que podrían radicar en una mejora de la salud humana en general.
Contaminación lumínica y salud
El brillo que nuestras ciudades expulsan a los cielos no solo afecta a las tortugas recién nacidas, que confunden las luces de los paseos marítimos con la luna. Ni a los ritos de apareamiento de las luciérnagas. Ni desorientan a las aves migratorias a su paso por las grandes ciudades. “Nuestra salud no permanece indemne”, afirma categóricamente Pelegrina.
Nuestro “reloj interno”, que regula “una serie de parámetros biológicos que no son constantes” y que varían por el día y por la noche, se descompasa. Las fluctuaciones, conocidas como ciclos circadianos, se alteran.
Pelegrina lo explica: “Por ejemplo, la secreción de cortisol, esa hormona que nos hace estar estresados y enfadados con todo el mundo, está regulada por este reloj, y es mayor por la mañana que por la noche. La secreción de melatonina o la presión arterial también responden a estas fluctuaciones día-noche”.
Y continúa: “Pero, ¿cómo sabe este reloj si tiene que mandar la orden de producir más o menos cortisol? A través de las señales que recibe del medio a través de nuestros ojos. Por ejemplo, cuando es de noche y percibimos oscuridad, este reloj interno envía la orden de disminuir la secreción de cortisol”.
Sin embargo, la científica lamenta que nuestra sociedad ya nunca duerma, pues el “abuso de luz artificial durante la noche” altera el “ciclo natural luz-oscuridad”. Por eso, insiste, “nuestro reloj se vuelve loco y comienza a enviar por la noche señales que debería enviar durante la mañana”.
Además, se han realizado múltiples estudios que asocian estas alteraciones con problemas cardiovasculares o de fertilidad, insomnio, alteraciones alimenticias, falta de concentración, obesidad, diabetes e, incluso, el desarrollo de algunos tipos de cáncer –aunque las investigaciones sobre este último punto aún están ‘en pañales’–.
Por todos estos motivos, tanto Pelegrina como Jáuregui u otros científicos recuerdan que “la contaminación lumínica es una problemática ambiental con un alcance global que requiere de una aproximación directa”. Por eso, recalca la experta, “no vale con medidas indirectas derivadas de estrategias que hagan frente a otros retos”.
Todo suma, insisten, pero “necesitamos trabajar y aunar esfuerzos en pro de una iluminación responsable que garantice un cielo suficientemente oscuro”. Y es que, recalca Pelegrina, “lo necesitamos tanto para preservar nuestra salud y la de nuestros ecosistemas, como para garantizar el desarrollo científico y del conocimiento”.
Porque, como concluye la científica, “el derecho a un cielo nocturno no contaminado debe convertirse en objetivo común, por nosotros y por quienes vendrán”.