Los incendios trabajan a pleno pulmón. Sus llamas devoran sin descanso los montes. En sólo una semana, el fuego ha arrasado más de 50.000 hectáreas y el episodio de calor intenso no ayuda. En el momento en que uno de los focos se controla, otro se desboca. Y, mientras, desde Galicia a Andalucía, el paisaje que dibujan los incendios es desolador.
“Estamos sólo a mediados de julio y las cifras son devastadoras”, lamenta Raúl de la Calle, ingeniero forestal y secretario general del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales (COITF). Las hectáreas quemadas este año ya suman las 140.000, una cifra que sitúa a esta oleada de incendios por encima de la media del último decenio. Ya han arrasado cuatro veces más superficie que la media para estas fechas.
Aún le hace sombra el episodio vivido en el año 1994. Entonces ardieron cerca de medio millón de hectáreas de bosque con unos 20.000 incendios registrados. Una tragedia ecológica que resultó ser la más mortífera de nuestro país, con un total de 13 víctimas. Después de este año, el 2012 volvió a pintar de negro el mapa de la Península. Las hectáreas quemadas superaron las 200.000.
Este año, bajo el paraguas de una ola de calor interminable, los incendios han vuelto a disparar las estadísticas. En las provincias gallegas de Lugo y Orense, los focos ya han calcinado más de 19.000 hectáreas. En Losacio, en Zamora, el fuego lleva arrasadas más de 27.000. El incendio de Cebreros, en Ávila, se encuentra fuera de capacidad de extinción y ya ha afectado a una superficie superior a las 3.500 hectáreas.
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Pero estos son sólo algunos de los más de 30 incendios activos que más preocupan en estos momentos. “Estamos viendo incendios simultáneos, incendios con unas características muy voraces, con unas velocidades de propagación tremendas y que ponen en serios apuros a los equipos de extinción de incendios”, asegura De la Calle.
A su paso, el fuego encuentra más y más biomasa que quemar. Según el experto consultado, se tiene ya constancia de que algunos de los incendios actuales calcinan unas 1.000 hectáreas en solo tres horas. El incendio declarado el pasado 14 de julio en Monfragüe, en Cáceres, ya está controlado, pero llegó a duplicar la superficie arrasada en una noche.
Focos de calor detectados por satélites de la NASA en las últimas 24 horas
Datos del 19 de julio
De acuerdo al último informe publicado por la organización World Wide Foundation (WWF), en el momento en que se superan las 10 toneladas de combustible por hectárea, el incendio puede escapar a los esfuerzos de extinción. Según el texto, en la gran mayoría de nuestros montes, ahora mismo puede haber hasta 50 toneladas por hectárea de carga de combustible.
Si a esto se unen unas condiciones meteorológicas desfavorables como las actuales, una simple chispa o punto de ignición encuentra su mejor escenario. Los meses acumulados de pocas lluvias y las olas de calor tempranas han ayudado a resecar toda esa vegetación disponible. Y la situación de los próximos días preocupa.
60 grados en el frente de las llamas
“Estamos en una segunda ola de calor de la que casi no vamos a salir y vamos a entrar en una tercera”, asegura De la Calle. El experto explica que “eso está ayudando a que toda la materia vegetal se encuentre en una situación de estrés hídrico que multiplica su combustibilidad”. Esto, asociado a episodios de viento y a la alta disponibilidad de biomasa, está haciendo que el fuego alcance grandes velocidades y longitudes de llama superiores a los 10 metros.
“Son inabordables para los equipos de extinción”, comenta el experto. En el epicentro de estos monstruos de fuego se pueden alcanzar los más de 1.000 grados. En el frente de las llamas, los bomberos soportan temperaturas que rayan lo que el cuerpo humano puede aguantar, de unos 60 grados. “Muchas veces es imposible acercarse. Con esas longitudes de llama, acercarse a 100 metros es terrible”, explica De la Calle.
La imprevisibilidad de las llamas también está dificultando las labores de extinción de algunos de los incendios que siguen activos en nuestro país. En el de Cebreros, por ejemplo, las fuertes rachas de viento que soplaron en un inicio dificultaron el primer ataque al incendio. Como también en el de Valdeorras, en Galicia, donde estos episodios están empeorando la crudeza de los fuegos.
“Estamos viendo movimientos de viento con cambios de dirección lo cual hace muy peligrosos a los incendios”, cuenta De la Calle. Esto es algo que se tiene muy presente en los puestos de mando donde se encuentran los técnicos, sobre todo para no poner en peligro a sus equipos de extinción.
Aún así, las llamas se pueden volver impredecibles y atrapar a los bomberos de un momento a otro. Esto es precisamente lo que le ocurrió al brigadista fallecido en el incendio aún activo de Losacio. El trabajador, de 60 años, quedó atrapado por el fuego mientras trataba de extinguirlo junto con otros compañeros.
Esa misma imprevisibilidad es también la que coloca aún más en la diana aquellos lugares donde la interfaz urbano-forestal desaparece, donde la línea entre el bosque y la población se diluye. De cara a las próximas semanas los expertos están preocupados por zonas como las Islas Baleares, Comunidad Valenciana, la Costa del Sol o Cataluña. También en algunos puntos de la sierra de Madrid.
Soria, 'blindada' a los incendios
El estado de la masa forestal en nuestro país es ampliamente mejorable. Desde el COITF aseguran que la práctica totalidad de la superficie está en una situación de abandono. Algo en lo que también incide el último análisis de WWF. Se ha pasado de una economía predominantemente basada en la agricultura y el pastoreo a una sociedad con un sector primario marginal, transformando el paisaje en un polvorín listo para arder.
El ejemplo paradigmático de cómo se pueden prevenir los peores incendios forestales está en la provincia de Soria. Es una de las provincias con menos episodios de este tipo, y los que tiene son fácilmente controlables. Como explica De la Calle, esta zona tiene “una gestión forestal envidiable”.
A lo largo del año, “se saca madera, se recogen setas, se consigue biomasa con fines energéticos”, y a pesar de ello, insiste el experto, “Soria cuenta con más superficie forestal cada año, pero en mejores condiciones”. De esta manera, se cuida el monte y además se extrae un producto que es renovable, que sustituye a los combustibles fósiles y que apuesta por la bioeconomía.
“Los productos forestales son un claro ejemplo de bioeconomía, y es ahí donde tenemos que insistir, porque nos va a ayudar a mantener el monte y a fijar población en el medio rural, además de reducir el consumo de hidrocarburos que tanto daño hacen al clima”, comenta De la Calle. Sobre todo en un momento en el que el cambio climático está volviendo más feroces los incendios.
Unos 4.000 euros por hectárea calcinada
Las estadísticas oficiales indican que nueve de cada 10 incendios son provocados en nuestro país. Y no sólo por pirómanos –que no son muy numerosos–, sino por incendiarios. Personas sin ningún tipo de enfermedad mental y que provocan los fuegos a sabiendas del daño que van a causar. Ya sea por venganza o por algún tipo de interés particular.
Las penas para estas personas pueden ir de los 15 a los 20 años de cárcel, dependiendo de la catástrofe provocada. Asimismo, estas actividades suelen conllevar también multas económicas. El problema es que es muy difícil conocer la autoría de los incendios, por lo que al final, pocos pagan por el daño causado.
De momento, de los incendios que están produciéndose en España, hay algunos que se sabe que son provocados. Según la Junta de Extremadura, el que tuvo lugar en el Valle del Jerte, fue “claramente intencionado”. En esta zona de alto valor ecológico, las llamas, con dos focos distintos, han llegado a devorar unas 6.000 hectáreas. Ocurrió, además, en un momento en el que los esfuerzos estaban puestos en los otros dos incendios activos: el de Las Hurdes y el de Casas de Miravete, de mayor peligrosidad.
Otros, sin embargo, son accidentales. Ha ocurrido, por ejemplo, con el de Losacio, en Zamora. En esta zona se sabe que el punto de ignición fue un rayo que cayó en la madrugada del martes.
La gran pregunta es qué ocurre después, cuando el incendio se extingue y quedan las cenizas y un paisaje ennegrecido por la tragedia. El coste es muy alto. “El verdadero drama ecológico, económico y social empieza en el mismo momento en el que se apaga la llama. Es cuando nos tenemos que poner a trabajar”, cuenta De la Calle.
En la parte económica, aunque depende mucho del terreno y de la superficie quemada, el experto estima unos 4.000 euros por hectárea calcinada. En lo ecológico, ya no solo es la pérdida del medio de vida de especies vegetales y animales del mundo rural, sino que se pierde función hidrológica y suelo, lo que complica la regeneración natural.
En Sierra de la Culebra, existía una masa forestal que venía de plantaciones de los años 60, por lo que le llevará unos 60 o 70 años tener una masa forestal similar. En el caso de los alcornocales, por ejemplo, podemos hablar de más de 200 años. Otras especies como las herbáceas crecen en cuestión de un año y los matorrales en unos cuatro o cinco años.
“Lo que sí que es cierto es que si todo se da con normalidad, ese color negro desaparecerá al año siguiente. Quedarán en los árboles que no se hayan retirado el paso del incendio, pero para que crezcan especies arbóreas de entidad va a pasar muchísimo tiempo”, cuenta el ingeniero.
Por este motivo, en muchos casos va a ser necesario el apoyo de reforestaciones. Además, también es fundamental retirar la madera quemada cuanto antes por el peligro de plagas y enfermedades hacia las masas sanas que se encuentran alrededor. “La madera quemada es una golosina para los insectos perforadores, que son capaces de acabar con la vida de muchos árboles”, explica el experto.