La guerra volvió a Ucrania de repente, aunque desde 2014 no se había ido del todo. Entonces Rusia entró a por Crimea, y ratificó su intención de volver a por más, de llevarse también gran parte del este del país, lo que se conoce como el Dombás. No había terminado febrero de 2022 y Rusia regresó, pero en vez de quedarse cerca de su frontera atravesó todo el país avasallando ciudades hasta plantarse en Kiev.
Inmediatamente la vida se quedó detenida para millones de personas que tuvieron que decidir si se quedaban en sus hogares destruidos o probaban suerte, sin ninguna garantía, emigrando a otros países. Según la ONU, desde que comenzó la invasión casi cuatro millones de personas han salido de Ucrania huyendo de la guerra.
La devastación mental de la guerra
Las secuelas físicas de los combates son palpables en una población exhausta tras cinco meses de hostilidades, con hospitales destruidos y saturados, cortes de luz e infraestructuras destruidas, falta de personal, de equipamiento y medicinas, con el esfuerzo de guerra agotando rápidamente los recursos y la dependencia de la ayuda humanitaria marcando la diferencia entre salvar una vida o añadirla a la lista de bajas.
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Sin embargo, la factura mental suele pasar inadvertida en los informes, estudios y estadísticas. Y son igual de devastadoras, sobre todo para los niños, que de la noche a la mañana tuvieron que cambiar el recreo por los refugios antiaéreos y los viajes de varios días hasta la frontera. Psicológicamente es una situación muy difícil de gestionar, y muchos menores desarrollan serios problemas de ansiedad, depresión y deterioro social que pueden agravarse aún más en el largo plazo.
Hace tan solo unos días, la ONG World Vision publicó su informe No Peace of Mind (Sin paz mental) donde alerta de una grave crisis de salud mental para más de un millón y medio de niños ucranianos. Según el documento, más del 20% de las personas que viven en zonas golpeadas por conflictos bélicos sufren trastornos mentales. Esto, aplicado a Ucrania supone casi 5 millones de personas.
Problemas mentales a largo plazo
El organismo pone el foco en la urgencia de empezar a aplicar programas de prevención para evitar que las heridas psicológicas que está dejando la guerra vayan a más. La coordinadora de comunicación de World Vision, Eloísa Molina, aclara que “es importante dividir dos realidades: por un lado los niños que continúan en Ucrania, que se enfrentan a ansiedad, pesadillas, etc; y los que han tenido que huir”.
En los primeros, explica, “ya estamos viendo niños que son capaces de identificar armas o aviones por su sonido, esto también lo vimos en la guerra de Siria”. La gran mayoría de los niños, en torno a dos tercios, también han tenido que irse de casa, dejar atrás todo lo que conocen e intentar ponerse a salvo. En muchas ocasiones, las familias quedaban separadas y la factura emocional de todo esto es altísima, pudiendo acabar con la sensación de seguridad de los menores, algo que es crucial en el desarrollo psicológico infantil.
“Han sido arrancados de sus redes de apoyo, de sus colegios y de sus familias […] los niños declaran que se sienten asustados, oyen bombas y no entienden lo que está pasando”, sentencia.
Salud mental de primera necesidad
Molina pone el foco en que “la salud mental debe ser un área principal”, de igual modo que lo son los paquetes básicos con alimentos y material de aseo con que se atiende a los refugiados en la frontera. “La primera semana de guerra lo que hicimos fue movilizar a 45 psicólogos a la frontera ucraniana con Polonia […] la ayuda humanitaria más básica debería ir acompañada de asistencia psicológica”.
No obstante, actuar y ofrecer una ayuda adecuada en un país en conflicto y prácticamente destruido es muy complicado. La vida en un país en guerra transcurre entre refugios improvisados para protegerse de los bombardeos, y en corredores humanitarios. Desde finales de febrero, millones de niños han incluido en su rutina diaria los morteros, la artillería, los cadáveres en la calle y la destrucción.
“A veces entrar es difícil”, recalca Molina. Y añade: “Pero desde que empezó la guerra, una de las primeras cosas que hicimos fue trabajar la relación con autoridades locales, comunidades, iglesias, etc., y a través de ellas podemos entrar a ayudar”.
Además, lo óptimo es que esa ayuda se vaya alargando lo máximo posible en el tiempo, porque los traumas psicológicos pueden derivar en problemas mucho más graves y difíciles de tratar. En el este del país la situación es, si cabe, más dramática, ya que allí la tensión bélica ha estado latente durante los últimos ocho años y hay gente que de niños vivieron la guerra y ahora arrastran enfermedades mentales graves como el trastorno bipolar o la esquizofrenia.
Molina sentencia que "los niños son resistentes y pueden protegerse de cualquier efecto duradero con el apoyo adecuado. La buena noticia es que hay fondos para que las organizaciones llevemos a cabo nuestro trabajo y protejamos la salud mental de los niños y niñas, y la de sus cuidadores. Pero urge priorizar los programas de prevención y financiarlos ahora, tanto en Ucrania, como en los países de acogida".