Durante la Guerra de Secesión Americana, se identificó por primera vez el síndrome de la locura de trinchera, el cual constituyó uno de los problemas más graves del ejército en la Primera Guerra Mundial. La neurosis de combate es una de las consecuencias más conocidas de la guerra. Sólo hay que retrotraerse hasta Vietnam. Pero como escribía un día Goytisolo en su crónica sobre Sarajevo, en una guerra "todo el mundo está expuesto a la 'negra'".
Las guerras no sólo pesan en los hombros de los soldados. La población civil también sufre sus estragos, que en la mayoría de los casos se transforman en heridas invisibles. Así lo atestiguó un estudio publicado por The Lancet sobre la prevalencia de trastornos mentales en situaciones de conflicto. Su conclusión es estremecedora, sobre todo en un contexto en el que Europa vuelve a estar en guerra: una de cada cinco personas que han vivido un conflicto bélico tiene depresión, trastorno de ansiedad, de estrés postraumático, bipolar o esquizofrenia. Los datos contrastan con la prevalencia habitual de este tipo de dolencias, que en una sociedad normal, -antes de la llegada de la Covid-19- era de uno de cada 14.
Las estampas que dibujan las crónicas desde Ucrania hacen fácil correlacionar el futuro incremento de enfermedades mentales entre su población. Una de las últimas noticias era el bombardeo de la ciudad de Járkov. ¡Cadáveres destrozados en las calles!, clamaba el asesor del Ministerio de Interior ucraniano en su cuenta de Telegram.
Vivir situaciones como la descrita aporta la tinta perfecta para dibujar un mapa de enfermedades mentales en efervescencia. Según los datos de The Lancet, un 21% de la población se verá afectada por formas leves y moderadas de depresión, ansiedad y trastorno de estrés postraumático. Mientras, un 9% desarrollará esquizofrenia, trastorno bipolar y versiones severas de las dolencias anteriores.
Estudios anteriores habían analizado a menor escala las consecuencias de la guerra en la población civil (el estudio de The Lancet contó con datos de 39 países) y sus conclusiones fueron similares. De entre ellos, llaman la atención dos investigaciones centradas en el desarrollo de esquizofrenia en conflictos bélicos. El primero data de 2008 y estudió las probabilidades de que mujeres embarazadas durante la guerra dieran a luz a bebés que, más adelante, padecieran esquizofrenia.
El drama de las embarazadas
Para ello, tomaron como muestra los nacimientos de niños cuyas madres estaban embarazadas durante la Guerra de los seis días y el resultado fue que el número de probabilidades era significativamente mayor. "Los datos sugieren un aumento del doble o triple de casos de esquizofrenia en los bebés nacidos en enero de 1968 y cuyas madres habían estado en el segundo mes de embarazo en junio de 1967", explicaba la investigadora principal, Dolores Malaspina, de la Universidad de Medicina de Nueva York.
Un ensayo anterior, de 1992, había examinado los efectos de la guerra del Líbano entre sus ciudadanos y concluyó que había una relación directa entre los eventos traumáticos de la guerra y los factores de riesgo para desencadenar la aparición de esquizofrenia.
Tanto el estudio de The Lancet como la Organización Mundial de la Salud (OMS) piden a la comunidad internacional que preste atención a los problemas mentales en conflictos bélicos, pero hay zonas en las que es prácticamente imposible hacerlo. Por ejemplo, la OMS estimó en 2019 que en zonas de conflicto armado como Siria y Yemen hay un trabajador de salud mental por cada 100.000 habitantes.
No obstante, poco a poco, se va tomando conciencia del problema y ya hay zonas de conflicto en las que han puesto en marcha programas específicos para atender a la población. Ese fue el caso de Irak, que en 2004 implementó un curso de esta índole para su personal sanitario. Somalia, país en guerra civil desde hace más de 20 años, inauguró en 2007 un servicio de atención mental. Mientras, Jordania, que tuvo que hacer frente a una gran cantidad de desplazados iraquíes, elaboró en 2009 un proyecto especial de salud mental para los refugiados.
Este colectivo, precisamente, representa la parte más vulnerable de todos los conflictos. Personal de dispositivos de emergencia para acogida de refugiados explica lo complicado que es para estas personas tener que llegar a un nuevo país tras salir de un conflicto. "Ser un refugiado siempre es difícil y en todos los procesos migratorios observamos que las personas llegan afectadas, pero también es importante ver cómo ha sido ese proceso y el porqué han llegado hasta aquí".
Por ejemplo, con la llegada de refugiados afganos, España vivió un vuelco en la situación de los refugiados que llegaban hasta el país. "Ahí comprobamos la diferencia que había entre la gente que había venido de forma voluntaria, que ya tenía unas expectativas de cómo sería su vida, que a lo mejor luego no se cumplían y eso generaba problemas a posteriori, pero por lo menos les había dado tiempo a hacer un proceso de asimilación. Luego te encuentras con personas que han salido huyendo, que no han tenido tiempo de saber qué querían hacer con sus vidas… Esas personas tienen un trauma enorme cuando llegan".
Atención a largo plazo para refugiados
Desde ACNUR estiman que 854.000 personas ya habían salido de Ucrania en vista a los posibles acontecimientos. Si sigue el conflicto armado, cifran en cuatro millones las personas que huirán del país.
De los últimos datos sobre la prevalencia de enfermedades mentales en refugiados se extrae un metaanálisis de 2020 que confirmó que entre ellos existen tasas altas y persistentes de trastorno de estrés postraumático, depresión, ansiedad y psicosis. Además, la investigación puntualiza la necesidad de dar a estas personas atención a la salud mental que vaya más allá del periodo inicial de reasentamiento.
Un estudio anterior, publicado en 2016 en el British Medical Journal, revelaba que los refugiados tenían unas tasas superiores de aparición de síntomas psicóticos, como esquizofrenia y trastornos relacionados, que se veían en incremento ya no sólo por el trauma de salir de su país, sino por las vivencias posteriores, como el racismo, el desempleo, falta de integración o las vivencias en los campos.
El último y fatal término de este tipo de problemas a largo plazo es el suicidio. De hecho, en 2021, Médicos Sin Fronteras reportó tres intentos de suicido de niños refugiados en campos de Lesbos y Samos. "Hay una creciente desesperación en las llamadas a las líneas de ayuda a refugiados que tienen miedo o que nos dicen que no ven una salida", llegó a decir Filippo Grandi, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados.
La salud mental queda retratada con un aspecto importante de la recuperación tras una crisis como la que está viviendo Ucrania. Como llegó a sentenciar el Presidente del grupo de trabajo para la recuperación temprana de Naciones Unidas, "el coste a largo plazo de no hacerlo puede ser incluso mayor que los efectos inmediatos".