Desde India, China o Pakistán hasta Europa Occidental o Estados Unidos. Las temperaturas extremas no han hecho excepción alguna estos meses. Son el resultado de una circulación atmosférica alterada por el cambio climático. Esta cuestión cobra ahora protagonismo en el ámbito de la seguridad y la defensa. Tanto, que ha sido uno de los temas discutidos en Madrid en el contexto de una cumbre de la OTAN histórica.
Esto es algo de lo que ya se había hablado en la reunión de la Alianza celebrada hace un año con el Plan de Acción de Seguridad y Cambio Climático, y que, ahora, vuelve a rescatar una nueva evaluación bajo el título Climate Change and Security Impact Assessment. El texto vuelve a poner como punta de lanza la crisis climática y la sitúa de nuevo como un desafío que ya está aumentando los riesgos para la seguridad.
Entre otras cuestiones, el nuevo documento viene a plasmar los peligros climáticos más inminentes para la estrategia militar y cómo adaptarse a ellos. Es el caso de las temperaturas elevadas o los cambios bruscos en los termómetros.
“Los extremos ambientales aumentan el desgaste de las plataformas y los equipos críticos para las misiones de la OTAN”, recoge el texto. Bajo condiciones climáticas más extremas, es más probable que puedan ocurrir fallos mecánicos en el equipamiento militar por una sobrecarga eléctrica o sobrecalentamiento. A su vez, esto hará que se requieran mayores esfuerzos económicos y logísticos para su mantenimiento y reparación.
Además, la viabilidad de las operaciones aéreas se verá afectada. Como explica el documento, el rendimiento de las aeronaves (tanto de ala fija como giratoria) depende directamente de la temperatura del aire, la presión del aire, las precipitaciones y los patrones del viento. Por este motivo, “los aliados pueden ser testigos de la pérdida de carga útil, alcance y tiempo de merodeo durante las operaciones aéreas”, señala el texto.
María del Mar Hidalgo, analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), cuenta que “todos los equipos se testean a unas condiciones normales, estándar, por lo que las temperaturas más elevadas -de 50 o 60 grados-, aunque sean puntuales, pueden hacer que los sistemas no operen de la forma adecuada”.
La experta explica que los cambios extremos en los termómetros provocan un rediseño del equipamiento militar. “El cambio climático va afectar a la forma de operar de las Fuerzas Armadas, por no decir, también, a los trajes. Se está estudiando cómo hacerlos más resistentes para aguantar olas de calor en función de las previsiones del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas”, asegura Hidalgo.
Además, una ola de calor como las vividas recientemente, con temperaturas muchas veces superiores a los 50 grados, requerirán capacidades de enfriamiento adicionales. Una cuestión que preocupa en plena descarbonización y búsqueda de independencia energética.
Un problema para las misiones
“El cambio climático va a afectar a las infraestructuras militares”, señala la analista. Es algo que ha quedado plasmado también en el documento de la OTAN. Y no sólo por las temperaturas extremas, sino también por otras consecuencias como el aumento del nivel del mar, de la aridez, de episodios de sequías o del aumento de la desertificación.
Que suba el nivel del mar puede significar que se vean amenazados puertos y bases militares situadas en zonas costeras, lo que podría limitar el acceso a ellos durante largos períodos de tiempo. También una mayor aridez puede incrementar la probabilidad de que se produzcan incendios en los campos de tiro y las áreas de entrenamiento, lo que interrumpe el acceso y limita la movilidad.
Otros episodios como la sequía, los incendios y el deshielo del permafrost tienen impactos adversos en las superficies de los edificios, las carreteras y las pistas. Por no hablar del aumento de la desertificación, que afecta a la infraestructura de agua crítica de las bases militares y los suministros para las fuerzas desplegadas.
Asimismo, hay otro aspecto que puede ocasionar problemas operativos a las Fuerzas Armadas, como es, por ejemplo, una mayor presencia de polvo en suspensión. Aunque hacen falta estudios de atribución para relacionar la presencia de calima con el cambio climático, la literatura científica sí prevé que estas intrusiones de polvo sahariano sean más intensas y frecuentes en un futuro próximo.
En este sentido, y de acuerdo con el reciente documento estratégico de la OTAN, los activos y equipos en el dominio aéreo son vulnerables a estos episodios de polvo. Dañan las turbinas y los motores y dificultan las trayectorias de lanzamiento y vuelo.
En general, la variabilidad inducida por el cambio climático es todo un desafío para la defensa y seguridad mundiales. Y no sólo por los problemas a nivel logístico y operacional que les pueda causar, sino porque, cada vez más, se les requerirá para realizar operaciones relacionadas con la ayuda humanitaria en casos de desastre.
Para Hidalgo, el cambio climático no sólo va a crear catástrofes naturales más frecuentes e intensas, sino que tiene un papel importante en la seguridad en cuanto a la potenciación de conflictos que ya existen o en cómo puede generar situaciones de hambruna que deriven en un mayor reclutamiento por parte de grupos terroristas.
¿Y su huella ambiental?
Bajo la justificación de seguridad, la industria de defensa es, probablemente, una de las que menos controles tiene en cuestión de emisiones de gases de efecto invernadero y contaminación. En España, por ejemplo, un informe del Centro Delàs de Estudios por la Paz señalaba que, en 2019, la huella de carbono de las Fuerzas Armadas era equivalente a las emisiones de todos los turismos de Madrid durante un año.
Esto se debe, sobre todo, al empleo de combustibles fósiles en los vehículos militares (sobre todo por el Ejército del Aire) durante los entrenamientos y operaciones, lo que contribuye de manera directa al calentamiento global.
En este sentido, Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, ha anunciado un compromiso de la Alianza para recortar en un 45% las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030. Además, se ha propuesto llegar al cero neto en 2050: “No va a ser fácil, pero se puede hacer”, aseguró. Además, anunció una nueva metodología para medir los gases que causan los miembros de la OTAN como organización, tanto a nivel civil como militar.
En una jornada de diplomacia pública celebrada el martes por el Real Instituto Elcano, Stoltenberg señaló que "el cambio climático no es una amenaza lejana, que exista más allá del horizonte ni a gran distancia en el tiempo. Vemos un gran impacto en nuestra seguridad ahora mismo".
El secretario general de la OTAN hizo hincapié además en el hecho de avanzar hacia la descarbonización como valor estratégico dentro del ámbito militar: "En el futuro los vehículos militares más avanzados y las fuerzas armadas más resistentes serán los que no dependan de los combustibles fósiles".
Como comenta Hidalgo, este es uno de los caminos de mitigación que pueden seguir los miembros de la Alianza. “Hasta ahora las fuerzas armadas estábamos exentas de cumplir los requisitos climáticos por motivos de seguridad”, apunta, pero ahora se vuelve también “una cuestión de necesidad”.
Y no sólo utilizando biocombustibles, paneles solares en bases militares o vehículos eléctricos para reducir la dependencia energética. “El transporte del combustible es un problema importante también desde el punto de vista logístico en las misiones y ahí es donde se produce precisamente el mayor número de bajas”, comenta Hidalgo. No obstante, puntualiza que “se puede hacer siempre que no se comprometa la seguridad. Hay que llegar a un equilibrio”.