En España se come mucha carne. En concreto, unos 50 kilos por persona cada año. Según los últimos datos del Ministerio de Agricultura sobre consumo alimentario, la mayor parte de esa cantidad –algo más de 35kg– es carne fresca. O lo que es lo mismo, pertenece a las variedades de cerdo, conejo, vacuno, y sobre todo pollo.
En este último tipo España es, además, el cuarto productor de toda la UE tal y como refleja el informe sobre el sector avícola publicado por el Parlamento Europeo. Hasta ahora, la principal forma que ha tenido el sector para cubrir semejante demanda ha sido mediante lo que se conoce como pollos de engorde o de crecimiento rápido, la tipología más común en las estanterías y la sección de carnicería de la mayoría de los supermercados.
Estos pollos están criados íntegramente en explotaciones ganaderas intensivas, a menudo en condiciones muy deficientes de salubridad y bienestar animal. Los animales también son el resultado de una selección genética previa que los predispone a engordar de manera artificial a un ritmo antinatural.
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Como un bebé de 300kg
Para que el sistema sea rápido y eficaz, y los pollos alcancen el peso esperado en el menor tiempo posible, a lo largo de los años se van escogiendo a aquellos ejemplares que reúnen las características más favorables para el engorde. “Esta raza se desarrolló mediante hibridación para obtener un pollo que tuviera mucha carne y creciera muy rápido, ya que después de la Segunda Guerra Mundial se necesitaba proteína barata”, explica María Villaluenga, portavoz de la asociación animalista Equalia.
Esto incluye el uso masivo de todo tipo de antibióticos para intentar evitar los síntomas de las diversas enfermedades que contraen y desarrollan las aves mientras están siendo criadas. Según un estudio publicado el pasado enero en la revista científica Poultry Science, algunos de los pollos de estas explotaciones pasan de tener un peso que ronda los 40 gramos a superar los 3 kilos en poco más de un mes. Puesto en perspectiva, es como si un bebé humano de dos meses pesara 300 kilos.
El suministro continuado de antibióticos en los animales produce que desarrollen resistencia a los fármacos, y los criaderos acaben convirtiéndose en un foco de enfermedades. Para intentar mitigar los efectos negativos de la exposición prolongada a este tipo de medicamentos, muchas empresas del sector del pollo se han integrado en el programa REDUCE del Plan Nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos (PRAN) impulsado por el Ministerio de Sanidad y Consumo.
Otra perspectiva a tener en cuenta es la del bienestar animal. En las explotaciones de cría intensiva, las aves suelen estar toda su vida hacinadas en espacios muy reducidos y casi a oscuras, con el impacto físico y emocional que eso les acarrea. Villaluenga afirma que "las deformidades son tremendas".
Y lo explica: "En las últimas semanas de vida, el peso del pollo es tan grande que se le tronchan las patas y sufre ataques cardíacos. Incluso no llega al bebedero porque no puede mantenerse en pie. Algunos agonizan porque no se les presta ayuda y empiezan a sufrir problemas respiratorios por el crecimiento totalmente anómalo que experimentan”.
En los criaderos intensivos, sentencia, “las condiciones de vida de la raza de engorde consisten en sufrir desde el primer momento, porque las condiciones no son naturales”.
A nivel global, hace unos años se redactó el Compromiso Europeo del Pollo (ECC, por sus siglas en inglés), una iniciativa en la que están involucradas las principales organizaciones de protección animal, que trabajan conjuntamente con otros organismos vinculados al sector avícola y la distribución y restauración de los productos derivados. El ECC establece unas garantías mínimas de bienestar animal para los pollos de engorde y obliga a las empresas firmantes a que se comprometan a implementarlas progresivamente.
El objetivo primordial del acuerdo es que, para el año 2026, las razas de pollos de crecimiento rápido sean totalmente sustituidas por otras de crecimiento lento. Mientras tanto, la iniciativa da una serie de pautas concretas para que se apliquen en aquellas explotaciones que no cumplen esos requisitos mínimos.
Entre ellos, según el documento, se encuentran la mejora de la calidad del aire, el aumento de luz natural, la ampliación del espacio entre animales, la desaparición de jaulas o el empleo de métodos más humanitarios a la hora de sacrificar a las aves. El texto también contempla que se lleven a cabo auditorías periódicas para comprobar y garantizar que todo lo anterior se está cumpliendo.
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Precisamente hace unos meses Equalia grabó un reportaje en una granja de cría intensiva de aves de crecimiento rápido en Italia que suministra a alguna empresa españolas. La organización recogió el maltrato casi constante al que están sometidos los animales, que desarrollan deformidades e infecciones bacterianas, se les abren heridas sanguinolentas y muchos de ellos, debido al hacinamiento que sufren, son incapaces de alcanzar los cestos de comida o los bebederos y mueren de inanición.
En el vídeo también se muestra cómo el personal de la explotación sacrifica in situ a aquellos ejemplares que muestran signos evidentes de enfermedad. Además, las malas prácticas a la hora de gestionar y tratar los cadáveres se repiten: contenedores rebosantes de gusanos esperando a ser recogidos o pollos picoteando las vísceras de sus congéneres muertos.
A principios de año, Equalia estuvo recogiendo firmas durante seis semanas para obligar a grandes superficies de alimentación de España a aplicar medidas para que sus proveedores implementen estándares mínimos de bienestar animal en las explotaciones de aves de engorde.
A finales de este mes de mayo, la organización animalista recogió en torno a 100.000 firmas, y con este gesto se pretende que finalmente las compañías inicien el recorrido necesario para acabar sustituyendo completamente a las razas de crecimiento rápido por otras de crecimiento lento, reduzcan la densidad de ejemplares en las explotaciones y, en definitiva, cumplan con los estándares que recoge el Compromiso Europeo del Pollo.
De momento, más de 300 empresas de alimentación de toda Europa se han adherido al acuerdo, entre ellas muchas cadenas de supermercados de nuestro país.
Riesgos para la salud humana
La selección genética y los tratamientos agresivos con antibióticos predisponen a los animales a que desarrollen múltiples enfermedades, sobre todo respiratorias, cardiacas y cutánea,s como el síndrome de muerte súbita o la dermatitis de contacto. No obstante, las malas condiciones de las aves en los criaderos también suponen un alto riesgo para la salud humana, propagándose enfermedades como la gripe aviar, que causó una importante alarma sanitaria a principios de la década de los 2000.
Tal y como afirman desde el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, este virus está “presente de forma natural en aves acuáticas que puede infectar a las aves de corral y otras especies animales”.
Hasta mediados de los años 90 no se tiene constancia de casos de gripe aviar en humanos, justo cuando la industria avícola empezó a desarrollarse mediante explotaciones de cría intensiva. El salto de este virus a los humanos es muy improbable; sin embargo, cuando ocurre desencadena importantes epidemias.
En las últimas décadas se ha disparado la zoonosis –enfermedades propias de los animales que en un momento determinado saltan a los humanos–, y la covid o la viruela del mono son los ejemplos más recientes. Según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la zoonosis es la culpable del 75% de todas las enfermedades nuevas registradas en humanos durante los últimos 40 años.
Tal y como asegura la UNESCO en otro informe, precisamente en ese tiempo la población mundial se ha incrementado en unos 3.000 millones de habitantes, un crecimiento muchísimo mayor al registrado en las cuatro décadas anteriores. Además, resalta el enorme impacto del ser humano en el planeta, con el avance del cambio climático que, entre otras cosas, altera los hábitats naturales de múltiples especies y fomenta ese salto de enfermedades infecciosas desde animales a humanos.
'Greenwashing' en la industria del pollo
A pesar de que la legislación comunitaria es bastante explícita a la hora de indicar qué productos deben considerarse ecológicos, o cuáles están respaldados por certificados de bienestar animal, muchas empresas de cría de pollos de engorde en explotaciones intensivas buscan retorcer el lenguaje para ocultar la procedencia de los animales que comercializan.
“Además de las normativas europeas sobre protección de las aves con destino cárnico, hay otros sistemas de garantía, como el etiquetado. Aquí es donde más se está engañando al consumidor y más se están aprovechando las empresas”, comenta el director de la Asociación Nacional para la Defensa de los Animales (ANDA), Alberto Díez.
En el mercado empiezan a pesar conceptos como el de sostenibilidad medioambiental o desarrollo rural, y las compañías acuden a ellos para diferenciarse de su competencia. “Si mi producto no es ecológico o no vendo que es ecológico, me quedo fuera”, remarca Díez. Y considera que “hay un intento muy claro por parte del sector intensivo de desvincularse de la imagen negativa” que les genera criar pollos de engorde en interior. Por eso, dice, “se quita el disfraz de intensividad para ponerse el de verde”.
La ley es muy clara con respecto al etiquetado, y está penado que un producto engañe en datos esenciales como el sistema de cría en el que ha crecido el animal que se consume. El problema, insiste Díez, “es que el sector pone eufemismos como ‘granja de la abuela’, o ‘pollo de pueblo’, o ‘de corral’".
Y recuerda: "Ni siquiera hay legislación que aclare qué es un pollo de corral, pero en el imaginario de la gente eso funciona y suena a ecológico". Cuando esto ocurre, “el empresario intensivo está apropiándose de atributos y valores de quien realmente cría a sus animales en libertad”.
Por supuesto, el método que se ha utilizado para alimentar a las aves destinadas al consumo humano también se ve reflejado en el precio final del producto. El pollo intensivo es mucho más barato porque se cría en masa, se utilizan piensos muy baratos y en cuestión de semanas ya está listo para ir al matadero. Por el contrario, en las explotaciones extensivas y ecológicas ese tiempo es muy superior, y la alimentación de los animales mucho más natural.
Díez explica que cuando una marca extensiva emula las denominaciones y el etiquetado de otra ecológica, al final quien se confunde es el consumidor, quien "identifica que le están vendiendo lo mismo, pero a un precio distinto". El experto concluye: "El consumidor está dispuesto a pagar más por un producto de bienestar animal, pero a lo que no está dispuesto es a pagar más por, aparentemente, el mismo producto".