Sin luz solar, con el pico cercenado, en jaulas con una superficie algo mayor que la de un folio Din A4, comiendo pienso compuesto, sin recibir vacunas ni antibióticos y durante toda su vida. Esas son las condiciones en las que se encuentran más de 30 millones de gallinas en España, las que pertenecen a explotaciones intensivas de cría y puesta de huevos. En estos recintos todo está pensado para que cada gallina ponga casi 500 huevos en aproximadamente 100 semanas.
Tal y como refleja un estudio sobre el sector avícola en la UE, publicado en mayo por la Comisión Europea, nuestro país es el cuarto productor de huevos de todo el bloque comunitario, con el 10% del total de las unidades comercializadas. Según el documento, casi el 80% de todos esos huevos provienen de gallinas que no salieron de una jaula en toda su vida.
Esto deja un pequeño margen de apenas el 20% para la producción de huevos ecológicos y de gallinas criadas en suelo. El dato es muy inferior al de la media de nuestros vecinos europeos, donde ese porcentaje crece hasta el 50%, aunque hay países como Suecia, Holanda o Alemania donde apenas alcanza el 10%.
Además, en otros como como Austria, Suiza o Luxemburgo las jaulas de cría directamente están prohibidas, y existen alternativas como la crianza campera, donde los animales tienen espacio para desarrollarse, o la ecológica, que les permite vivir libremente en el exterior.
Una forma de maltrato animal
La normativa europea sobre bienestar para animales destinados al consumo dice que su libertad de movimiento “no debe restringirse de forma que cause sufrimiento innecesario”, y que cuando el animal “está continua o regularmente confinado, se le debe proporcionar el espacio apropiado para sus necesidades psicológicas y etológicas en concordancia con la experiencia acumulada y el conocimiento científico”.
“Este sistema de producción les genera sufrimiento, tanto físico como mental”, remarca María Villaluenga, la portavoz de la organización animalista Equalia. El encierro constante provoca que las gallinas padezcan una “frustración crónica por la imposibilidad de movimiento y de poder desarrollar comportamientos naturales como extender las alas o escarbar. Físicamente, la falta de movimiento les puede causar fragilidad ósea, y es común ver a muchas aves con falta de plumas”.
Que las gallinas ponedoras estén toda su vida encerradas también conlleva la propagación y persistencia de enfermedades como la salmonela, que puede contagiar a los humanos. “Además de ser un riesgo para la seguridad alimentaria y la salud pública, está demostrado que el hacinamiento de animales de la misma especie supone un riesgo elevado de trasmisión de enfermedades zoonóticas, y que hay una menor concurrencia de salmonela en producciones libres de jaulas”, destaca Villaluenga.
Muchas veces, los consumidores que cogen el producto final de la balda del supermercado desconocen o saben muy poco sobre cuál ha sido el proceso de producción de ese alimento.
En el caso de los huevos, desde el año 2004 existen cuatro códigos asociados a las cuatro formas de criar a las gallinas en las explotaciones avícolas. Así, el código 0 indica que la producción es totalmente ecológica; el 1 hace referencia al sistema campero de cría; en el 2 las gallinas se crían en suelo; y el 3 es el código del sistema de cría intensivo en jaula.
Por lo general, las empresas comercializadoras se esfuerzan por destacar en el etiquetado cuál es el origen de los huevos —también se nota en el precio, siendo los ecológicos y los de cría en suelo más caros que los provenientes de gallinas enjauladas—. Sin embargo, el consumidor también puede comprobar el origen del producto fijándose en la primera cifra de la serie numérica que está impresa en cada huevo. Si ese número es el tres significa que proviene de gallinas en jaula.
El fin de las jaulas está cerca
Precisamente desde la Unión Europea se quiere vertebrar una legislación contundente en favor del bienestar animal, para evitar el hacinamiento y las condiciones de maltrato a las que están sometidas las gallinas de cría intensiva.
No obstante, este avance político viene motivado por la repercusión social y mediática de la acción ciudadana. En 2018, la organización Compassion in World Farming impulsó la iniciativa ciudadana End the Cage Age (el fin de la era de las jaulas) para que los ciudadanos pudiesen pronunciarse sobre la prohibición de la cría en jaulas en el proceso de producción de huevos.
La asociación ecologista llevaba años denunciando “la crueldad que más de 300 millones de animales sufren en jaulas en toda Europa”, y a su propuesta para erradicarlas acabaron uniéndose casi 200 colectivos y la firma de cerca de un millón y medio de personas de múltiples países del continente.
Ante semejante respaldo, al Parlamento Europeo no le quedó más remedio que admitir a trámite la iniciativa, y la Cámara la aprobó con holgura. “España fue de los pocos países que no se declararon a favor en el momento de la votación”, explica Villaluenga, pero a pesar de esto la consulta salió adelante”.
Una vez superado el primer trámite legislativo, faltaba que la Comisión Europea pusiera en marcha la maquinaria. Al final, tres años de movilizaciones y de trabajo dieron sus frutos en junio de 2021, cuando el organismo comunitario se comprometió a redactar una propuesta para 2023, y a que las jaulas queden eliminadas totalmente en 2027.
Sin embargo, los impulsores del End the Cage Age quieren que cada uno de los estados miembros empiece a modificar sus leyes en favor de la prohibición, y que esta se haga extensible también a las jaulas de cerdos, terneros, conejos, patos, gansos y otros animales de cría intensiva.
Desde Equalia consideran que la nueva ley será “efectiva porque va a influir en los países que aún consideran legal el uso de jaulas poniendo una fecha límite para su reconversión, y lo mismo ocurre con los productores y las empresas de distribución […] Sí es cierto que muchos de estos sectores ya se han adelantado y han dado pasos en esta dirección”.
El compromiso de la Comisión Europea se enmarca dentro de la estrategia De la Granja a la Mesa, y del Pacto Verde Europeo, y engloba actuaciones que van más allá de prohibir las jaulas. En concreto, la UE pretende llevar a cabo una transición “equilibrada y económicamente viable hacia sistemas agrícolas más éticos y sostenibles”, apoyando también sectores relacionados con el comercio y la innovación tecnológica, y lanzando programas de financiación para ayudar a los agricultores a acondicionar sus instalaciones.
No obstante, la movilización contra las jaulas no sólo proviene de movimientos ecologistas y animalistas, sino que hay algunas empresas —sobre todo supermercados— que se han adelantado al marco legal y ya han mostrado su compromiso de dejar de vender huevos procedentes de explotaciones que enjaulan a las gallinas.
Ese cambio de tendencia también se está empezando a notar en la propia producción, ya que mientras que en 2016 únicamente el 7% de los huevos comercializados provenían de gallinas criadas en suelo y al aire libre, en 2020 ese porcentaje ya había crecido hasta superar el 20%.