Las hormigas invasoras se encuentran entre las especies más destructivas del mundo. Son pequeñas, pero ellas solas son capaces de alterar gravemente los ecosistemas y ser la causa de la pérdida de otras especies nativas. Llegan e invaden amplias superficies y, en especial, los cultivos. Pero, además, implican otros riesgos para la salud humana.
Los daños que causan no sólo se traducen en costes ecológicos y sociales, sino también económicos. Un estudio publicado recientemente por el CSIC ha recopilado la factura que generan las invasiones biológicas de las hormigas en todo el mundo y los resultados son llamativos. Desde 1930 hasta hoy, han costado 46.000 millones de euros.
Los principales daños se concentran en la agricultura. Elena Angulo, investigadora de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC), lidera este trabajo en el que, tras analizar los datos, asegura que “pueden llegar a ser muy peligrosas”. Entre otras cosas, apunta la experta, “su estructura en supercolonias, su alto potencial reproductor y su gran capacidad para monopolizar recursos hacen que su impacto pueda ser muy dañino”.
Como cuenta Angulo, las especies de hormigas invasoras provocan daños en plantas y cultivos porque protegen los pulgones, unos insectos que succionan el jugo de hojas y tallos, y acaban por causar decoloración y un crecimiento atrofiado. Pero, además, producen melaza, un líquido viscoso y azucarado del que se alimentan estas especies exóticas.
El problema es que cuando consiguen asentarse en un lugar, comienzan a ser más abundantes y se hacen más fuertes. El resultado es que, poco a poco, comienzan a trastocar las cadenas tróficas, modifican los ciclos de nutrientes e, incluso, disminuyen la polinización. Es un efecto mariposa.
En España, de momento, se han contabilizado hasta cinco especies distintas de hormigas invasoras: la de jardines (Lasius neglectus), la argentina (Linepithema humile), la de Singapur (Monomorium destructor), la loca (Paratrechina longicornis) y la fantasma (Tapinoma melanocephalum).
A la loca, por ejemplo, se la conoce así por sus movimientos erráticos y rápidos. A priori, no tiene un peligro directo sobre la salud de las personas, pero sí tiene un efecto devastador sobre los cultivos. Como la argentina, que causa innumerables daños a los campos de cítricos. La fantasma debe su nombre a su color pálido y su pequeño tamaño, que vuelve difícil localizarla.
La más problemática –y molesta– para los humanos es la hormiga de fuego. En 2018, se detectó en Málaga el primer caso de toda Europa. Tiene una picadura muy dolorosa y provoca incluso casos de ceguera en animales salvajes y domésticos.
Por su parte, la hormiga de Singapur es conocida también como una hormiga destructiva por su facilidad para provocar grandes pérdidas económicas en equipos electrónicos al morder sus cables.
Unos costes subestimados
En su mayoría, en España, las distintas especies de hormigas invasoras se encuentran sobre todo en zonas de costa del este y sur peninsular. Angulo explica que estos insectos buscan aquel clima que le aporta cierta humedad y una temperatura cálida.
“Las hormigas han venido en los contenedores con maderas que vienen de regiones como Sudamérica. En las islas del pacífico se hace mucho comercio con ellas, por ejemplo”, cuenta la investigadora.
El problema es que sus poblaciones son difíciles de localizar y, por tanto, de erradicar. El único lugar donde se puede llevar a cabo una completa eliminación de estas especies exóticas es en islas pequeñas. En el resto de territorios, es prácticamente imposible acabar con ellas.
De hecho, de acuerdo al estudio publicado por el CSIC, de los 46.000 millones de euros, unos 9.400 millones se han gastado en su gestión o computan como pérdidas económicas por los daños que se han producido.
El equipo científico que publica esta investigación quería estimar el impacto económico total, “lo cual podría aumentar la visibilidad del problema de estas especies invasoras y a su vez, presionar para que las administraciones y profesionales tomen conciencia sobre su gravedad, en particular, sobre la actual amenaza que representan hacia la biodiversidad”, apunta Angulo.
No obstante, existen más costes en investigación que no han podido ser contabilizados porque las administraciones no los reportan y muchos más daños en propiedades privadas. Además, el equipo del CSIC tampoco ha podido acceder a los costes en las aduanas, donde se revisan los cargamentos con el objeto de detectar y eliminar la entrada de invasoras.