Hace cincuenta años, un equipo de investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) lanzó un mensaje claro al mundo: el crecimiento económico y demográfico continuo agotaría los recursos de la Tierra y conduciría al colapso económico mundial para 2070.
Ese fue el germen del movimiento de decrecimiento económico, al que cada vez más economistas se apuntan para defender que otro modelo de sociedad, más sostenible con el planeta y con los recursos, es posible.
Era casi una herejía, incluso en los círculos de investigación, sugerir que algunos de los cimientos de la civilización industrial (minería de carbón, fabricación de acero, extracción de petróleo y fertilizantes) podrían causar daños duraderos. Ahora, están en cuestión.
"Al principio del conflicto de Ucrania, las petroleras estadounidenses salieron de Rusia, y ahora la producción de crudo ruso que había llegado a su pico en 2020, según el propio Ministerio Ruso del Petróleo, necesita de la experiencia de multinacionales extranjeras para poder ampliar la producción con la que ya no cuentan", ha dicho Richard Heinberg, ecólogo y profesor universitario estadounidense, especializado en temas relacionados con los aspectos medioambientales y sociales del uso de energía, durante la Jornada La crisis de los suministros: ¿Coyuntural o sistémica?, organizada por La Casa Encendida con la colaboración de la Fundación Transición Verde en Madrid.
Eso va a provocar una falta de petróleo en el mundo, porque las economías no están cambiando en su modo de producir. Se sigue demandando petróleo y cada vez hay menos. Pero no sólo es eso. "El agotamiento de los recursos y la contaminación están empezando a poner límites, y tenemos que hablar de ello", añade.
Decrecer para sobrevivir
La teoría del decrecimiento tiene cada vez más adeptos. Investigadores como Johan Rockström, del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático en Alemania, defienden que las economías pueden crecer sin hacer que el planeta sea inhabitable. Señalan evidencia, especialmente de las naciones nórdicas, de que las economías pueden continuar creciendo incluso cuando las emisiones de carbono comienzan a disminuir.
Un movimiento de investigación paralelo, conocido como 'poscrecimiento', dice que el mundo debe abandonar la idea de que las economías deben seguir creciendo, porque el crecimiento en sí mismo es dañino.
El crecimiento económico generalmente se mide por el producto interno bruto (PIB). Este índice compuesto utiliza el gasto de los consumidores, así como la inversión privada y pública, para llegar a una cifra de la producción económica de un país.
El objetivo es que la flecha siempre apunte hacia arriba. Y eso es un problema, dicen los investigadores del poscrecimiento: cuando se enfrentan a una elección entre dos políticas (una más ecológica que la otra), es probable que los gobiernos opten por la que sea más rápida para impulsar el crecimiento y reforzar el PIB, y eso a menudo podría ser la opción que causa más contaminación.
Cambiar el 'chip'
La falta de suministros que está provocando el conflicto bélico en Ucrania, no sólo de combustibles fósiles o materias primas, sino también de alimentos, hará que haya que buscar modelos económicos alternativos.
Según el experto Heinberg, "es un problema más a largo plazo. Los suministros se están agotando y aunque no tuviéramos que abordar el problema de la guerra, ocurriría igual. Los políticos no se están dando cuenta y están aleteando alrededor para poner parches cuando tienen que tomar decisiones con más calado".
En cualquier caso, el conflicto bélico ha puesto al descubierto cómo los recursos energéticos están entrelazados con el poder político y la seguridad internacional, además de cuán dependientes aún somos de los combustibles fósiles para impulsar nuestra vida diaria.
Así que la pregunta que hay que hacerse ahora es si es posible vivir dentro de los límites ambientales y aun mantener el estado de bienestar de las sociedades avanzadas. Los ideólogos señalan que los países más ricos pueden implementar mejores políticas ambientales y también tener los ingresos fiscales para invertir en una economía más verde, apostar por la eficiencia energética y sí, no queda otra, cambiar el 'chip' de una población excesivamente consumista.
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