“Perdona, ¿aquí qué está pasando?”, pregunta curiosa una mujer, casi molesta. Son las 9:30 h de la mañana y la calle madrileña de Goya despierta de una manera diferente. Que haya varias personas arremolinadas a esas horas le llama la atención. "Es por un tema de trabajo", contesta uno de los presentes. La mujer se encoge de hombros. Apenas dos minutos después, para una furgoneta azul y unos cinco periodistas nos zambullimos en su interior.
No nos cuentan a dónde vamos. Sólo sabemos que un grupo de científicos españoles, en algún punto del centro de la ciudad, prepara un acto de desobediencia civil no violenta en modo de protesta por la inacción climática de gobiernos y empresas.
El hombre que conduce la furgoneta esboza un “vamos allá”, casi emocionado. A su derecha está María (nombre ficticio), una de sus compañeras del movimiento Extinction Rebellion. “Hace un par de años no pudimos hacer ninguna acción, porque se filtró dónde se iba a realizar”, cuenta.
Suena un helicóptero. Los organizadores parecen intranquilos. Cada uno de nosotros podemos intuir hacia dónde nos llevan, pero aun así, ese momento previo se llena de expectación. La furgoneta frena. Estamos frente al Congreso de los Diputados. “¡Corre, corre! ¡Que empiezan!”, grita María. Salimos corriendo de la furgoneta y apenas unos segundos después, la fachada del Parlamento comienza a teñirse de rojo.
Mientras el jarabe de remolacha se desliza por las columnas, las escaleras y la puerta exterior de la Cámara, una veintena de científicos españoles, ataviados con batas blancas, se plantan frente a su fachada. “Somos la alarma, la alarma del incendio”, cantan al unísono.
El humo rojo y azul de las bengalas se cuela entre las proclamas desesperadas que piden acción frente al cambio climático. Y llega la Policía Nacional. Hasta cuatro agentes se distribuyen entre los manifestantes e intentan arrastrarlos fuera de las escaleras.
Entre los asistentes, científicos de nombre en la investigación española como Fernando Valladares, doctor en Ciencias Biológicas y profesor de investigación en el CSIC, o Fernando Prieto, doctor en Ecología perteneciente al Observatorio de Sostenibilidad. La indignación por la indiferencia de gobiernos y sociedad podía leerse en sus rostros. Casi como los carteles que resaltaban sin pudor las evidencias científicas del último informe publicado por el Grupo de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas.
El mensaje es claro. En la última década, las emisiones no han dejado de aumentar y han sido las mayores de la historia de la humanidad. El año tope es 2025. A partir de entonces, los gases de efecto invernadero expulsados a la atmósfera deben descender drásticamente. Algo difícil, por lo que contemplan que “temporalmente” se supere el límite de calentamiento de 1,5 °C establecido en los Acuerdos de París en el año 2015.
Entre los asistentes, científicos de nombre en la investigación española como Fernando Valladares, del CSIC
Entre sollozos, Mauricio Misquero, doctor en Física y Matemáticas de la Universidad de Granada, grita desesperado: “¡Los científicos estamos en pánico!”. Ante la atenta mirada de sus compañeros, prosigue: “Invitamos a toda la comunidad científica y académica a rebelarse ante esta injusticia, ante este asesinato en masa. Necesitamos evidenciar esta crisis. Nuestros representantes no están actuando, nos están fallando, no están diciendo la verdad”.
La policía vuelve a intervenir. Se lleva a rastras a alguno de los científicos allí asentados: “No hace falta que me haga daño. ¿Cómo es posible esto? Tengo derecho a estar aquí”. A cada minuto, científicos y periodistas estamos más lejos de las puertas del Congreso. Unos pasos más adelante, en uno de los extremos de la Plaza de las Cortes, se despliega una pancarta donde puede leerse: “Alerta roja. Escuchad a la Ciencia”.
Valladares insiste que “no es el futuro, es el presente lo que está en juego”. Y añade: “¿Cómo tiene que hablar la ciencia para explicar que el presente está aquí? Que el presente es hoy, que son decenas de millones de personas las que están muriendo hoy por el cambio climático, que no son cálculos, que no son modelos, que es la realidad”.
El científico critica que las asociaciones financieras crean alianzas para reducir las emisiones de carbono y luego ni ellas mismas cumplen lo que prometen. “¿A dónde vamos con el greenwashing? ¿Para qué?”, se pregunta. “¿Para ganar unas pocas ventas hoy y mañana? Pero si no va a haber un pasado mañana. La ciencia no sabe ya cómo decirlo”, clama el experto. “¿Cuántos somos hoy aquí? No somos nada y nos jugamos todo. ¿Cómo es posible esto? Se nos ha olvidado la sensatez”.
A los pies de Cervantes
Cada vez más gente ocupa los alrededores de la plaza. Hacen fotos, graban. Y llegan más agentes de la Policía Nacional. Ya han conseguido despejar la entrada al Congreso de los Diputados. Aun así, comienzan a crear un cordón policial que separa a medios de comunicación y manifestantes. Lo consiguen. Tanto que apenas podemos oír lo que dicen. “¿Dónde queda el derecho a la información?”, pregunta una periodista. Nadie se inmuta.
Uno a uno, los agentes cargan con los manifestantes y les dejan a los pies de la estatua de Miguel de Cervantes. Algo casi simbólico si se tiene en cuenta que el autor, en su novela más famosa, el Don Quijote de la Mancha, narraba las aventuras de un hidalgo que, de tanto leer novelas de caballería, acaba enloqueciendo y creyendo ser un caballero andante.
Desesperación y no locura es lo que ha llevado a estos científicos españoles a pasar a la acción. Ya no les queda lenguaje para que se les entienda, lamentan. Luchan por medidas que pongan solución a la emergencia climática, porque ahora son inexistentes y casi imaginarias. Un poco como los molinos de viento del Quijote.
Desde la Plaza de las Cortes, a un lado del cordón policial donde han aislado a los científicos, puede leerse una pancarta publicitaria que reza así: “¿Y si os relajáis un poquito y solucionáis los problemas entre todos? Para que dejéis de lado vuestros intereses partidistas y trabajéis juntos para sacar esto adelante”. Parece casi calculada.
Un grupo de cinco pensionistas miran atentos la escena. “Me parece muy bien lo que están haciendo. Nosotros vivimos en el centro y no soportamos la contaminación que hay”, comenta uno de ellos. “Mira qué de policías y qué de furgonetas. ¡Pero si hay más agentes que manifestantes! Para eso sí hay dinero, ¿no?”, comenta otro.
Ellos no están allí por la crisis climática, pero reconocen estar preocupados por la deriva del planeta y la inacción que discurre de gobiernos y empresas. Su manifestación, la de pensionistas, se funde poco a poco con la de los científicos. Las puertas del Congreso se llenan de proclamas a los representantes políticos.
Unos y otros elevan sus voces y, mientras, la fachada de la Cámara se va deshaciendo del color rojo sangre vertido sobre sus muros hace apenas una hora. Los operarios municipales van devolviéndole el color gris al Parlamento al paso de las mangueras.
“Esta es la prueba de que esto se limpia con agua en cuestión de 20 minutos. No queremos hacer ningún daño al patrimonio ni emprender ningún acto vandálico. Queremos mostrar la sangre en manos de nuestros políticos, porque no toman soluciones”, asegura Juan Bordera, miembro de Extinction Rebellion.
El acto de protesta llevado a cabo frente al Congreso de los Diputados no se ha saldado con ninguna detención, tan sólo con algunas propuestas de sanción, según informan los organizadores. Una revuelta científica que no sólo ha tenido lugar hoy en nuestra capital, sino en ciudades de más de 25 países del mundo. La preocupación por la crisis climática de nuestros científicos ha elevado el nivel de alerta. ¿Les escucharán?
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