La Junta de Ciencia y Seguridad del Boletín de Científicos Atómicos ajusta todos los años las manecillas del conocido como 'reloj de fin del mundo', 'reloj del juicio final' o 'Doomsday Clock'. Se trata de un contador simbólico que señala lo cerca que está la humanidad del apocalipsis. Para calcular "la hora", los responsables del JCSB tienen en cuenta elementos como el cambio climático, la amenaza de una guerra nuclear o los efectos que generan las tecnologías disruptivas en el ser humano. Actualmente se encuentra a 100 segundos de la medianoche. Lógicamente, son malas noticias.
La Junta lleva dejando fijas las agujas del reloj a poco más de minuto y medio desde hace varios años. Una de las razones, quizás la más urgente, es la amenaza que generan las irreversibles consecuencias del cambio climático sobre el planeta. Durante su última modificación, otro de los motivos que se tuvo en cuenta fue la amenaza de una posible intervención en Ucrania, pero nadie imaginó que sus consecuencias fueran a ser tan graves.
Tal y como señaló la organización en enero, "el año pasado, a pesar de los loables esfuerzos de algunos líderes y de la población civil, se han seguido tendencias muy negativas en el desarrollo de armas nucleares y biológicas, en materia de cambio climático y en ciertas tecnologías disruptivas. Todo ello exacerbado por una ecosfera de información corrupta que socava la toma de decisiones racional y que hace que el mundo esté a tiro de piedra del fin del mundo".
El comunicado, que no estaba exento de tintes apocalípticos, también invitaba a los "líderes del mundo a comprometerse con renovar la cooperación (ODS 17, Alianzas para lograr los objetivos) en todas las formas y caminos posibles para reducir el riesgo existencial". Los ciudadanos del mundo, sostenía, "deben organizarse para demandar a sus líderes que lo hagan con la mayor celeridad posible. El umbral de la perdición no es un buen lugar para perder el tiempo".
La última vez que se revisó el reloj fue el 20 de enero de 2022. Es decir, no se tuvo en cuenta ni el último informe del IPCC ni la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia. Tampoco la amenaza que hizo Putin a través de su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, de iniciar una Tercera Guerra Mundial nuclear en respuesta a las sanciones internacionales. Si se volviese a ajustar en este mismo instante, es sensato imaginar que estaríamos a poco más de un minuto de la medianoche.
Una organización propositiva
El Boletín de Científicos Atómicos fue fundado en 1945 por una de las mentes más brillantes de nuestra historia: Albert Einstein. Lo hizo en colaboración con la Universidad de Chicago (Estados Unidos) y junto a otros integrantes del conocido como Proyecto Manhattan, la iniciativa auspiciada por Roosevelt para desarrollar armamento nuclear durante la Segunda Guerra Mundial. El reloj comenzó a funcionar en 1947 y desde entonces su junta directiva se reúne dos veces al año para analizar las potenciales amenazas que afectan al mundo.
Aunque la mera existencia del 'reloj del fin del mundo' del Boletín pueda parecer exagerada o apocalíptica, en realidad tiene una función práctica: no busca tanto meter miedo como arengar a la población y a los políticos a prestar atención a problemas que podrían generar consecuencias (aún más) irreversibles sobre nuestro planeta si se nos van de las manos. Por eso no sólo publican que quedan '100 segundos' para el fin del mundo, sino que proponen vías para poder volver a retrasar las manillas de su reloj simbólico.
Algunas de las ideas que lanzaron a principios de 2022 pasaban por que Estados Unidos y Rusia pusieran límites al desarrollo de armamento nuclear y que acercaran posturas y llegaran a acuerdos a través de la OTAN propuesta que ahora, tras la invasión de Ucrania por parte de Vladímir Putin, parece altamente improbable. El Boletín también demandaba a países como Estados Unidos y China acelerar el proceso de descarbonización de sus economías para cumplir con los compromisos climáticos.
Otra propuesta lanzada por el Boletín es que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otras instituciones similares contribuyan a reducir los riesgos biológicos a través de la monitorización de las interacciones entre animales y humanos, y llamaba a hacer una mejora de la vigilancia de enfermedades y a reforzar la producción y envío de suministros médicos, un reclamo en parte auspiciado por la COVID-19.
Finalmente, destacaban que los países más ricos debían ofrecer un mayor soporte financiero y tecnológico a los países en desarrollo para ayudarles a tomar medidas efectivas en la lucha contra el cambio climático, algo que en parte pasa por suministrar fondos para la recuperación postpandemia. También llamaba a los gobiernos, a las empresas tecnológicas, a los académicos y hasta a los medios de comunicación a identificar e implementar alternativas prácticas y éticas para combatir la desinformación en redes sociales.