"Cuando tenga una pareja me gustaría que fuese...". Para pensarlo ni siquiera hacen falta candidatos, porque nuestra cabeza fantasea muy alegremente. A la hora de elegir existe la química, la intuición, la razón, los esquemas personales, de personas ideales y unas cuantas cosas inexplicables más que nos hacen sentir atraídos y querer o preferir estar con alguien que, desde fuera, ni siquiera "nos pega", como dirían muchos.
La edad influye a la hora de elegir, la experiencia con anteriores parejas también, la educación y el apego que hemos tenido en la infancia también, la autoestima, el nivel socioeconómico, el aspecto físico, la equivalencia en nivel cultural, el trabajo, los hijos -si hay-, las mascotas y el amor por los animales, las características de personalidad en cuanto a ser persona confiada, segura y más. Cada uno establece unas prioridades conscientes o inconscientes antes de esa decisión.
Los que ya han tenido parejas previas y están en un nuevo momento receptivo expresan con mucha frecuencia: "A ver si ahora no me equivoco". Pueden racionalizar en exceso, haciendo que nadie les cuadre o que sea una relación totalmente artificial.
Emoción o razón
El gran debate es: ¿Emoción o razón? Pues ni una ni otra. Si lo hacemos solo con la emoción iríamos descubriendo después comportamientos que no nos gustan y que en muchos casos harían disminuir los sentimientos. Las personas no cambiamos a mejor con el tiempo. No cambiamos, básicamente, si no tenemos un motivo o amenaza. No pensemos: "Bueno, ya se verá" o "Seguro que yo exagero". Se pueden llegar a consensuar comportamientos, sin imposiciones, si ya hay amor. De otra manera es algo tóxico.
Tampoco podemos dedicarnos a relativizar todo lo que no nos gusta, porque estaríamos dando cada vez más margen a incluir todo tipo de conductas en el otro que no nos gustan e incluso nos hacen daño. Le estaríamos diciendo indirectamente: haz, hazme lo que quieras, que ya me encargo yo de aguantarlo, de no verlo, y sigue, que yo te quiero de todas las formas.
Acabo de poner un ejemplo en el que las mariposas, la atracción física o algo en concreto nos enganchó (dependencia, adicción, miedos…) y ha provocado que se vaya ensanchando el saco donde entra todo lo demás, que no nos gusta. Así, casi sin darnos cuenta. La emoción nos ha podido, la idealización de un aspecto que nos ha gustado también nos ha podido y todo lo demás no lo hemos tenido en cuenta.
Si tenemos necesidad de estar en pareja tragaremos con muchas conductas tóxicas que pueden ir apareciendo y nos crearán sufrimiento. Y si estamos con necesidad también tendremos conductas que quizás agobien al otro y les confunda. Esto ocurre como cuando comemos con hambre: nos atracamos de lo que sea.
Hay momentos en los que un clavo saca a otro clavo; hay momentos en los que si lo estamos pasando mal o acabamos de tener una ruptura una nueva ilusión nos puede venir genial a modo de distracción, pero por ahí empiezan muchas parejas. La susceptibilidad emocional, la comparación de lo mal que lo estamos pasando y lo bien que estamos y cuánto nos reímos con éste nos puede hacer meter la pata, nos va a empujar así sin más quizás a enamorarnos, y ya después volvemos a lo de antes. Cuando ya se han establecido emociones fuertes, la razón casi no puede, la imposición sí.
Hay momentos en la vida, tengámoslos en cuenta, en los que no es aconsejable y resulta casi fallido encontrar o tener pareja. Ejemplos de ello son:
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Ha pasado mucho tiempo (todo es relativo) desde la anterior pareja y creemos que ya deberíamos tener otra.
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Estamos en un momento de sensibilidad por una enfermedad, por una ruptura reciente, la pérdida de un ser querido… En estas condiciones no estamos para otras cosas, por ahora, ni para ver a nadie ni para cuidar a nadie y ni siquiera para ser nosotros mismos.
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La autoestima no anda muy allá: al psicólogo.
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Sabemos que somos dependientes emocionalmente de una pareja, amigos, padres… Aquí también sería necesario un repasito emocional de un especialista.
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Nuestras relaciones previas han sido tóxicas: sería recomendable ir al psicólogo porque esta tendencia se repite.
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Nos sentimos solos.
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Sabemos de nuestras exigencias y forma de ser rígida que hará someterse al otro. Al contrario, si lo vemos en el otro, tampoco va a funcionar.
Hay otros más específicos como experiencias vitales concretas que habría que tratar, no solo porque nos van a condicionar para tener una pareja, sino también para no tenerla por miedos…..
Así que muy bien emocionarnos, enamorarnos, sentirnos los reyes y reinas de la pista cuando nos hace chiribitas el estómago. Pero cuidado si después vamos viendo cosas que serán la razón para minar la relación, para que termine o para convertirnos en los permanentes sufridores con todos los autoconvecimientos o miedos para no poder salir de ahí.