40 años de Constitución española
El 6 de diciembre de 1978 el pueblo votó en referéndum la actual Constitución, que es el ordenamiento político más duradero de la historia reciente de España, salvo el de la Restauración canovista. Es más: aquella vieja Constitución de 1876 era un instrumento torpe y ambiguo que demostró servir mal en un país que quisiese ser moderno, mientras que el texto de 1978 ha permitido que los españoles estén al mismo nivel que el resto de los europeos en todos los terrenos, también en el político.
De entre todas las características de la Constitución que en estas fechas se recuerdan y su ensalzan podemos mencionar las libertades y derechos que reconoce, con una amplitud sin precedentes en nuestro país, o la articulación institucional y territorial del Estado, que al menos sobre el papel posee un equilibrio admirable. Pero hay un aspecto que no se suele mencionar con toda la importancia que tiene: la Constitución es una garantía permanente de estabilidad.
Otras constituciones, españolas o extranjeras, fueron diseñadas para un momento concreto de la historia, y al cambiar las circunstancias tuvieron que cambiar o que ser derogadas. La Constitución de 1978, en cambio, define un ámbito de convivencia sin límite temporal, y en efecto nada se opone a que España siga sirviéndose de esta Ley Fundamental durante mucho tiempo más, lo que en sí mismo es un hecho casi sin precedentes.
La estabilidad de fondo del sistema, que es probablemente su mayor virtud en un país que tiende a ser convulso y apasionado, descansa sobre tres pilares: la soberanía del pueblo español, la unidad nacional (España patria común e indivisible) y la adaptabilidad de todo lo demás a las necesidades reales y tangibles. España es una nación, y el pueblo es la única garantía de legitimidad; todo lo demás puede cambiar, al servicio de los valores nacionales, siguiendo un praxis democrática que nadie discute.
Incluso los aspectos de nuestro régimen político que más problemas han creado (como las autonomías, la constitucionalización de los partidos o la desmovilización política de la sociedad) tienen soluciones en el mismo texto, si se recuerda el espíritu de ese eje medular de la Carta. El futuro, en lo bueno y en lo malo, pertenece al pueblo español, y cualquier futuro de justicia, paz y libertad puede plasmarse a través de la Constitución. Ésta puede interpretarse sólo teniendo en cuenta lo que en ella hay de irrenunciable (Soberanía del pueblo español, Nación española y Reformismo). Que nadie escuche, pues, cantos de sirena, ni acuda a insólitos “diálogos” antidemocráticos, porque fuera de la Constitución y de sus principios esenciales no hay ni paz, ni libertad, ni justicia, sino un retorno sombrío a la división entre los españoles.