Leo el interesante artículo que el presidente de las Cortes de Castilla-La Mancha, Pablo Bellido, escribe en este periódico para conmemorar los 90 años de la aprobación por las Cortes del voto de la mujer en España. Antes de ninguna otra cosa, quiero felicitarle por la iniciativa de organizar diversos actos conmemorativos de esta efeméride. No obstante, la lectura de su artículo me impulsa a hacer algunos comentarios, porque hay en él afirmaciones que creo que deben ser matizadas, y otras de las que discrepo profundamente. Naturalmente hay otras que me parecen muy acertadas, como lo son todas las que celebran que hace casi un siglo las mujeres pudieran votar, lo que fue tanto como reconocer que eran ciudadanas de pleno derecho; de tanto valor como cualquier hombre.
Dice Bellido, así como de paso, que nuestro sistema político encuentra “un referente tan directo” en la II República. No lo veo así en absoluto. Afortunadamente en poco se parecen el régimen del 78 y la II República, teniendo en cuenta que ésta estuvo muy lejos de ser un régimen pacífico, plenamente democrático y en el que se respetasen los derechos constitucionales de los españoles. Asesinatos políticos, suspensión de derechos constitucionales, leyes que hoy serían claramente inaceptables, como la Ley de Defensa de la República, presentada en las Cortes por Manuel Azaña y que otorgaba facultades omnímodas al gobierno, al margen de cualquier control judicial, para la represión de los considerados “desafectos” al régimen, y para la suspensión de derechos y libertades fundamentales; o la de Vagos y Maleantes, presentada también por el gobierno de Azaña en 1933, que establecían un sistema represivo y de trabajos forzados para varias categorías de personas, desde los mendigos a los que tuvieran una “conducta reveladora de inclinación al delito”, todo ello, de nuevo, al margen de los tribunales de justicia. Pero este es otro asunto.
Entrando en la materia del voto femenino, cuando Bellido expone la disputa entre los que estaban a favor y en contra de conceder el voto a las mujeres, cita a Clara Campoamor entre los primeros y a Margarita Nelken entre los segundos, pero se le olvida decir que Nelken fue militante y diputada del PSOE. Nelken no fue un caso aislado. Muy al contrario, también se oponía a que las mujeres pudieran votar una gran parte del PSOE, incluido Indalecio Prieto que acabaría siendo presidente de ese partido.
Es hasta comprensible que Pablo Bellido omita la filiación política de la diputada que con tanto ahínco quería mantener a las mujeres alejadas de las urnas. Al fin y al cabo él mismo pertenece al PSOE y a nadie le gusta recordar los “pecados de familia”. Lo que ya no es tan lógico es que Bellido gaste un párrafo entero de su artículo en justificar que las mujeres quedaran fuera del sufragio en la II República. Dice Bellido que “al bajar a las circunstancias del momento histórico se entiende la postura de Victoria Kent (…) la diputada republicana consideraba que darle el voto a las mujeres, entre las que se presuponía una mayor inclinación hacia las formaciones conservadoras, suponía dejar el destino de la recién nacida República en las manos reaccionarias”. Más adelante añade que “los cálculos electorales de Kent no iban desencaminados y en aquellos comicios ganó la confederación de derechas CEDA, que ya en el Gobierno frenó las políticas más renovadoras”.
Analicemos un poco esto que dice Bellido. Según el presidente de nuestras Cortes regionales, para frenar a la derecha valía hasta privar del voto a la mitad de la población, a las mujeres. Dado que las mujeres eran proclives a votar a la derecha, era buena idea dejarlas sin poder hacerlo. Que las derechas ganaran después de que las mujeres hubieran podido votar demuestra lo equivocado de la decisión de permitírselo. Naturalmente, las políticas que desarrolló la derecha en el gobierno eran inaceptables, aunque las tomara un gobierno legítimo que había ganado limpiamente unas elecciones, porque eran contrarias a las que previamente había adoptado otro de izquierdas, las “renovadoras” como él las llama. En esencia, lo que dice Bellido es que a las mujeres había que dejarlas sin votar, pero por su bien, porque no sabían votar correctamente, porque no eran capaces de defender sus derechos de clase. En pura coherencia con ese análisis, que es el que hacían los socialistas del momento, el PSOE dio un golpe de estado contra la República en 1934 con sublevaciones en varios puntos de España, precisamente porque gobernaba la derecha en aquel período. Bien es cierto que no era el primer golpe de estado en el que participaba este partido. También formó parte de la revolución que acabó con el régimen de 1876 y trajo la II República; o apoyó el golpe de estado de Primo de Rivera en 1923 y su régimen dictatorial, en el que participaron dirigentes del PSOE como Largo Caballero o Julián Besteiro; y tampoco sería el último, porque en pena guerra civil, en el bando rojo, dio otro el coronel Casado con apoyo del citado Julián Besteiro, el dirigente del PSOE de mayor rango en Madrid en esos días. En materia de golpes de estado hay algún partido que tiene un currículo extenso, ciertamente.
Es cierto que después de escribir lo que he dejado entrecomillado más arriba, añade Bellido que “observado todo aquello casi un siglo después, alejadas ya las urgencias del momento y difuminadas las tácticas partidistas, el tiempo parece concederle la razón a Clara Campoamor. Y lo hace sencillamente porque hay principios que deberían ser irrenunciables”. Pero este añadido no priva de gravedad lo que previamente había dejado escrito, que es reconocer que todo valía para impedir a la derecha ganar las elecciones.
Lo que estoy tratando no dejaría de ser una discusión histórica sobre hechos de hace casi un siglo de no ser porque podemos reconocer en el artículo que comentamos argumentos de una rabiosa actualidad. En su debate de investidura, Pedro Sánchez dejó dicho que su gobierno pretendía “levantar un muro para contener a la derecha”, y es legítimo preguntarse en qué va a consistir ese muro; con qué ladrillos se va a ir levantando; qué medidas se van a impulsar para lograr el objetivo: que la derecha no cruce el muro, es decir, que la derecha no pueda nunca más ganar unas elecciones. A los socialistas de 1931 se les ocurrió privar del voto a las mujeres porque eran proclives a no votarles. Teniendo en cuenta que hay hoy destacados socialistas que creen que aquello fue un buena idea, miedo me da imaginar en qué estarán pensando ahora aquellos que siguen creyendo que el fin justifica los medios.
Agustín Conde Bajén