El primer domingo de mayo se celebra en España el Día de la Madre; en Italia y Alemania se vincula al segundo domingo de mayo; en México, el 10 de mayo. Son algunos ejemplos, porque dependiendo de cada país cada uno elige una fecha u otra, aunque en todos se enmarca en el mes de mayo, el mes de dedicado a la Virgen María. En Argentina sin embargo es el tercer domingo de octubre.
En todos es costumbre que los hijos honren a las madres con regalos, muestras de cariño o celebraciones especiales y es que, aunque puede ser una celebración promocionada por los grandes almacenes para hacer campañas de marketing y de compras, fomentando el consumismo, no hay que quitarle el valor al día en sí. Siempre hay que reconocer la figura de nuestras madres, al menos una vez al año, sabiendo que este reconocimiento debe hacerse a diario. ¡Madre no hay más que una! Dice el refrán.
En una sociedad donde se discute el concepto de familia tradicional, donde la natalidad va en descenso, donde no se celebran matrimonios y cada vez hay más separaciones, todavía –aunque nos lo quieran quitar- la figura de la madre en la familia es fundamental para la vida de todos. Las madres son las que nos dan la vida, las que muestran el amor incondicional que inculcan a sus hijos en el seno de la familia y junto con los padres son trasmisoras de los valores más importantes que los hijos aprenden desde su nacimiento.
A lo largo de la historia, la figura de las madres en la Iglesia también ha sido relevante. Cuántas madres católicas que han sido santas y que con su ejemplo han demostrado el amor por sus hijos, como fue Santa Ana, madre de la Virgen María, o de Santa Mónica, la madre de San Agustín, entre otras. Pero no olvidar a tantas madres corajes, madres ejemplares que anónimamente cada día sacan adelante a sus familias, llevando solas el peso de su casa en muchas ocasiones, que cuidan de sus matrimonios y de sus padres; madres protectoras como las de Ucrania que tienen que abandonar su país con sus hijos, dejando a sus esposos; para salvar la vida de sus progenitores o madres que pierden a sus hijos por la enfermedad, por la guerra, las drogas o por otras circunstancias. Madres que saben lo que es el sufrimiento y el dolor por los hijos.
Por este motivo, con alegría y gratitud es primordial agradecer y felicitar a todas las madres de familia, al margen de las reivindicaciones consumistas e incluso ideológicas que nos puedan llegar, y reconocer que son testigos del don de la vida, que mantienen el regalo de la familia con espíritu de entrega y de servicio, fijándose en la Madre de todos nosotros, la Virgen María.