El drama de la soledad
La muerte de Verónica Forqué nos sitúa frente a la realidad del suicidio como la primera causa de muerte no natural en España.
Según el informe que elabora anualmente el Observatorio del Suicidio en España de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, en base a los datos de las Estadísticas de Defunción por Causa de Muerte publicados por el INE, en 2020 fallecieron por suicidio 3.941 personas en España.
A falta de cerrarse los datos del INE relativos al año 2021, todo indica que el número de personas fallecidas por suicidio no deja de crecer, aliándose como un detonante más la pandemia de la Covid 19.
Detrás de toda una serie de problemas psicológicos y/o de circunstancias variadas que pueden llevar al ser humano a optar por quitarse la vida como manera de dejar de sufrir ante situaciones que perciben como desbordantes, subyace el problema de la soledad entendida como carencia de relaciones sólidas interpersonales, que aplasta al que la sufre.
Una vez más ante este tipo de muertes se refleja el egocentrismo de una sociedad y de sus individuos. Ante los problemas ajenos siempre lo fácil es mirar hacia otra dirección, evitando el compromiso de acompañar y estar al lado del que sufre; es cierto que llega un momento en la vida en que el sufrimiento se vive a solas, que nadie lo puede vivir por ti, pero toma otro sentido cuando es sostenido por los demás.
El Papa Francisco, en la Homilía de la Eucaristía de inauguración del Sínodo de Obispos sobre la Familia celebrado en el año 2014 definió la soledad como el drama que aflige a muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo, en el que cada vez vemos más casas de lujo y menos calor de hogar y familia. Fruto de ese Sínodo se redactó el documento "Relatio Synodi" (https://www.vatican.va/ roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20141018),que sirvió de preparación del Sínodo Ordinario del 2015 sobre la familia. En aquel documento ya se indicó que una de las pobrezas de la cultura actual es la soledad, fruto de la ausencia de Dios en la vida de las personas y de la fragilidad de las relaciones.
Acompañar el sufrimiento, acompañar la soledad, en un intento de evitar que la pandemia de la soledad del siglo XXI siga terminando con más vidas humanas. La familia y la amistad se convierten en pilares fundamentales en la lucha contra la soledad, así como alimentar y cuidar la vida de parroquia, acrecentar los lazos humanos a través de la vida en comunidad cristiana.
Estamos llamados a descubrir y aliviar todas las formas de soledad: la soledad del enfermo, la soledad del que no encuentra sentido a su vida, la soledad del anciano, la soledad del moribundo, la soledad del adicto a redes sociales incapaz de tener amigos, la soledad del que no encuentra trabajo, la soledad del que carece de medios de vida, la soledad del que lo tiene todo pero no es amado…
Soledad sostenida deja de ser soledad. Nunca lo olvidemos.
GRUPO AREÓPAGO