🎙 El político: hay cosas que nunca cambian
Hay cosas que nunca cambian. La naturaleza humana. Las emociones. El ruedo de la vida y sus complejas relaciones. La política. El poder, la corrupción. La hoguera de las vanidades y las ambiciones. El mundo que gira y el sol que se pone. El gran director estadounidense Robert Rossen dirigió “El político” en 1949 pero esta vibrante y magnífica película, a ratos inquietante y magnética, es de una modernidad tan contundente que podría estar rodada antes de ayer, con dos simples pinceladas de barniz y una mano ligerita con los colores del momento. En “El político” hay tiempo y hay espacio, pero podría no haberlos, y por eso es universal. Todo un clásico sobre la condición del ser humano y sus intrincadas relaciones consigo mismo y con los demás. Los estragos que el poder y sus deseos arrolladores perpetran sobre los corazones de la gente, incluso de los más íntegros y honrados, y cómo todo el mundo alrededor puede desmoronarse por completo mientras camina el caminante ciego, torcido y sordo hasta la victoria final de todos los demonios conjurados. Mal asunto, trágico viaje: ¡cuánto nos suena a diario todo esto! El hombre, la sociedad, la escalera al cielo de los poderosos y todo lo que hay que dejarse en el tránsito hasta esa gloria, que siempre es hipotética y tal vez sin vuelta atrás. Un precio excesivamente alto: “El político” es la historia de una demolición y sus consecuencias, el sendero hacia la nada contado de una manera apasionada y absorbente en la piel de un hombre que desemboca en lo grotesco y la caricatura. En la infinita debilidad de su naturaleza. Arrolladora interpretación de Broderick Crawford en el papel protagonista, el político Willie Stark, atrapado en su bucle de traiciones y vacíos, y una dirección de Robert Rossen cargada de tensión y luminosidad para rodar una película redonda, controvertida y formidable, basada en la novela “Todos los hombres del rey” del ganador del Pulitzer Robert Penn Warren. Cine en blanco y negro de gran calibre y emoción, realismo sucio, vitalidad artística: pleno siglo XXI. El político. Los políticos. La vida.
📚 La palabra exacta de Azorín
José Martínez Ruiz “Azorín” es la palabra exacta. El agua clara y precisa, la justa para la sed y ni un solo adorno más. Cada hecho tiene su pura expresión y sus comas, cada descripción su fiel y cabal adjetivo y su metáfora, cada paisaje el trazo estricto de sus colores. El periodismo. En el caso de Azorín, el periodismo literario: la escritura esencial, ni una gota de más, esa maravillosa cadencia, casi magia de concisión y exactitud, que también está en Josep Pla y que es una gloria leer en las tardes de calma y luz, sobre el entusiasmo de absorber la vida de cada página y sentir al periodista, al escritor, vibrar de verdad en la pulcritud minimalista de las frases. Todo momento tiene una palabra, la precisa, ésa y no otra, que dice el propio Azorín, maestro total de lo sencillo y lo directo, la escritura más limpia: "El poner una cosa detrás de otra; en eso estriba todo el arte del periodista".
O sea, el estilo, la sencillez, ponerle a la vida las palabras justas para contarla con toda la verdad que sea posible. Y contarla bien, intentarlo al menos. El gran Vargas Llosa, uno de los enamorados de Azorín en permanente reivindicación, dejó la gran metáfora sobre la literatura de "uno de los más elegantes artesanos de nuestro lengua", una obra "condensada como la luz en una piedra preciosa". Esencial y divina, es decir, azoriniana. Regresemos, pues, a Azorín, aprendamos su lección y su exquisita elegancia. Reivindiquemos su frase corta y profunda. Volvamos a mirar el horizonte como nos enseñó y abandonemos, siquiera por un momento, las carreras urgentes del siglo veintiuno para entender de verdad los paisajes de la vida y del alma, de la política y del ser español, de la pasión que late en cada página de cada periódico, de cada columna, de cada crónica. Hay que redescubrir al gran escritor de la prosa pura, al periodista de la objetividad fotográfica: vaya, pues, con este torpe desaliño, mi homenaje para tan admirado y grande maestro, al que le copio este maravilloso acto final:
"No quiero fatigar al lector; yo ahora voy a poner la firma a estas cuartillas y me marcho bajo los pinos, que una brisa ligera hace cantar con un rumor sonoro".
🎸 Hogar dulce hogar
Lynyrd Skynyrd. Rock sureño estadounidense. Pura energía. Gran banda de contundencia guitarrera y una carrera musical plagadita de tropezones y desgracias que han provocado cambios y problemas en la formación a lo largo de su dilatadísima historia, también llena de éxitos y ventas multimillonarias. Desde 1964, ya es tiempo, y Lynyrd Skynyrd aún sigue rodando giras y conciertos de gran repercusión. Un supergrupo, de una potencia formidable y unas canciones que a veces se reconocen como himnos que todo el mundo canta. Poderosos directos, imagen emblemática de una forma de vida americana, mucha gente los adora: su estilo, su fuerza, sus letras, sus banderas. Dos canciones sobresalen entre todas: “Sweet Home Alabama”, mi favorita de siempre, y “Free Bird”, dos cañonazos que son también una declaración de principios y un pisotón sobre la tierra. La impulsiva e irresistible rotundidad de “Sweet Home Alabama”, una canción perfecta y un trallazo de rock and roll en estado puro, lleva media vida acompañándome y llenando a ratos mi maltrecho y contradictorio corazón. Larga vida a Lynyrd Skynyrd.
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