🎩 Plácido, blanco y negro de tristezas y miserias
Gigante Luis García Berlanga. Monumental “Plácido”. Blanco y negro de tristezas y miserias. Morales y de las otras. Crónica social, audaz y demoledora, de un tiempo gris oscuro: España aletargada. Enternecedor fresco coral de la gente, la de arriba y la de abajo, y de una sociedad entumecida, carcomida de hipocresías y apariencias. Jerarquías intocables, puro costumbrismo delirante. Navidad monstruosa y espasmódica: siente a un pobre a su mesa, decore sus celebraciones, sea buena persona y dúchese un poco por fuera. Pese a todo, pese a la destilación de amarguras y devastaciones, “Plácido” es un divertido y melancólico retrato de una época que fue una larga noche oscura y tenía las calles llenas de barro y los corazones de hastío e impotencia. Paisajes del alma desolada. Comedia loca de planos-secuencia chispeantes de ácida denuncia. Rotunda obra maestra de 1961 dirigida por Berlanga y un prodigio en la puesta en escena, los actores, el barullo de entradas y salidas, la genialidad de un guión que dio esquinazo sorprendentemente a la censura. Una de las grandes películas de la historia del cine español: todo es brillante y sencillamente luminoso en el trazo de sus grises, en el dibujo de tantas melancolías y en las alborotadas escenas de la vida cotidiana en esos años metidos muy dentro en el túnel de la historia. Impresiona el coro de grandes actores al servicio de Berlanga, y la cumbre interpretativa de José Luis López Vázquez, pero Cassen, su motocarro y su fatalidad, magia del cine, son la metáfora del momento de esperpento y frío en los huesos de una España todavía en esqueleto y muy de noche. Y con las letras sin pagar. Ochenta y tres minutos de impacto emocional, felicidad cinematográfica y ternura con lo que fuimos y nunca dejamos de ser. No del todo. Cien años de Berlanga y el genio tan vivo y natural como el primer día. ¡Qué maravilla!
🥰 Amorós, Kubrick y la honda humanidad
Al final de un capítulo dedicado al gran Stanley Kubrick, escribe Andrés Amorós en su estupendo libro sobre cine y música titulado "Tócala otra vez, Sam" un párrafo significativo que llama la atención. Es una afirmación con mucha miga que puede ser controvertida, escrita después de desgranar con general elogio las películas y bandas sonoras de Kubrick, al que Amorós admira y valora. Escribe Amorós lo siguiente:
"Nadie puede discutir la brillantez técnica ni la complejidad intelectual de Kubrick. En cambio, le falta -creo yo- la honda humanidad de John Ford, de John Huston, de Billy Wilder, de Charlie Chaplin... Pero en la sabiduría para utilizar bandas sonoras, por armonía o por contraste, no tiene rival".
Así acaba el capítulo dedicado a Kubrick. Llamativo. Amorós le compara con los más grandes, pero parece que termina por situarle por debajo en el Olimpo del cine. La alusión a la ausencia de "la honda humanidad" es dolorosa y chirría a los admiradores de Kubrick, pero la afirmación de Amorós no es gratuita ni sencilla, aunque sí es discutible. Yo creo que la humanidad del cine de ese gigante que es John Ford, inmensa y fuera de toda duda, está en Kubrick pero de otra forma. Otro tono. Kubrick es un modelo cinematográfico completamente diferente, un estilo radicalmente distinto pero también pleno de humanidad. Por poner un ejemplo: ¿Qué es "Senderos de gloria" sino una obra maestra intensamente humana?
El libro de Andrés Amorós, por cierto, es un torrente de buena literatura cinematográfica y un chorro crítico e informativo de primer nivel sobre los grandes directores, las películas imprescindibles y las mejores bandas sonoras de la historia. El cine y sus cumbres. Una obra de referencia para leer, releer y consultar.
⚽️ La poesía de Iniesta
Ahora que los culés andamos nostálgicos con este destrozado Barça en decadencia, melancolía de tiempos de magia y pasiones encendidas en el templo de los sueños, rendido el mundo ante el asombro total de la excelencia, ahora es el momento de regresar a la memoria y sacarle punta a los recuerdos de esos maravillosos años: los inacabables momentos estelares de Messi, el mejor jugador de la historia; los tiralíneas imposibles de Xavi, arquitecto de la imaginación; la poesía de Iniesta, el castellano-manchego que alcanzó el cielo sin dejar de ser Andrés. El triángulo de la perfección, la máquina total de la felicidad instantánea. El poder de enseñarle a la gente la ilusión de la belleza. Rodar la bola como lo hizo el Barcelona de Guardiola, tocando el cielo tantas veces, tal vez no vuelva a verse nunca pero esa alineación estelar de los planetas permanecerá para siempre en la mirada y escrita quedará en las páginas de oro del fútbol universal. Ver ahora aquella conjunción, en estos tiempos destronados, es resucitar los valores que hicieron tan grande a este deporte: equipo, esfuerzo, compañerismo, respeto, disciplina, humildad, liderazgo, alegría. El espectáculo de lo hermoso, gran teatro del mundo. El genial talento de Iniesta, un chaval corriente que brilla en el firmamento de los dioses, con el Barça, con la selección española y con todo lo que se le puso por delante, tal vez mostró como ninguno la fuerza de los sueños y la importancia esencial de la voluntad para cumplirlos, y a eso hay que rendirse una y otra vez. Por eso siempre admiraremos su pasión y amaremos tanto esta forma de vida.
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