Ecologismo y ciencia
La comunidad científica reconoce que el primer intento serio -a nivel de la mayoría de los países- para frenar la devastación y el cambio climático, toda vez que la responsabilidad del hombre en el mismo es de primer orden- fue el bien conocido protocolo de Kioto, firmado en 1997 por 163 países. Pero antes me parece de justicia mencionar aquí el papel de dos mujeres en el ecologismo:
Ellen Swallow Richards (1842-1911), considerada la madre de la ingeniería ambiental.
Los estudios desarrollados sobre la calidad del agua de Massachusetts dieron pie a que se acuñara el término higiene ambiental, base de la ecología moderna, y sus métodos de análisis un siglo más tarde siguen en vigor en la actualidad.
Rachel Carson (1907-1964), escritora y bióloga norteamericana creía en el poder curativo del tiempo. “Todo pasa y es cíclico… hay algo infinitamente curativo en los repetidos estribillos de la naturaleza: la seguridad de que el amanecer llega después de la noche y la primavera después del invierno”.
Aún habiendo sufrido todo tipo de adversidades familiares, se tuvo que hacer cargo de su madre impedida y dos sobrinos pequeños, pero esto no fu impedimento para que continuase su incesante labor científica, y divulgadora creando libros sobre el medio ambiente. Entendía el mundo como un delicado equilibrio entre el ser humano y la naturaleza y alcanzó fama mundial con su libro “Primavera Silenciosa”. Este libro editado en 1962 supuso un antes y un después en cuestiones de ecologismo, y se desarrolla en una población imaginaria más o menos rural donde la primavera (naturaleza) se ve adormecida y severamente afectada por la utilización indiscriminada del DDT, un pesticida muy habitual en la década de los 60.
Se admite que con Rachel Carson y este texto nace el ecologismo, tal y como lo entendemos hoy, por este motivo, en el Día de la Madre Naturaleza es recordada cada año; en prácticamente todo el planeta se celebra este Día el 22 de abril a partir de 1970, promovido por el senador y activista ambiental norteamericano Gaylord Nelson. Según los cálculos de aquel año se movilizaron cerca de 20 millones en el mundo, el éxito de su llamada fue rotundo y las Naciones Unidas decidieron designar a este como el Día Internacional de la Madre Tierra. Se reconoce que nuestro planeta y sus ecosistemas son el hogar de la humanidad, y de todas las especies animales y vegetales, por lo tanto era necesario promover la armonía del ser humano con la naturaleza.
Inicialmente se empezó atendiendo a la contaminación del aire y del agua, así como con los crecientes agujeros en la capa de ozono, para años después sumar otros serios problemas (blanqueo de los arrecifes de coral, la sobrepoblación, y por el contrario la pérdida continuada de especies animales y vegetales, los incendios, la destrucción de la posidonia, o el deshielo del Ártico).
En algunas celebraciones este Día se ha hecho coincidir con la Marcha por la Ciencia, la primera vez en 2017, planteando serias críticas ante los nuevos recortes en subvenciones para I+D en los Presupuestos Generales de diferentes Estados a partir de este año. En Madrid la manifestación aglutinó a miles de científicos arropados por más de 200 instituciones, y transcurriendo por la calle de Alcalá alcanzaron el Ministerio de Hacienda para solicitar un aumento en la inversión para investigación y ciencia. “Sin investigación no hay futuro” fue el lema que descansaba en una pancarta de importantes dimensiones.
La manifestación de Madrid del 2017 estuvo encabezada por personalidades relevantes como el exdirector de la UNESCO y doctor en Farmacia Federico Mayor Zaragoza. Este reconocido activista medioambiental puso en valor el valor de la ciencia y la innovación como parte esencial y crítica de nuestra nación y del futuro del planeta. “La ciencia prolonga nuestras vidas, protege nuestro planeta, hace posible que la comida llegue a nuestras mesas, contribuye a la economía y nos permite comunicarnos y compartir nuestros conocimientos para colaborar y avanzar juntos”, más o menos ha señalado Caroline Weinberg, líder del movimiento por la ciencia en EE.UU (con alguna aportación-licencia personal que me he permitido). Es evidente que si los avances científicos disminuyen, los beneficios tecnológicos y médicos se deterioran, y a la postre la calidad de vida de la sociedad se verá afectada.
Por la misma razón, en situaciones de críticas como la CRISIS MUNDIAL por la pandemia del 2020, cuyo responsable es el COVID-19 (coronavirus de la familia del virus de la influenza o gripe), la respuesta mundial se puede ver mermada, teniendo graves consecuencias. Aunque esta cuestión daría mucho que hablar.
La ciencia y la investigación, además de ser fundamental para el progreso a largo plazo, es un pilar importante para el enriquecimiento cultural de un pueblo, pero para que esta premisa sea más cierta, los científicos deben implicarse y dedicar parte de su actividad en difundir sus conocimientos, y la traducción social de sus avances. La labor divulgativa es esencial.
Deseo concluir estas breves notas con una frase de uno de mis modelos como hombre de ciencia, Einstein: “En mi opinión, la contribución más valiosa del hombre a la reconciliación internacional y a la fraternidad duradera radica en sus creaciones científicas y artísticas, porque elevan el espíritu humano”. Algunos seguro pondréis algún pero a esta reflexión. En efecto, el reconocido pacifista científico, posteriormente a su contribución en la elaboración de la bomba nuclear y a haber avisado al presidente Roosevelt de procurar el acopio de uranio ante el peligro nazi, se arrepintió –dicen la gran tragedia de su vida-, y quiso alertar a dirigentes del bando aliado. Einstein, que no había participado directamente por ser considerado filocomunista en la génesis aunque si animó a Roosevelt a que se armara, nunca quiso que la bomba detonase, pero su carta de intenciones fue encontrada por Truman cerrada en el escritorio del presidente Roosevelt (recién fallecido); Truman el nuevo Presidente, pero ya era demasiado tarde.