Tristes victorias
El verano debería ser tiempo de lecturas relajadas y discretamente hedonistas. ¡Es tan largo el invierno! O lo era, porque hablo del invierno de antes del cambio climático, y hoy ya todo se confunde, sin fronteras claras entre una estación y otra.
A pesar de ello, y a vueltas con esas lecturas relajadas a que invita la estación, he acometido estos días otras lecturas un poco más serias, al hilo de la actualidad y animado también del interés creciente por un autor (periodista y escritor) del tiempo de la República, defensor constante y convencido de ese intento democrático que iluminó por un instante nuestro horizonte histórico: hablo de Manuel Chaves Nogales, que murió en el exilio de Londres en 1944, en los estertores de la segunda guerra mundial.
En este autor, gran cronista, se reflejan el optimismo que acompañó el nacimiento de la segunda República, el horror de la guerra, y la tristeza de la derrota y el exilio. Fue lúcido y vio cosas antes que nadie. Intentó evitar y denunció la traición a la joven República española por parte de las democracias Occidentales. Alertó primero sobre Hitler, cuando ascendió al poder en 1933, en una serie de crónicas sobre el terreno y en el momento justo en que esa barbarie nacía, y alertó después sobre Franco y lo que representaba, ya en el transcurso de la contienda. Supo ver la confrontación entre dos fuerzas totalitarias: el bolchevismo ruso y el fascismo de Hitler, Mussolini y Franco. Y la democracia como víctima propiciatoria de esa confrontación.
Estos días he leído dos obras de Chaves Nogales, recopilación de crónicas y artículos: "A la sombra de la esvástica", donde ya nos advierte sobre el nazismo naciente y sus negros designios en una serie de reportajes sobre el terreno, y "La España de Franco", valoración lúcida, aún durante la guerra civil, de lo que representaba Franco, quienes eran sus patrocinadores, donde llega a adivinar la venganza organizada, sistemática y criminal que seguiría a la victoria del general fascista. Pueden encontrarse ambas, junto a otras obras del autor, en la biblioteca de El Alcázar.
Sin duda el advenimiento de la segunda República estuvo envuelto en el halo del optimismo, y pudo pensarse que, "esta vez sí", España dejaba atrás su anomalía secular y se integraba al Occidente moderno, al amparo de la democracia, el laicismo, y el progreso económico.
Fue un momento de gran alegría nacional, o al menos (pues hubo saboteadores del intento desde el mismo inicio) para todos los que, aunque desde diferentes posiciones políticas y diferentes formas de pensar, coincidían sin embargo en esos objetivos comunes, tanto desde la izquierda democrática como desde el liberalismo democrático y con sensibilidad social. Y añado lo de "democrático" al término liberalismo, aunque parezca redundancia, porque según yo lo veo y parece demostrado, hay un liberalismo meramente desregulatorio de la economía, que no lo es (democrático). Fijémonos en China o en el neoliberalismo ultra que hoy atenaza y recorre Europa como un fantasma. De la misma manera no es necesario decir, pues conocemos la Historia, que hay también, o hubo (quizás esto último en mayor medida) una izquierda no democrática.
Sin entrar ahora a analizar las causas, lo cierto es que aquel optimismo de España con el advenimiento de la República y la democracia se frustró (es un hecho histórico) y continuamos con nuestra anomalía secular otros cuarenta años más, que no es poco. Y es por esto que, desde un punto de vista nada retórico, se puede decir que todos los españoles perdimos aquella guerra civil (o incivil, como diría Unamuno).
Prima facie nuestra guerra civil (o incivil) la ganó Franco, pero es este un tecnicismo tan reductor que oscurece lo esencial. No comulgo con esa valoración y opino que esa guerra la perdimos todos los españoles, en mayor o menor medida víctimas del mismo desastre, y únicamente la ganó el fascismo internacional impulsado por Hitler y Mussolini, que fueron los grandes beneficiarios (transitoriamente) del resultado de nuestra contienda, además de los agentes más eficaces de esa triste victoria.
Fuimos el teatro de operaciones de algo que se preparaba para todo el continente, y el desinterés cobarde de las potencias democráticas occidentales sobre el destino y la tragedia de España no logró frenar esa ofensiva más amplia de la que nuestra guerra fue preámbulo y experimento.
En cualquier caso, muy pocos años después, en 1945, y como resultado de la segunda guerra mundial, resultó derrotado el fascismo internacional que representaba Franco, y desde ese momento tanto él como el fascismo de que era mero instrumento quedaron en la cuneta de la Historia, y su "victoria", según toda lógica histórica, debería haberse interpretado como pírrica.
Sin embargo, las potencias democráticas, que abandonaron vergonzosamente a la malograda democracia española durante nuestra contienda incivil, se desentendieron igualmente de la anómala pervivencia de un régimen fascista en nuestro territorio (territorio europeo y occidental), tras la victoria aliada.
Tras la victoria de los aliados que preservó nuestra civilización democrática, el fascismo internacional pasó a ocupar el lugar que le correspondía en el basurero de la Historia, como una corriente política y de pensamiento enemiga de Occidente (de ese Occidente que nace con Pericles y el humanismo democrático), responsable además de terribles crímenes contra la Humanidad, inspirador y gestor deshumanizado y frío del Holocausto y la Shoah (hubo también un holocausto español), lo cual hizo aún más dolorosa e inexplicable nuestra anomalía.
Por todo lo aquí expuesto, que es solo mi opinión, creo que solo podremos afrontar el futuro desde el convencimiento reflexivo y razonado de que aquella guerra incivil la perdimos todos, que con esa derrota nos salimos de la Historia, y que ya es hora de regresar.
No podemos ni debemos amparar ninguna exaltación, ni siquiera simbólica, del fascismo. Así como los gestos muchas veces son vacuos, en ocasiones los símbolos son nefastos y potentes, y enturbian el futuro.
Nuestro futuro, como el de toda la humanidad, es la democracia.
No olvidemos tampoco que muchos de los inmigrantes que buscan refugio entre nosotros, han luchado en sus países de origen por esa democracia, de la misma manera que en otro tiempo los demócratas españoles buscaron refugio fuera de nuestras fronteras.
Lorenzo Sentenac Merchán