Cuando une la cultura
El domingo pasado viví uno de los días más emocionantes y felices de mi vida. Comprendí de nuevo cuán fácil es ser feliz, recordé cuáles son los valores universales de la persona, el valor de la cultura, cómo une y hermana a los pueblos y que no se necesitan demasiados recursos para llevar a cabo empresas de calado. Sucedió en Fontanarejo de los Montes, un pequeño pueblo de Ciudad Real de 200 habitantes, de los Montes de Toledo y próximo al Parque Natural de Cabañeros.
Asistí invitado y comisionado con un íntimo amigo de la Junta Directiva de la Asociación Cultural “Montes de Toledo”, para recoger el premio de “Romeros cencíos”. Servidor sólo es socio desde hace cuatro o cinco años. Llegamos a través de unos bellos paisajes y lugares mostrando un verde generalizado, con lluvia a la ida y a la vuelta, con el embalse de Torre de Abraham, en Retuerta del Bullaque, prácticamente lleno. En el pueblo nos esperaban tres directivos de “Los amigos de las luminarias”, asociación cultural que tiene trece años de existencia regida por Anselmo Martín Fernández. Éste me dice que no pagan cuota alguna y que el mantenimiento de la asociación les cuesta dinero, pero son felices de poder realizar ciertas actividades.
Durante al acto premiaron a una centenaria de la localidad que vive en una residencia cercana; a dos catequistas con muchos años de dedicación parroquial; a un mecánico jubilado que lo mismo arregla coches que bicicletas de niños. También a “Montes de Toledo” por la difusión de la cultura e historia. Ninguno de los que allí estábamos nos conocíamos físicamente de antemano. Sólo se habían producido los contactos telefónicos pertinentes.
La entrega de premios se hizo coincidir con la celebración de las fiestas locales de San Felipe y Santiago, con la fiesta de los romeros cencíos (quema de romeros verdes para producir mucho humo y ahuyentar la peste), que hacían sus antepasados desde el siglo XIII. Comprendí cómo esos pueblos que aún conservan colegios con pocos niños y pertenecen a Centros Rurales Agrupados, se resisten a desaparecer a pesar de haber perdido 700 habitantes con relación a su época de mayor esplendor. Sólo una persona de la Directiva de la asociación reside en el pueblo; el resto en lugares tan dispares como Madrid, Ávila o Elche y se reúnen dos o tres veces al año. Un pueblo en definitiva vivo al que une la cultura y que transmite a sus hijos su historia. Y por supuesto, que dado cómo estaba el salón de actos, antes escuelas, con gente de pie, que no cabía, lo hace de sobra. ¡Qué maravilla!