Lo más hermoso de un día como el de ayer es que se avanzó en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres más que en muchas otras ocasiones. Fue un paso de gigante, de súbito, de improviso, como ocurren las grandes cosas en la vida. Quién nos iba a decir que un domingo de agosto España pararía el chiringuito, la playa y la paella para estar pendiente de once leonas en las antípodas de nuestro país. El fútbol femenino, ahí es nada, lo nunca visto, de lo que los propios futboleros renegaban y a lo que no daban crédito. Y en sólo una década han conseguido lo que a los hombres costó casi un siglo. Me quito el sombrero, lloro y me emociono al contemplar cómo las chicas han hecho los deberes de esta España en funciones mucho antes que quienes se presuponía. ¡Bravo por ellas!
Eran las últimas en entrenar y lo hacían cuando los chicos ya habían terminado en el estadio. Hay que empezar por ahí; la igualdad se consigue a veces de sopetón, de una manera inesperada, pero se alcanza. Ahora quién es el guapo que discute la fortaleza de un deporte como el fútbol femenino. Mueve mucho menos dinero pero el doble de emociones. Ayer no podíamos parar de llorar ante la tele, viendo lo que unas chicas locas y encorijanadas habían conseguido. Era la fuerza de la unión, del saberse mejores, del trabajo bien hecho y compartido. Con un seleccionador, Jorge Vilda, al que el tiempo ha puesto en su sitio y que ha demostrado su profesionalidad y mesura. La carta que quince jugadoras firmaron hace ahora un año exigiendo su cese duerme el sueño de los justos. Sin ruido, sin estridencias, con trabajo, ha sabido refutarla.
Y ellas, luego están ellas que han elevado a España al lugar en que está en la cabeza de muchos españoles. No es hora de hacer política con el deporte, pero mientras los partidos que serán clave en la acción de gobierno piensan en dividir, esto demuestra que juntos hacemos lo que de forma separada sería impensable. Han levantado nuestro orgullo, han recordado que vienen de Agustina de Aragón, Juana la Galana o Manuela Malasaña. Han sido discípulas de Blas de Lezo, quien dijo que todo buen español debiera orinar mirando a Inglaterra. Encima la victoria ha sido contra las inglesas, que tampoco tenían culpa de su historia, pero como todo el mundo, son hijas del pasado.
La victoria ha servido hasta para humanizar a la reina Letizia, quien no dudó en saltar con las jugadoras de España. A su lado, la infanta Sofía parecía la afortunada entre las hermanas, pues Leonor hubo de quedarse en la Academia de Zaragoza con sus estudios militares. Las chicas pelearon como campeonas y se dejaron la piel en el campo. Olga Carmona emuló a Iniesta hace ahora trece años; Salma Paralluelo se recorrió el campo varias veces durante el partido y Alba Redondo, en fin, nuestra Alba Redondo nos puso el corazón en la garganta con su bandera de Castilla-La Mancha a cuestas. Dijo que agradecía a su familia todo el apoyo y como buena manchega, se acordó de su estirpe, "mis abuelos futboleros". Albacete tiene que hacerle este septiembre un homenaje a la altura de la gesta. Ha de llevarla en volandas hasta el Recinto Ferial y allí coronarla en lo alto de la noria, entre miguelitos y vítores de un pueblo que es el suyo.
Hasta a Iberdrola le salió bien su apoyo a la selección femenina. Es este el ejemplo de cómo una responsabilidad social bien entendida puede elevar exponencialmente los efectos pretendidos. Ahora que dejen jugar a las niñas y tengan el respeto que no tuvieron cuando las llamaban machirulos. He visto Barbie esta semana y me parece uno de los alegatos más inteligentes y con sentido del humor en pro del feminismo. Lejos de otros modelos huraños y llenos de rencor. La prueba más evidente de que juntos, hombres y mujeres, somos mejores es la mañana de domingo en que toda España gritó, sufrió y vivió con sus jugadoras. Y, por supuesto, la unión de todas ellas, vinieran de donde viniesen. Ahora que se van a negociar los cantones, que pongan una pantalla gigante en el Congreso.