Emiliano García-Page ha escrito un artículo sobre los toros desde la izquierda que no debe pasar desapercibido. El presidente de Castilla-La Mancha defiende la tauromaquia como un arte desprovisto de connotaciones ideológicas y basado en la tradición, la cultura y el respeto de una tierra hacia un espectáculo que siempre fue del pueblo y al pueblo siempre vuelve. Ni Papas ni reyes pudieron con los toros, explica el presidente de la Junta, y cuanto más se afanaron en hacerlo, más el pueblo salió respondón. Algo parecido ocurrirá en estos tiempos, donde queda largo trecho por andar, pero con similares caminos a los descritos.
Las leyes de bienestar animal pueden ser un loable intento de parte de la izquierda en fomentar el respeto y cuidado de las especies. Pero en nada debiera confundirse con la Tauromaquia, basada en una res, el toro bravo, cuyo fundamento principal es la cría para el atávico rito de su lidia en una plaza frente a un hombre. Esto, que puede ser entendido, compartido o no, quizá debiera llevarse al debate público con toda una serie de argumentos de aquellos que somos taurinos y que vemos en la Fiesta un cierto orden del mundo y el universo. Nacería así lo que me gusta denominar como apostolado taurino, sin ninguna necesidad de prohibir –como nuestros contrarios-, pero con todas las ganas de convencer y dar testimonio. Es imposible amar lo que no se conoce y comprende.
Se da la circunstancia además que en este siglo XXI la preservación de los entornos naturales, el discurso ecológico y la lucha contra el cambio climático son ejes de la mayor parte de los partidos políticos e ideologías. Pues bien, ningún aliado como el toro bravo para mantener la dehesa ibérica, la gran riqueza patrimonial de la Naturaleza que España puede aportar al mundo. Es como lo de la Garzón… Se puede discrepar o discernir sobre una cuestión determinada de las macrogranjas… Pero atacar frontalmente a un sector desde un puesto privilegiado que pagamos todos los españoles como es un ministerio, no tiene un solo pase, nunca mejor dicho. En la Tauromaquia ocurre lo mismo… Si nos cargamos al toro bravo, hundimos la dehesa, aparte de otras muchas economías que dependen de él. Exactamente lo mismo que con el resto de la ganadería, Garzón.
Reproduzco aquí el pasaje que más me gusta del artículo de Emiliano: “Todo ello forma parte de lo que soy, porque es mi tierra, que sabe a ganadería y a sudor, al esfuerzo de los esforzados. Me gusta cómo soy, porque provengo de ellos, de mi gente: gentes duras que sacan un duro de debajo de una piedra, que miran al presente con valor y al futuro con determinación. Que aceptan el envite de la naturaleza, de la vida y de la muerte, con serenidad y persistencia. Es la historia de mi tierra, la historia de mi madre, la historia de mi familia”.
Creo que la posición de Page es importante porque más que nunca ganarán la batalla aquellos que se vuelvan transversales y hoy, una voz de la izquierda como la suya, era necesaria en este asunto. Un aldabonazo que se entiende y justifica en Alberti, Lorca, Machado, Hernández, Prieto o el mismo Sabina, como el presidente recuerda. Pero habría muchísimos más que rescatar y escribir en este tiempo. Ramón Gómez de la Serna, Joaquín Vidal, Pablo Ruiz Picasso, el propio Dalí… Todos entendieron los toros como algo más, como una liturgia, como un sacramento, igual que una Misa mayor, como dice Dragó.
Yo me quedo con una de las voces más solventes del panorama periodístico español, la de Rubén Amón, que habla del escándalo de los toros. Y, sin duda, lo es, porque la vida en sí es un escándalo de colosales dimensiones. Solo una sociedad infantil y achicada que no conoce la muerte, no es capaz de mirarla de frente como un torero. Así pasa, que luego esconde los muertos y se escandaliza por la foto de una morgue.
Los toros han sido además la fiesta más democrática del mundo, donde la opinión de todos contaba, tanto la del purista como la del que no. En esto, como señala Page, hay mucho de pueblo, porque sus héroes han sido gente normalmente salida de él, de sus estratos más bajos. Dice mi amigo Galiacho, otro gigante de la Tauromaquia, que mientras haya un maletilla que quiera echarse una capa a la luz de la luna, habrá toros por siempre. Solo falta pedagogía y a eso estamos llamados los taurinos. Porque hasta los toros enseñarían el respeto que hoy no se tiene a sí misma la clase política. Y porque la vida, para vivirse como entendemos que debe ser vivida, aplica inconsciente los cánones del toreo, basados en cinco sagrados mandamientos. Parar, templar, mandar, ligar y cargar la suerte. Si haces eso en tu vida, la estarás viviendo plenamente entonces.