Gaudeamus igitur
Creo que hace cuatro años firmé un artículo con idéntico título. Probablemente, valdría en sustitución de este, sólo que cambiando los nombres y su circunstancia. Entonces, el rector Collado se las tenía tiesas con Cospedal y su consejero de Educación, Marcial Marín, mientras el Psoe desde la oposición bramaba por la liquidación de la Universidad regional. Hoy, sin embargo, los papeles se han invertido y el único que permanece en su sitio es el Magnífico, cuyo cargo revalidó holgadamente hace un tiempo. Es el puesto de rector uno de los más golosos de la historia de esta comunidad autónoma. Luis Arroyo Zapatero y sus puros marcaron el camino; después llegó Martínez Ataz, algo más discreto; y, en la actualidad, Collado, un hombre prudente, sosegado, tiene que hacer frente a la rebelión y pretensiones de los suyos. Pero todo tiene un límite, que es el del sentido común.
Una universidad fuera del mercado laboral carece de toda ciencia. Hace unos días conocí un informe de la Fundación Atres Media, que decía que la Formación Profesional se ha convertido en una de las vías más seguras para acceder a un puesto de trabajo. Existen hasta doscientas especialidades distintas reconocidas y demanda de este tipo de empleados, que las empresas no encuentran. La Universidad ha sido durante mucho tiempo fábrica y retención de parados, no ha sabido adaptarse a las nuevas circunstancias de un mundo cambiante y volátil. Su generalización y el hecho de que todos queramos una universidad a la puerta de casa ha contribuido a su depauperización. No pasa nada por que los chavales salgan de sus casas y conozcan mundo. La igualdad de oportunidades no debe conllevar un descenso de niveles ni la pérdida de la especialización. Si algún sentido tienen tantas universidades hoy es para que busquen su camino y sean las mejores en su materia.
Por eso mismo, no concibo una disputa entre la Junta y la Universidad. La segunda será siempre subsidiaria de la primera, pues depende de la subvención nominativa que entre todos pagamos. Lo de la autonomía universitaria está bien en la teoría y, en tiempos de la Dictadura, tenía su sentido. Ahora la Universidad debe rendir cuentas como cualquier otra institución y ajustarse a la realidad que la circunda, bien sean los noventa y ocho millones de Cospedal o los ciento cuarenta de Page. Es cierto que se trata de uno de los motores centrales que esta comunidad autónoma tiene para crear región; pero por eso mismo, debe aprovechar hasta el último céntimo de una forma concienzuda e inteligente. No se puede pedir hasta la eternidad y con la boca chancla; ahí funcionaría bien el refranero que contra el vicio de pedir, está la virtud de no dar.
Fui cinco años a la Universidad para estudiar Periodismo, una carrera que con tres años va dada. Es un oficio y debe aprenderse en la redacción, tamizado eso sí, con una gran cultura general y la ávida curiosidad del protagonista. Lo demás son gaitas y martingalas. He sentido bochorno en algunas de las clases que asistí y vergüenza por la fatuidad de catedráticos que creen que el mundo nace en su ombligo. La Universidad es puntera y eficaz o no es. No puede ser refugio de elefantes y mucho menos caldo de cultivo de ideologías trasnochadas. El fracaso universitario español se llama Podemos.
Creo que Collado y Page llegarán a un acuerdo razonable no tardando mucho. Los dos son sensatos y entre medias está Felpeto, que es el Santo Job. Es verdad que la Universidad para una tierra como esta era impensable, un sueño para gentes de mi generación y más atrás. Por eso, hay que cuidarla, empezando por ella misma. Si jubilosos cantemos, que lo hagamos con motivos y razones suficientes.